Padre Alberro Reyes Pías, sacerdote cubano:
Hace 25 años, un anciano con mal de Parkinson vino por escasos días a esta isla. Caminaba con dificultad, le temblaba una mano y, por momentos, algo de baba escapaba de sus labios. Sin embargo, su imagen no era la de un lastimoso anciano abocado al final de su vida. Por el contrario, era la imagen de alguien venerable, luminoso, inspirador.
Por cinco días esta isla vibró con el sabor de la libertad, mientras un ambiente de felicidad inexplicable se difundía por todas partes. Una energía contagiosa nos llenó el alma y nos atrajo hacia ese anciano de mirada penetrante.
Pero su magnetismo no era algo improvisado sino el resultado inevitable de una vida centrada en Dios, confiada en Cristo y apegada al Evangelio; su atractivo era el resultado de la opción mantenida por la verdad, la esperanza y la justicia. Por eso pudo renunciar a ser políticamente correcto, por eso tuvo fuerzas para no dejarse paralizar por las críticas y para no dejarse comprar por nada ni por nadie. Por eso pudo ser para este pueblo y para el mundo, “mensajero de la verdad y la esperanza”.
Hoy, 25 años después, somos, como pueblo y como individuos, el resultado inevitable de lo que hemos ido eligiendo.
Después de aquellos memorables días, hubo quien eligió el camino de la fe y hubo quien prefirió volver a su rutina, hubo quien empezó a perder el miedo a la verdad y hubo quien siguió viviendo en la mentira, hubo quien se grabó en lo más profundo la invitación a “ser protagonista de la vida personal y social” y hubo quien prefirió renunciar a su libertad y seguir sometido a la esclavitud a cambio de una vida más “tranquila”.
Los vientos que nos rodean nunca nos traen realidades hechas. Nos traen relámpagos, semillas, intuiciones… que podemos acoger o dejar que se pierdan.
Juan Pablo II fue una luz en medio de nuestra oscuridad, fue parte del paso de Dios por esta tierra. Antes y después de él, Dios ha hablado, a nuestra vida personal y a nuestra vida como pueblo, pero toda vida es el resultado de las luces que acoge, de las semillas que siembra, de las intuiciones que alimenta.
Mucha gente se aferró a la esperanza de que la visita de Juan Pablo II provocaría, por fin, un cambio en nuestra isla, un amanecer definitivo de libertad. No ocurrió, no se rompieron las cadenas sociales, pero para mucha gente ese cambio sucedió, porque la visita de Juan Pablo II los animó a tomar decisiones. Y es que, en realidad, las cosas no cambian, tú eliges cambiar, y tú eliges empezar a hacer algo para que las cosas cambien.-