Lecturas recomendadas

¿Placer o deber?

Y no es que el bienestar y el placer sean moralmente malos; únicamente que no constituyen valores supremos

Rafael María de Balbín:

 

No son simples recuerdos del pasado. Históricamente podemos apreciar en dos errores dogmáticos el influjo de las corrupciones de la esperanza que son la desesperación y la presunción. El primero es el pelagianismo, herejía contemporánea a San Agustín, que afirmaba que bastan las propias fuerzas humanas para alcanzar la felicidad eterna y el perdón de los pecados. Muy probablemente si hiciéramos una encuesta a boca de calle y fuéramos preguntando a los peatones quién era Pelagio, pocos sabrían responder. Y, sin embargo, por la calle caminan muchos inconscientes pelagianos que, llevados de la presunción, anticipan indebidamente la plenitud con una falsa seguridad.

Por otra parte, el luteranismo afirma que solamente la gracia divina opera la salvación humana, sin necesidad de la cooperación del hombre. Se detiene así la marcha del caminante, que nada tendría que hacer por sí mismo, sin necesidad de sus buenas obras para llegar a la plenitud. Es una confianza presuntuosa en la misericordia divina, a la par que una desesperanza en el ilusionado esfuerzo del caminante.

Una sociedad consumista, sumergida en el hedonismo, es una sociedad sin esperanza, es decir desesperanzada y presuntuosa a la vez, hedonista. Hedonismo es buscar lo placentero a toda costa. Vieja tendencia del ser humano que se ve favorecida por una sociedad que progresa en la ciencia experimental, la tecnología y el desarrollo económico. Lo que hace unos años se llamaba la civilización del bienestar y ahora la sociedad de consumo.

Y no es que el bienestar y el placer sean moralmente malos; únicamente que no constituyen valores supremos. El placer es una consecuencia de haber alcanzado un cierto bien, o el lubricante necesario para el buen funcionamiento de la maquinaria: como el placer de la comida se sigue del cumplimiento del deber de alimentarse para conservar la vida y la salud; y el hambre es un estímulo necesario para no descuidar ese deber y cumplirlo con mayor agrado.

La excesiva búsqueda de lo placentero desquicia la vida moral y la búsqueda de los bienes más arduos, que suelen ser los mejores. El carácter se afloja y se encoge: Tengamos los placeres de los conquistadores sin los sufrimientos de los soldados: sentémonos en sofás y seamos una raza endurecida, escribió irónicamente G.K. Chesterton.-

(rbalbin19@gmail.com)

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