Alicia Álamo Bartolomé:
Terminando el segundo mes de 2023, enrumbados ya en la Cuaresma después del Miércoles de Ceniza que acabamos de vivir esta semana, no está de más que dediquemos un tiempo a la reflexión. Hay muchos temas para reflexionar con mayor o menos profundidad. Yo escojo uno: el egoísmo.
En nuestro mundo actual el ser humano vive pensando demasiado en sí mismo. Pone en torno suyo todos los intereses, un deseo de ser, poseer y dominar. No es que esos intereses de suyo sean malos. Es lógico que un sujeto quiera formarse, tener una profesión, un oficio, un empleo, a través de los cuales no sólo mantenerse y mantener a lo suyos, sino realizarse como persona. Alimentar un poco de ambición para llegar más alto también es legítimo. Lo ilegítimo es pisotear valores para alcanzar una meta.
El primer valor que algunos pisotean es la conciencia de la otredad. No existimos solos, pertenecemos a una especie gregaria y, por consiguiente, siempre hay otro junto a nosotros, un otro al cual debemos consideración y respeto de sus derechos. El egoísta se cree el centro del mundo, de ahí el término egocentrismo. Todo debe girar en torno suyo, por eso no sabe amar. Solo se ama a sí mismo y para amar se necesitan dos: un sujeto que ama y un objeto a quien se ama. En el verdadero amor estos papeles se intercambian.
Siempre me ha gustado el bello cuento árabe del amante que llega, toca la puerta del amado y éste pregunta: ¿Quién es? – Soy yo. Y la puerta no se abre. El amante se retira extrañado, ora unos días y vuelve. Se repite la misma escena. Después de mucha oración, ayuno y reflexión, el amante hace un tercer intento. Cuando tras la puerta cerrada el amado pregunta quién es, el amante contesta: Soy tú. La puerta se abre.
El amor es una identificación de seres. Un ser uno con el otro. Así nos ama Dios. Se nos da entero y exige de nosotros igual correspondencia. El amor humano es un reflejo del divino, pero lo hemos desvirtuado por el egoísmo. Lo hemos convertido en un debe y haber: tú me das, yo te doy; tu me quitas, yo te quito; tú me la haces, yo te pago igual. Eso no es amor, es contabilidad.
Encontré en el envoltorio de un bombón una cita de Gustave Flaubert que me gustó mucho: El corazón es una riqueza que ni se vende ni se compra: sencillamente se da. Cierto, porque no tiene precio. Se entrega el corazón con el ímpetu espontáneo del amor. No hay una tasación previa. El error de muchas parejas está en querer tasar lo in-tasable y cobrar. Esto se traduce entonces en indeseable violencia que llaman de género y que es más bien una degeneración. Hoy hay organizaciones que se están ocupando de combatir esta violencia y alertan con cuñas televisivas, muy pausibles, pero carecen de una consideración previa: ¿qué es el amor? ¿Esa contabilidad que acabamos de señalar? ¡Nooo…!
Amar es saber dar y renunciar. Ningún ser humano es igual a otro. En una pareja que se va a unir, por más que se amen entre sí, hay diferencias de gustos, costumbres, hábitos y ojalá no muchas de educación, que son las más difíciles de conciliar. La armonía sólo se logra sabiendo ceder. En cuestiones de música, espectáculos, deportes, habrá a veces que asistir -o ver por TV- a presentaciones que no gustan al uno, pero sí al otro. En cuestiones del vestir, no se diga. No toda moda agrada a la pareja. Comprendo perfectamente que
desagraden a uno desnudeces y apretaduras. No se arregla con violencia, pero muchas veces la víctima es culpable de no respetar el parecer del otro, de no renunciar al imperio de la moda para satisfacer a su pareja. Es porque no se ha enseñado ni aprendido que la convivencia armónica se logra a fuerza de ceder y conceder.
Tenían mis padres más de 20 años de casados cuando él encontró un día a mamá desayunando con caraotas negras mezcladas con suero, algo usual en sus estados de origen, Lara y Yaracuy, pero cuya apariencia, ciertamente, no es muy grata. Se sorprendió y le dijo: A mí me encastaba mucho eso, pero desde que nos casamos no lo comí más porque pensaba que podía desagradarte. ¡Delicadeza del amor!
El verdadero amor es lo que falta hoy y el verbo que lo ilumina. El más bonito verbo del castellano, antítesis del egoísmo, porque afianza y fortalece toda relación humana de amor, amistad y convivencia, el que indica dar, entregarse, ceder, renunciar, pero sin pesar, más bien con alegría, como su misma etimología lo expresa: complacer.-