De Benedicto XV a Francisco: los papas ante la «masacre inútil» de la guerra
En el siglo XX y en la actualidad los pontífices fueron portavoces de los anhelos de paz
Desde Benedicto XV, todos los sucesores de Pedro sabían que estaban obligados, como máximos representantes de una institución religiosa, a defender una postura moral y no solo política
Durante los años treinta del siglo pasado, la Santa Sede denunció el totalitarismo fascista y el comunista, aunque tendió a poner el énfasis más en el peligro que venía de Moscú que en el de Berlín
Pío XII era pastor a la vez que diplomático, por lo que su actuación, inevitablemente, no estuvo exenta de claroscuros
En la encíclica Pacem in Terris, poco después de la Crisis de los Misiles, Juan XXIII definió la paz como “suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia”
En el siglo XX y en la actualidad los pontífices fueron portavoces de los anhelos de pazSon conocidos los Papas que, en la Edad Media, hacían llamamientos a las cruzadas. En el siglo XX y en la actualidad, por suerte, los pontífices fueron portavoces de los anhelos de paz. No siempre con una coherencia perfecta, porque, a fin de cuentas, hablamos de seres humanos y no de ángeles. Pero todos ellos sabían que estaban obligados, como máximos representantes de una institución religiosa, a defender una postura moral y no solo política. Ya durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Benedicto XV se alzó contra aquella “inútil masacre” e intentó convencer a los contendientes para que negociaran un alto el fuego. Ninguno de sus predecesores había demostrado tanta energía ante un conflicto generalizado, pero, por desgracia, las potencias beligerantes no se dignaron a hacerle el menor caso. Esta falta de voluntad política impidió que la tregua de Navidad, propuesta desde Roma, llegara a materializarse. La Iglesia, mientras tanto, utilizó todos sus recursos para ayudar a las viudas y los huérfanos. El escritor Romain Rolland, por este motivo, vio en el Vaticano a una “segunda Cruz Roja”.
No obstante, en sentido estricto, Benedicto XV no era lo que ahora entendemos por “pacifista”. Actuaba, como era habitual en su tiempo, dentro del marco mental de la teoría de la “guerra justa”. Por eso, en 1911, no se opuso a la invasión italiana de Libia. En África, el recurso a las armas podía justificarse como un instrumento para extender la fe y la civilización. En Europa, en cambio, oponerse a la guerra significaba denunciar que las naciones hubieran dejado de gobernarse por los principios cristianos.
Cuando llegó, por fin, la paz, el papa instó a los vencedores a ser generosos por los vencidos, tanto por humanidad como por motivos políticos. Sin embargo, la historia iba a marchar por derroteros muy diferentes. La excesiva dureza con Alemania, en el Tratado de Versalles, provocó resentimientos que favorecerían el auge del nazismo y su política revanchista.
De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra Fría
Durante los años Treinta, la Santa Sede denunció el totalitarismo fascista y el comunista, aunque tendió a poner el énfasis más en el peligro que venía de Moscú que en el de Berlín. Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII defendió la causa de la paz aunque sin enfrentarse directamente a Hitler. Los historiadores están divididos respecto a si hizo bien o no. ¿Debería haber pronunciado una denuncia clara y explícita del nazismo o sus palabras, al provocar las represalias del Tercer Reich, hubieran causado más mal que bien? Seguramente la verdad se encuentra en algún punto intermedio entre quienes le critican por ser el “Papa de Hitler” y quienes le presentan como el gran defensor del pueblo hebreo.
Pacelli era pastor a la vez que diplomático, por lo que su actuación, inevitablemente, no estuvo exenta de claroscuros. Vicente Cárcel Ortí, un historiador que le es abiertamente favorable, nos cuenta en Pío XII (Almuzara, 2022), antes de que se iniciaran las hostilidades, presionó a Polonia para que asumiera “una actitud más dúctil frente a las pretensiones alemanas, con tal de salvar la paz”. ¿Pedir a la víctima que capitule ante el agresor? No parece demasiado heroico ni honorable. En cambio, durante su mensaje de Navidad de 1942, el Santo Padre denunció las atrocidades bélicas. Se refirió entonces a las miles de personas inocentes que, en razón de su nacionalidad o su origen, se veían destinadas a la muerte. ¿Hablaba, tal vez, de los judíos?
Durante la Guerra Fría, el foco de la tensión internacional pasó a situarse en la pugna por la hegemonía entre Estados Unidos y la URSS. Su enfrentamiento presentaba a una novedad siniestra respecto a otras rivalidades del pasado: ambas potencias contaban con armas atómicas suficientes para exterminar a la humanidad. En la encíclica Pacem in Terris (1963), poco después de la Crisis de los Misiles, Juan XXIII definió la paz como “suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia”. Para alcanzar este objetivo, las relaciones internacionales, según el pontífice, debían regirse por los valores de verdad y de justicia, siempre desde el respeto a la igual dignidad de todos los países.
Por otra parte, al tratar el problema de las minorías étnicas, Roncalli rechazaba cualquier violencia que pudieran sufrir, sobre todo si se trataba de un intento de genocidio. Al mismo tiempo, el pontífice advertía a esas minorías que no cayeran en la tentación de “exaltar más de lo debido sus características raciales propias, hasta el punto de anteponerlas a los valores comunes propios de todos los hombres”.
¿Qué decir de los pontífices posteriores? Pablo VI se pronunció a favor de una solución negociada en Vietnam. Juan Pablo II, a su vez, se dirigió a las partes implicadas en la Primera Guerra del Golfo (1991) para pedirles que ahorran al mundo el horror bélico. Como era de esperar, nadie le escuchó. En cuanto al Papa Francisco, ha condenado recientemente la ferocidad de la guerra de Ucrania. –
| Francisco Martínez Hoyos
Foc Nou – RD