Testimonios

In memoriam: Doña Betty Ramírez de Chacón

Quiero dejar constancia del agradecimiento de la Iglesia merideña por su empeño en poner muy en alto todo lo referente al Seminario San Buenaventura

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

 

El 15 de febrero, al amanecer, nos dejó la querida Señora Betty. Tuve la dicha de verla por última vez en la misa de inicio del ministerio arzobispal de Mons. Helizandro Terán. Desde la muerte de su querido esposo José con quien formó una yunta inseparable, se fue apagando sus ganas de vivir, aunque no dejó ni un instante una de las pasiones de su vida: la atención a las necesidades del Seminario San Buenaventura. Fue el alma de FASAM, la Fundación de Amigos del Seminario de Mérida al que dedicó muchos años y presidió su directiva con enorme cariño y empuje.

 

Su nombre de bautizo era Belén Mercedes, pero todos la conocíamos y la llamábamos Betty a secas. Era la hija menor de los siete hermanos Ramírez Plata, oriundos de Táriba. Se formó con las Hermanas Salesianas en el colegio de San Cristóbal. En 1956 casó con José Chacón, sobrino del Arzobispo Acacio, quien los casó en Caracas. Desde 1964 se trasladaron a Mérida y fueron los celosos custodios del anciano arzobispo y de su hermana Anita. De su matrimonio nacieron tres hijos varones, José Enrique, Acacio José y José Luis. El primero, falleció muy joven víctima de la leucemia. Se dedicó durante muchos años a la atención de los niños que padecían esta terrible enfermedad, de lo que se guardan muchos recuerdos en la ciudad, por los eventos e iniciativas en este campo.

 

Inquieta, incursionó en la política como Concejal en Campo Elías, y colaboró durante la gobernación del Dr. Germán Briceño Ferrigni. Acompañó a su marido durante el período que ejerció como cónsul general de Venezuela en Vancouver durante el gobierno del Dr. Herrera Campins. A su regreso a Mérida, desde mediados de los años ochenta, se dedicó incansablemente a diversas obras de la iglesia arquidiocesana y de la sociedad: gerente de Maravillosos Muffins, ejecutiva del Banco Cordillera y senadora suplente al Congreso Nacional.

 

Gocé de su permanente acogida, tanto en su casa de familia donde se distinguía como excelente anfitriona, donde no faltaba nunca el famoso café canadiense, del que nunca nos quiso dar a conocer la receta. Mujer de gran fe y sentido de servicio a los demás, calladamente, pero muy eficiente en lo que se proponía.

 

Quiero dejar constancia del agradecimiento de la Iglesia merideña por su empeño en poner muy en alto todo lo referente al Seminario San Buenaventura. Es merecedora de nuestra oración, de nuestro reconocimiento, compartido por buena parte del clero y fieles de Mérida. Descanse en paz, mujer como la describe la Sagrada Escritura, luz de su casa y ejemplo de vida íntegra. Lamenté no haber estado en Mérida para acompañarla en sus exequias en el cementerio de la Inmaculada al lado de su esposo José. Ad perpetuam rei memoriam.-

22-2-23

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