Trabajos especiales

¿Ha finalizado la era “Ratzinger”?

Benedicto XVI no ha muerto, continúa vivo entre nosotros, diríamos que hoy más que nunca

Nelson Martínez Rust:

 

Con la publicación de estos escritos, entre muchos otros, que abordan algunas facetas del Pontífice recientemente desaparecido, damos por terminado este homenaje a Benedicto XVI. Al final cabe preguntarnos: ¿Ha muerto Benedicto?  ¿Ha finalizado la era “Ratzinger”? ¿Qué queda de su obra? Para el justo la muerte no es el fin o término de la vida. Es, por el contrario, un nuevo modo de vivir en donde se asume la realidad temporal, anteriormente vivida, llevándola a una plenitud, para el creyente, en Dios. Por consiguiente, el hecho de morir viene a ser una especie de encrucijada – de un encuentro – de caminos que, debiendo ser afrontado por cada viviente en su momento, debiera desembocar en una plenitud de existencia. Podríamos conceptualizar este acontecimiento con la expresión “encuentro de dos realidades: temporal y eterna” o “encuentro del tiempo y la eternidad”.

Eternidad” que sitúa al hombre de manera definitiva e irreversible frente a esa realidad que llamamos “Dios”. Realidad omnipresente ya sea que se la quiera admitir o no.  Por otra parte, hablar de la “Era Ratzinger” demuestra no haber entendido la realidad de la “Historia de la Salvación” llevada a cabo “en” y “por medio” de Cristo y su realización en el tiempo de Dios, en donde la criatura es solo un “instante” puesta al servicio de “La Palabra” de la cual nos habla San Juan en su prólogo.

Vista, así las cosas, Benedicto XVI no ha muerto, continúa vivo entre nosotros, diríamos que hoy más que nunca. Su recuerdo será perpetuo, iluminando las mentes de quienes buscan “La Verdad” con pasión y sinceridad – ella fue su locura -.  Este homenaje solo quiere ser una invitación al estudio de su pensamiento en profundidad.

 

EL MAYOR ERUDITO DE MI VIDA

Antonio Esolen[1]

Doy gracias a Dios por la vida y la obra de Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, el erudito católico más grande de mi vida, un hombre profundamente instruido no solo en teología y filosofía, sino también en artes y letras, y en la historia de la humanidad. El verdadero teólogo es el que ora, y el Papa Benedicto fue un hombre de oración constante, que hizo lo que pudo para que los miembros de su rebaño oraran, tuvieran la oportunidad y se beneficiaran del estímulo para hacerlo y entraran en el corazón de la oración.

Me parece que todo lo que en algún momento escribió o dijo acerca de la Misa fue motivado por su profunda devoción a esa oración consumada, y por su deseo de protegerla contra todo aquello que pudiera degradarla, embotarla o deformarla. Buscó siempre el que no fuera un simple escenario más para la actuación meramente humana y caprichosa de los gustos arbitrarios y personales como también cambiantes.

Me he beneficiado mucho de sus obras, especialmente de “Jesús de Nazaret”, pero siempre recordaré el mensaje que un amigo ateo alarmado me envió después del ahora famoso discurso de Benedicto en Ratisbona: “Qué está pensando Benedicto?” Mi amigo estaba alarmado porque no entendía lo que decía el Papa, y ¿cómo iba a poder entenderlo, si partía de los tontos informes que circulaban, acusando al Papa de intolerancia contra el Islam?

El Papa se presentó como lo que llamé: “El último liberal verdadero de Europa”, defendiendo lo que Maritain llamó “el rango de la razón”, sin limitarlo a pruebas y medidas empíricas, o a los desiertos barridos por el viento de la lógica abstracta, pero declarando su poder para revelar verdades, para hablar de cada aspecto de la vida humana. Así, el erudito islámico voluntarista en su conversación con el emperador cristiano Michael Paleologus tenía más en común con los secularistas occidentales de lo que él o ellos tenían en común con las grandes tradiciones, tanto orientales como occidentales que ven la razón como un faro para iluminar lo que es bueno, cierto y hermoso.

