«No ha existido un conflicto histórico entre ciencia y religión, pero sí ha habido momentos de tensión»
Javier Sánchez Cañizares, investigador de la Universidad de Navarra coordinó el primer Congreso de Científicos Católicos y defiende que la posición teísta es la que mejor explica el mundo tal y como lo conocemos
«No es tan raro que haya científicos católicos», asegura Javier Sánchez Cañizares, investigador de la Universidad de Navarra y coordinador del primer Congreso de Científicos Católicos en España, celebrado en septiembre.
Su afirmación ataca frontalmente un lugar común de nuestro tiempo que es la supuesta incompatibilidad entre ciencia y fe. «Esa posición, extendida entre la opinión pública, no es la posición mayoritaria en el ambiente académico, si bien sí es dominante la posición de indiferencia y desinterés. Por eso el mundo de la ciencia implica un desafío de evangelización».
El congreso fue organizado por la sección española de la Society of Catholic Science, surgida hace 16 años en Estados Unidos como foro de diálogo para científicos que comparten la fe católica. «No sólo como algo intelectual sino como foro de amistad», explica Sánchez Cañizares.
Desde entonces la asociación ha crecido, especialmente en EEUU, y han surgido secciones en diversas zonas del mundo. «Aquí asumimos el reto y decidimos montar la sección española», explica Sánchez Cañizares, quien explica que por ahora tiene 50 miembros. La mayor parte de ellos profesionales relacionados con las ciencias de la vida, como biólogos o médicos. Aunque también hay representantes de las demás disciplinas.
Pero, ¿de dónde viene esa convicción de la incompatibilidad entre ambas disciplinas? Según explica el profesor de Navarra es una convicción muy reciente.
«En el siglo XVI y XVII es claro que prácticamente todos los padres de la ciencia moderna son creyentes y cristianos», explica Sánchez Cañizares. En el siglo XVIII, en cambio, surge ya la primera división: la idea de la compatibilidad sigue viva entre los científicos, pero comienza a cuestionarse por los filósofos.
Pero el cambio profundo se produce en el siglo XIX, el siglo en el que surge ‘El origen de las especies’. Pero no a causa de la investigación de Darwin, sino de dos libros de título muy similar: la ‘Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia’, de William Draper, y la ‘Historia de la guerra entre la ciencia y la teología en el cristianismo’, de Andrew Dickson White.
«Ambos libros han sido muy influyentes y son los que ha sentado la base de la extendida convicción de que la religión ha sido un obstáculo para la ciencia», explica el científico español. Y ello pese a contener numerosas inexactitudes y tendenciosidad.
«No es verdad que haya existido un conflicto histórico entre ciencia y religión, aunque sí es cierto que ha habido momentos de tensión», afirma Javier Sánchez Cañizares.
A modo de ejemplo de las inexactitudes de los ensayos citados menciona un caso especialmente relevante y que todavía hoy se escucha en las discusiones en redes sociales. «En uno de ellos se afirma que Colón tuvo que vencer la idea de los clérigos de que la Tierra era plana, lo que es totalmente falso».
A juicio del investigador español, estas teorías se han impuesto por la tardanza de la Iglesia en reaccionar, porque no han sido discutidas debidamente en el debate público.
«El pensamiento católico se dejó arrastrar por la inercia y quizás podríamos decir que se durmió en los laureles. Ha tardado mucho en enfrentarse a este desafío esencial: cómo presentar el mensaje de la fe de forma compatible con los mensajes del mundo».
La aparición de la teoría de la evolución de Darwin, hoy aceptada abrumadoramente en sus principios y rasgos fundamentales, «supuso un punto de inflexión, porque el hombre parece perder el rol central que tenía en la creación de Dios». Sin embargo, la Iglesia nunca la condenó, en contra de lo que a veces se da por supuesto, y, de hecho, en la actualidad, «no existe ningún científico católico que rechace la evolución o que se adhiera a las teorías del diseño inteligente», extendidas en otras confesiones.
«La Iglesia había aprendido del Caso Galileo y nunca condenó las teorías de Darwin. Pero es verdad que la solución que ofrece para compatibilizarla con la fe es un poco simplista. Viene a decir que la materia es cosa de los científicos y el espíritu, de los teólogos. Pero el verdadero reto es explicar la acción de Dios sobre el mundo y el hombre de un modo compatible con la fe».
Un papel, el de Dios, que parece verse achicado por los avances de la ciencia, que, aparentemente, le va dejando cada vez menos capacidad de acción. «Es la teoría del ‘Dios de los agujeros’ que abanderan los partidarios del conflicto», explica Sánchez Cañizares.
