¿Somos realmente lo que comunicamos?
Francisco y el desafío de "hablar desde el corazón" al centro del Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. La exhortación del Papa a favorecer una comunicación que implique a toda la persona y no persiga, en cambio, intereses partidistas
«Todo lo que no se da, se pierde», repetía a menudo Dominique Lapierre. Palabras, las del periodista y escritor recientemente fallecido, que se pueden relacionar idealmente con el Mensaje de Francisco para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, publicado el pasado martes. El Papa nos invita -una vez más- a ser artífices de una comunicación integral que no se refiera sólo a una parte de nosotros -con fines parciales o intereses instrumentales-, sino que implique la globalidad de la persona, todo nuestro ser. Hablar «desde el corazón» no es ceder al sentimentalismo (o al sensacionalismo), tan en boga hoy en día, sino que tiene que ver con una tarea muy exigente: comunicar y entregarse. De alguna manera, tomando como ejemplo el testimonio de San Francisco de Sales, el Mensaje sugiere que somos lo que comunicamos. O al menos así debería ser. Por eso, uno de los puntos clave del documento (décimo mensaje de Francisco a los trabajadores de la comunicación) es la cita del patrón de los periodistas – «basta amar bien para decir bien»-, que recuerda el agustiniano «ama y haz lo que quieras».
Para el Papa, la comunicación es movimiento. Existe si es en salida, de lo contrario es un eco que rebota cansinamente en una habitación vacía. Procede de un corazón palpitante que -junto con la sangre de nuestras venas- también hace circular nuestras expectativas, nuestros deseos y nuestros sueños. No es casualidad que este mensaje, centrado en «hablar con el corazón», llegue tras los de los dos años anteriores, dedicados a ver y escuchar. Una trilogía que gira en torno a tres verbos, tres acciones. Igual que hizo en su primera homilía tras su elección a la Cátedra de Pedro, cuando el 14 de marzo de 2013 -en la Misa con los cardenales en la Capilla Sixtina- indicó en tres verbos, caminar, edificar, confesar, los hitos del camino para ser verdaderamente discípulos de Jesucristo. Diez años después, Francisco observa con pesar que hoy las polarizaciones y las oposiciones, que desfiguran a la humanidad, afectan también a la comunidad eclesial e incrustan así ese caminar, esa edificación y esa confesión sin las cuales no rezamos al Señor sino al diablo, como decía Léon Bloy. Tantas polémicas y controversias, mientras los cristianos -nos recuerda el Mensaje- debemos saber guardar la lengua del mal para evitar malentendidos y cerrazones autorreferenciales.
En un momento en que hay quienes querrían delegar incluso los sentimientos y las emociones en la inteligencia artificial, el Papa nos recuerda también que hay algo que ninguna tecnología podrá sustituir jamás: el corazón humano. Y así como este órgano hace circular la sangre y mantiene vivo nuestro cuerpo, a su vez, la comunicación que brota del corazón debe vivificar nuestras relaciones y hacernos más humanos, más hermanos los unos de los otros. La cultura del encuentro -que impulsa al Papa a partir de nuevo, dentro de unos días, hacia el corazón de África- necesita una comunicación con los brazos abiertos. Y requiere comunicadores valientes y creativos que sepan superar la cómoda tentación del «siempre se ha hecho así». En el Mensaje, Francisco señala que el gran movimiento impartido por el proceso sinodal debe afectar también al modo en que nos comunicamos como cristianos. Parafraseando al gran teólogo Yves Congar, el Papa parece animarnos no tanto a hacer otra comunicación eclesial, sino una comunicación diferente. Una comunicación que sabe incendiar los corazones de los innumerables discípulos de Emaús de nuestros días que esperan una palabra de consuelo y esperanza. Que encuentre en el encuentro con el Señor el impulso para salir de nuestros recintos cada vez más estrechos y menos poblados. Que promueva la integridad de la persona, rechazando todo integralismo que pretenda reducirnos a meros individuos. Una comunicación, en fin, que no tira las piedras que encuentra en el camino, sino que convierte esas mismas piedras en ladrillos para construir una casa común para la humanidad.-
Alessandro Gisotti/Vatican News