Benedicto emite así una invitación, una súplica. Y cada vez que fue llamado a defender la enseñanza católica lo hizo porque comprendió que el fracaso de esta Verdad sería como el tirarle la puerta en la cara a los que buscan con honestidad dicha Verdad. No era, como se le ha llamado, el “rottweiler de Dios”. Nunca fue cursi, como sí lo fueron sus críticos. Nunca habló mal de los demás, ya que a menudo hablaban mal de él. Pareciera ser una marca del origen divino de la Iglesia que casi todo lo que la gente ha dicho acerca de los últimos papas ha sido directamente opuesto a la Verdad. Pablo VI no era un conservador moral tímido, sino más bien un liberal tímido que, cuando llegó la crisis, no traicionaría la verdad. Juan Pablo II no fue un autoritario, sino un hombre bondadoso e indulgente de quien los eclesiásticos malvados y engañosos se aprovecharon terriblemente, calumniándolo, como hacen los niños mimados, caprichosos y malformados.

Benedicto no era maleducado, sino eminentemente caritativo con sus oponentes y, como Tomás de Aquino, exponía su causa mejor que ellos mismos, aunque nunca se tomaron la molestia de involucrarlo en un verdadero debate académico. Creo que sabían muy bien a qué se exponían.

“Los ángeles le conduzcan al paraíso”

 

TRANQUILA MASCULINIDAD Y CORAJE

 

Guillermo Edmund Fahey[2]

La segunda antífona del Oficio de difuntos “Ay de mí, oh Señor, que mi estancia se prolonga” me impactó mientras rezaba por el alma del Papa Benedicto XVI. No eran todavía el momento del rezo de Vísperas cuando me enteré de su muerte, pero ya se sentía como si fueran Vísperas: el final de un día, un año, una era, una vida. En ese momento busqué alguna oración que pudiera pronunciar o que, más aún, hablara por mí.

El salmo 120 (119), 6-7 concluye: “Harto estoy de vivir con los que odian la paz. Si yo hablo de paz, ellos prefieren la guerra” Me aterra ver los informes de noticias, muchas de los cuales sin duda estarán marcadas por un énfasis en la “combatividad” de Benedicto XVI. Sin embargo, nunca fue Benedicto un beligerante. Beligerantes eran aquellos que no querían hablar con él. Y no querían hacerlo porque buscaban y se concentraban en la obtención de la victoria y el poder, en lugar de La Verdad.

A medida que envejezco, mi perspectiva sobre la muerte y el morir está cambando. Ésta es una gracia natural y sobrenatural: “Ay de mí, oh Señor, que mi estancia se prolonga!” Me alegro de que la Iglesia ponga en nuestros labios esta expresión, poque ella brota de lo más profundo de nuestro corazón: en efecto, hay un cierto cansancio que llega incluso entre las mejores cosas temporales que se pueden afrontar.

Sí, el oficio de difuntos se abre con la antífona “caminaré delante del Señor en la tierra de los vivos”. Este versículo revela una profunda esperanza, tal como decimos en los Laudes del Oficio de Difuntos: “Qué mis huesos humillados vuelvan a regocijarse en el Señor” La razón para esta esperanza hay que buscarla en el hecho de que esperamos una vida renovada, aun cuando reconocemos que se da la sensación de los huesos desgastados en este pasaje. Este mundo en el cual vivimos exige un arduo entrenamiento para el inmenso bien que tenemos por delante y que alcanzaremos, y la Iglesia es amable al permitirnos palabras honestas sobre nuestra condición a lo largo de nuestra peregrinación.

No soy un historiador papal ni un teólogo. Espero leer sus resúmenes y tributos. Sin embargo, admiro y reverenciaré a Benedicto XVI por una sencilla razón: era un hombre.

Juan Pablo II es recordado en parte por su hombría muy visible: esquiaba, hacia prolongadas caminatas, prueba de ello era su gran y genuino físico. Sin embargo, la virilidad y el coraje de Benedicto XVI me conmovieron de manera mucho más profunda. El suyo era el coraje de un hombre tranquilo, un maestro que, como todos los verdaderos maestros, prefería la conversación a la luz sesgada de un salón de clases en un seminario, lleno de maestros interesantes y libros interesantes, al brillo de la vida pública.