Según su visión, Dios ocupa los agujeros del conocimiento, aquellos espacios sobre los que todavía no tenemos una explicación racional. «Pero es una idea que presupone que Dios actúa sólo en el terreno de las causas naturales. Pero el pensamiento católico siempre ha defendido que Dios actúa de formas que no se pueden medir, porque no todo se explica científicamente. El reto es explicarse mejor».
De algún modo, lo que los científicos ateos nos indican es que el misterio, lo desconocido, es el espacio de Dios, lo que no deja de ser cierto, al menos en parte. Pero, además, ¿es posible imaginar un momento de la historia humana en el que todos los misterios estén resueltos y, según esa visión del ‘Dios de los agujeros’, ya no quede espacio para la figura de un creador supremo?
«El misterio siempre nos va a acompañar. El conocimiento humano es muy poderoso, pero somos limitados, y parece que hay algunos niveles de la naturaleza donde nuestro conocimiento puede encontrarse con un límite fundamental. La creación es algo mucho más grande que el hombre».
Otro hito de la historia entre la ciencia y la espiritualidad es la emergencia de la física cuántica, que, en principio, parece abrir el juego, en contra de los racionalismos más rígidos.
«Con la física cuántica todo se complica y se hace más apasionante. El mundo cuántico desvela nuevas dimensiones que reabren el espacio de la libertad».
Y es que, si la física newtoniana «ofrecía un determinismo rígido sobre la realidad», según el cual podíamos pensar que todo podía estar determinado y que todo podía conocerse, más pronto o más tarde, la física cuántica «deja espacio para la aparición de causas nuevas en la naturaleza que alteren nuestra visión del mundo» y que no descartan la posibilidad de un Dios.
«Y, además, no sabemos cómo se produce la transición entre los dos sistemas físicos que conocemos: la indeterminación cuántica y la rigidez del mundo de la física clásica, newtoniana. No lo sabemos y hay un debate vivo entre quienes se dedican a la filosofía de la ciencia en torno a esta cuestión».
Otro peldaño relevante en la historia de las relaciones entre la ciencia y la fe es la publicación del libro de Anthony Flew ‘Sobre Dios’. Flew fue un filósofo analítico que ejerció una gran influencia a favor del ateísmo hasta que, hacia el final de su vida, cambió su perspectiva y se decantó hacia el teísmo.
«En su libro explica su cambio de posición. Hasta ese momento había considerado que lo más sensato era pensar que Dios no existe y que la carga de la prueba debía caer del lado de los creyentes: ellos deberían demostrar su existencia».
«Pero en este libro invierte su posición y afirma que, a la luz de los últimos conocimientos científicos, lo más probable es que Dios exista y que deben ser los ateos los que traten de demostrar lo contrario. Es un giro importante, pero, no es suficiente para cambiar el relato», admite el investigador Sánchez Cañizares.
Y, sin embargo, «la posición teísta es la mejor explicación para lo que podemos saber del mundo natural». Por ello, «los creyentes tenemos el reto de manifestar que nuestra fe es racionalmente compatible con lo que sabemos acerca del mundo».
¿Cómo lograr que todo esto resulte interesante? Con más y mejor trabajo, para empezar. «La fe no es sólo una cuestión de sentimientos, ni de tradición o de educación. Todo eso es importante, pero al fondo de todo está el problema de la verdad y el conocimiento».
A juicio de Javier Sánchez, la pregunta de fondo es: «¿éste es un mundo creado o que se ha creado a sí mismo?«. Para alguien que no sea teísta, la tesis más natural es que el nuestro es un universo eterno y auto consistente, «pero esa visión de la realidad conlleva sus propias dificultades explicativas».
El profesor de la Universidad de Navarra no entiende por qué un universo auto concebido tendría que generar los sistemas y la complejidad que existe. «La clave es ver cómo es el mundo que conocemos y pensar a partir de ahí», asegura, y eso conduce de forma más natural hacia la idea de la creación.
Otro motivo de posible fricción -en este caso hipotético- es la posibilidad de que exista vida inteligente fuera de la Tierra. No faltan quienes piensan que la confirmación de algo así podría tambalear los cimientos de una religión como la católica.
«Personalmente creo que debe haber más vida en el universo; cosa distinta es que podamos contactar con ellos. Pero de ninguna manera un descubrimiento así sería un varapalo a la fe. De hecho, somos religiosos porque nos interesa la verdad. Si hay vida inteligente en otros sitios, bienvenida sea».
Ahora bien, el profesor Sánchez Cañizares sí admite que, si tal confirmación llegara a producirse, «quizás sí sería necesario reinterpretar algunos de nuestros relatos y convicciones. Pero en modo alguno afectaría a las creencias fundamentales».-
Vidal Arranz – publicado el 17/12/22/Aleteia.org