Liderazgo y servicio
Cuba necesita líderes, no caciques. Cuba necesita servidores públicos, no caudillos. Cuba necesita sobre todo instituciones, no populismos. Cuba necesita trabajo en equipo, no mesianismos
Dagoberto Valdés Hernández:
Nuestra historia pasada y reciente nos ha inculcado que los problemas de Cuba se resuelven con un “hombre fuerte”, con alguien que aparezca para “salvar” la situación. Con demasiada frecuencia se pregunta quién podría ser el “mesías”, qué persona es más conocida, quién destaca como “iluminado” que se sabe todas las soluciones. El caudillismo ha sido una de las lacras de la sociedad cubana junto con la tendencia a la violencia como única salida o a la “salida” como forma de escapar de la realidad en lugar de trabajar para cambiarla.
La diferencia fundamental entre un jefe caudillo y un líder es que el jefe tiene poder (potestas) sea por haber recibido ese poder delegadamente o por habérselo tomado, y lo ejerce verticalmente, voluntariosamente. Sin embargo, el líder tiene autoridad moral (auctoritas) ganada por sus cualidades morales, por su coherencia entre el decir, el vivir y el actuar. Sin autoridad moral no hay liderazgo auténtico.
Otra diferencia entre el caudillo autoritario y el líder democrático es que el caudillo se propone como el único, se impone y busca que los demás sirvan a sus intereses, se rodea de aduladores, cede a la tentación de los que desean convertirlo en “la solución”. Mientras que un líder democrático responde solo cuando es elegido libremente por la mayoría, no se impone, propone soluciones, no se hace la piedra angular sino que construye consensos, trabaja en equipo. En una palabra: es un servidor público, y sirve mientras sirva, después se retira o busca servir de otro modo.
Otra diferencia es que el caudillo busca ser el foco para que todos lo puedan mirar y admirar. Él se cree la luz. Mientras que el servidor público es ventana, vitral y transparencia. Se enfoca en dar luz a los demás, deja pasar “la libertad de la luz” que aportan los demás, se dedica a reconocer los talentos, carismas y méritos de los demás, se rodea de colaboradores a los que promueve, y ayuda a crecer, a desarrollarse.
El servidor público no le teme a trabajar sin que lo conozcan o reconozcan, no le tiene miedo al bajo perfil. No le teme al ostracismo, ni a la segregación, no le tiene miedo a la poda, o incluso a la tala, porque vive convencido del poder resucitador de las raíces. Trabaja a largo plazo con la mirada, previendo el horizonte y los pies bien afincados en el humus que es la tierra fértil de donde deriva la palabra y la actitud de la humildad.
Cuba necesita #servidores con liderazgo
Cuba necesita, más que nunca, que superemos con la educación ética y cívica nuestro pasado de caudillismos, mesianismos y populismos. Una gran parte de nuestra historia colonial, republicana y luego la etapa totalitaria, han estado marcadas por estas deformaciones. No las heredemos para el futuro de la nación cubana.
Aspiro a que Cuba tenga servidores públicos con tiempo limitado, con poder acotado, con alternancia entre opciones políticas, con características de líder-servidor que en lugar de imponerse obedezca al mandato de los ciudadanos que le han elegido para administrar ejecutivamente todo lo que edifique la dignidad y los derechos de toda persona humana y procure el bien común de la nación.
Comparto con ustedes una comparación que el Grupo español IOE de educación profesional a distancia (www.grupoioe.es) hace entre un jefe autoritario y un líder servidor:
La percepción que tiene sobre su propia autoridad: El jefe piensa y dice: “aquí el que manda soy yo”. El líder servidor se inspira en la convicción de “yo puedo ser útil aquí”… hasta que se demuestre lo contrario.
Imponer o convencer: El jefe autoritario o populista siente la necesidad de imponer sus criterios con largas argumentaciones pensando que los demás, “los pobres no saben” y debe “iluminarlos”. Mientras que el líder servidor público convence y da ejemplo. No considera que los demás no “entienden” sino que construye conocimientos en equipo y propone un proyecto a discutir.
Miedo o confianza: El jefe ataca, amenaza, descalifica, presiona, precisa obediencia ciega. Mientras, el líder servidor crea un ambiente de confianza, respeto, libre propuesta. Valora y considera todas las propuestas. Busca despertar la motivación, la ilusión, la esperanza.
Culpabilidad o rectificación: El jefe autoritario busca culpables, implanta juicios sobre las personas y no evalúa sus hechos. Crea culpabilidad para dominar. El servidor público con liderazgo busca entender los errores y sus causas para ayudar al que se equivocó a rectificar sin sentir culpabilidad y sin ser rechazado o excluido. Reorienta la situación como aprendizaje y da oportunidad al que se equivoca.
Organizar técnicamente o creativamente: El caudillo autoritario trae las tareas, las distribuye distante y fríamente a los “subordinados” y él se queda como un supervisor para ver si sus órdenes están siendo obedecidas a rajatabla. El servidor público trabaja en equipo, fomenta la creatividad de su equipo para generar tareas entre todos, pide voluntarios para responsabilizarse con cada tarea, aporta con su ejemplo trabajando codo con codo, evalúa entre todos los cumplimientos e incumplimientos.
Órdenes o pedagogía: El jefe es el que sabe todo. Es el todólogo. Y por eso organiza y ordena de arriba a abajo. El líder servidor adquiere conocimientos para servir mejor. Comparte el conocimiento para generar soluciones. Su estilo es pedagógico y participativo. Crea iniciativas educativas para formar otros líderes y sacar a la luz las potencialidades de los demás. Identifica talentos y los promueve. Quien está a su lado aprende y crece.
Cosificación o personalización: El jefe caudillista cosifica a sus colaboradores. Su relación es distante y deshumanizada. Trata a todos como fichas de su tablero. El líder servidor conoce a sus colaboradores, se interesa genuinamente por sus vidas, familias, crisis y triunfos. Tiene un trato personalizado y personalizante. Crece en relaciones humanas que es su mayor potencial.
Esquemático o abierto al desarrollo: El jefe se atrinchera en su esquema invariable buscando, sobre todo, seguridad y estabilidad. Su esquema mental y el de su proyecto está cerrado por “cuidarlo”. El líder servidor mantiene los principios de un código ético pero permanece abierto a renovación, innovaciones y reformas. Se reinventa cuando es podado o bloqueado. Busca alternativas dentro de su eticidad. Ayuda y promueve a sus colaboradores para que se reinventen y rehagan sus vidas y proyectos. No se atrinchera, es resiliente.
Cumplidor o adelantado: El jefe es un “cumplidor” de tareas, horarios, cumplimientos. El líder servidor público se adelanta, llega primero, ve lejos, prevé los peligros, vislumbra las oportunidades, intuye nuevos caminos y se lanza. Sale a recibir a sus colaboradores o a buscar nuevos para su equipo. No se apoltrona en el poder, está siempre en marcha hacia delante.
Poder o inspiración: El jefe solo quiere mantenerse en el poder. Subordina todo a atornillarse en su posición. Cree que ha nacido para mandar, que es insustituible. El líder servidor busca dotar de significado su misión. Inspira con su vida. Da esperanza con su trabajo. Si lo echan a un lado o lo bajan de su pedestal sabe que su vida es servicio y busca nuevas formas para servir. No se aferra, pero no se rinde. No se obstina, persevera. No se amarga, utiliza sus talentos y energías para crear nuevos servicios. Es inspiración y aliento para otros aunque haya etapas en que no “hace” mucho. Cree en la fuerza de lo pequeño y en la eficacia de la semilla. Apuesta al futuro.
Cuba necesita este estilo de vida en todos sus servidores públicos. Que ese sea el criterio de selección de los líderes para cualquier misión o proyecto y sean criterios de evaluación para su desempeño. De lo contrario, Cuba seguirá bajo la enorme y pesada cruz del caudillismo. Identificar, educar y elegir a nuestros servidores públicos con estos y otros criterios éticos y cívicos es indispensable para construir una verdadera democracia.-