¿Aprobado General?
Rafael María de Balbín:
Cuentan que, en cierta ocasión, un conocido personaje de la vida pública compareció ante las cámaras de televisión, respondiendo a diversas preguntas acerca de su dilatada trayectoria. El entrevistador le preguntó, entre otras cosas, y teniendo en cuenta sus muchos años, si no le tenía miedo a la muerte. El anciano respondió: No me asusta el viaje; lo que me preocupa es la alcabala.
Como el avisado lector ya habrá adivinado, se refería a ese registro de nuestro equipaje que vendrá después de la muerte, al juicio de Dios, que nos pedirá cuentas de nuestras acciones buenas y malas en el curso de nuestra vida terrena. “La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1021). Así por ejemplo lo manifiesta la parábola del pobre Lázaro y del rico egoísta, que fueron juzgados y sentenciados nada más morir; al igual que las palabras de Cristo en la Cruz al buen ladrón. Se habla allí de un último destino del alma, que puede ser muy distinto para unos y para otros. El caminante se dirige hacia su meta o se desvía de ella, y su caminar será evaluado.
Recogiendo diversas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, el Catecismo de la Iglesia Católica señala que cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre. Es el balance final del libre ejercicio de la vida, para amar o para rechazar el verdadero amor, a Dios y por Él a los demás. Tal como lo expresó San Juan de la Cruz: A la tarde te examinarán en el amor.
Este juicio particular no excluye la realidad posterior del juicio final, que no es un tribunal de apelaciones en que pueda cambiarse la sentencia, sino una confirmación y ampliación del destino final de las almas, unidas ya a sus propios cuerpos. En efecto, antes del juicio final habrá tenido lugar la resurrección de los cuerpos, de los justos y de los pecadores. En el Evangelio tenemos una detallada descripción, en cuanto lo permiten las palabras humanas, de este juicio, en que Cristo vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles (…) Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá la ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda (…) E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25, 31.32.46). Y la razón para la salvación o para la condenación serán las obras buenas de amor –a Dios y al prójimo- o su ausencia.
Será como una completa visión de la Historia y del desarrollo de la libertad de los hombres, con la ayuda de la gracia divina. El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. No conocemos ni el día ni la hora del Juicio final (como tampoco conocemos los del Juicio particular). Dios “pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte” (Catecismo…, 1040).
La consideración del Juicio, particular y universal es un llamado a la reflexión personal, en nuestro caminar terreno, que constituye para todos el tiempo favorable, el tiempo de salvación. Y un fuerte estímulo para la esperanza cristiana: “Anímate. -¿No sabes que dice San Pablo, a los de Corinto, que «cada uno recibirá su propio salario, a medida de su trabajo»?” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Camino, n. 748).-
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