Tuvo que abandonar esa tranquilidad por el bien de los demás. Lo hizo así, como lo hace un hombre. Como tantos de los más grandes eruditos y maestros de la Iglesia, su vida estuvo cargada de trabajo administrativo que llevó a cabo de manera excelente. Nuestro mundo se deleita con la falsa figura del ocio desinteresado y a menudo olvida todo lo que tuvieron que soportar Agustín, Gregorio, Tomás de Aquino, Buenaventura, Moro, Newman y casi todas las mentes profundas de nuestra civilización católica. Ellos se vieron acosados por viajes incómodos, una administración fastidiosa y la inoportuna diplomacia que enfrenta a quienes deben manejar algo más grande que sus escritorios.

Solo un hombre cansado por el hecho de haber realizado una acción noble merece las palabras de la petición: “Concédele, oh Señor, el descanso eterno” Y solo un hombre como Benedicto XVI, que abandonó durante tantas horas la suave luz sesgada de su estudio, puede recibir en su plenitud – eternidad – esa “luz perpetua” que Dios reserva para sus servidores.

 

OJALÁ NO HUBIERA RENUNCIADO

 

Brand Minero[3]

Creo que la renuncia de Benedicto XVI ha hecho daño a la Iglesia. Teniendo en cuenta la promesa de Nuestro Señor de que las puertas del infierno no prevalecerán, no podemos saber ahora hasta qué punto empeorará la crisis actual en la Iglesia.

De la grandeza de Joseph Ratzinger no cabe duda. Su elección al papado tras la muerte de San Juan Pablo II parecía un milagro y es por eso que su renuncia después de solo ocho años es tan lamentable como impactante.

Solo podemos especular cómo podrían ser las cosas en la Iglesia hoy si Benedicto se hubiera mantenido hasta su muerte, que es lo que los papas siempre han hecho, a pesar de Celestino V y Gregorio XII.

Por supuesto, Joseph Ratzinger fue principalmente académico, uno de los más grandes teólogos del siglo pasado. Pero también había sido un administrador capaz durante su casi cuarto de siglo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Es parte de lo que lo convirtió en una opción sólida para el cónclave del 2005.

Representó la continuidad y la competencia – temporaneidad –. No sé por qué Benedicto renunció. Se han dado varias razones, que al final sugieren que encontró el papado demasiado arduo. Como escribió Rod Deher: “Honestamente, no podemos decir qué providencia estuvo trabajando en este gran rechazo”. Pero desearía que hubiera delegado parte del trabajo que hubiera debido hacerse en el Vaticano. Seguramente, había hombres altamente capaces de ejecutar las reformas necesarias, algunas de las cuales el Papa Francisco ha abordado, y todas las cuales Benedicto XVI, que entonces tenía 85 años, hubiera podido haber manejado con asesores de confianza.

Había residido en el Vaticano durante más de dos décadas antes de su elección como Papa, por lo que debe haber tenido alguna idea de quien era depravado y quien moral. No debería dar nombres porque no conozco muchos, pero estoy seguro de que para cada dificultad que se encontrara habría un Pell y un Burke. La balanza en general puede inclinarse en la dirección equivocada, pero seguramente hubo suficientes “chicos buenos” para permitir que el Papa Benedicto continuara dirigiendo la barca de Pedro en su verdadero rumbo.

Y el hecho de que su predecesor cruzara el mundo no significaba que Benedicto tuviera que hacerlo.

Siendo todo esto así, solo puedo añadir (con amor): “Su Señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21).-

 

Valencia. Enero 15; 2023

[1]  Athony Esolen es profesor, traductor y escritor. Entre sus libros más recientes se encuentran Nostalgia: Going home in a homeless Word y, más recientemente, The hundredfod: songs for the Lord.

[2] William Edmund Fahey es miembro de Thomas More College, en donde se desempeña como su tercer presidente.

[3]  Brand Miner es un editor senior de varias publicaciones.  Su The Compleat Gentleman está disponible en una tercera edición revisada de Regnery Gateway y también está disponible en una edición de audio de Audible.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba