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Universidad de Navarra: una deuda impagable

Beatriz Briceño Picón:

Hace 60 años, llegué providencialmente a la Universidad de
Navarra. Un par de años atrás había venido a Caracas
Ismael Sánchez Bella, el primer Rector, que puso en marcha
en Pamplona, el año 1952, ese gran proyecto del fundador del
Opus Dei. Hacía cuatro años que yo había regresado con mis
padres del exilio en Madrid. Lo que nos contó don Ismael, de
ese sueño que empezaba, me conquistó. Y acepté un cargo
honorario para la promoción de esa, apenas naciente, Casa
de estudios.

La Universidad de Navarra, primera de España según los empleadores -  Magisnet

Realmente mi tarea solo sirvió para roturar algún que otro
terreno y mover varios corazones. Sin embargo, un feliz
encuentro con nuestro historiador Guillermo Morón me facilitó
una beca, del Instituto de Cultura Hispánica, para irme un año
a Pamplona. Así podría cumplir mejor mi misión y
aprovecharía ese tiempo para una inmersión en Artes Liberales
y en algunos aspectos de periodismo que complementaron mi
formación de la UCV en Caracas. Lo más peculiar es que tardé
nueve años más en volver a Venezuela. Trabajé en Madrid ese
tiempo. Primero en la recién fundada revista Telva, luego como
delegada de prensa de la Embajada de Venezuela y finalmente
en el GARP, Gabinete Asesor de Relaciones Públicas e
Institucionales, en la calle Zurbano de Madrid.

Ahora acabo de estar en Pamplona, después de 42 años, y
no he podido hacer otra cosa que agradecer y agradecer.
“Soñad y os quedareis cortos” decía San Josemaría. Y así lo
he pensado muchas veces. Por eso he agradecido, en primer
lugar a Dios, después al mismo
San Josemaría, en tercer lugar a mi padre que sembró en mí
esos ideales de hispanidad y de grandeza, y por supuesto a su
discípulo Guillermo Morón que fue un instrumento providencial
en toda esta peripecia.

Esta visita a Pamplona tenía un objetivo muy concreto en este
año jubilar por los 125 años del nacimiento de Mario Briceño
Iragorry: Sembrar en esa universidad que tanto quiero, su
pasión histórica y su amor por la verdad, sus sueños de justicia
y de solidaridad. No lo hice hace 60 años porque aún no había
decantado en mi espíritu el vigor para asumir el legado
recibido. Ahora, consciente de esa distancia que me separa de
ese gran pensador católico que fue don Mario, pero
entrañablemente unida a su corazón, que por gracia especial
permanece intacto en el baptisterio de la catedral de Trujillo,
me he atrevido a pagar una parte de mi deuda.

La Rectora magnífica, María Iraburu Elizalde, con esa
generosidad y sencillez de los grandes, me recibió en su
despacho, me escuchó con atención e interés. Su formación
científica está enraizada en un humanismo solidario y
trascendente que permite vislumbrar, desde ahora, ese toque
femenino que dará muchos frutos en los próximos años. Casi
estoy segura que soy la primera venezolana que estudió en la
Universidad de Navarra. Con esto solo quiero subrayar que
entonces no me daba cuenta.

El despacho del rectorado está
situado en el lugar donde, el 28 de noviembre de 1964, pude
estrechar por primera vez la mano de San Josemaría. La
Rectora quiso que nos hiciéramos unas fotografías allí y en el
gran salón, donde preside un óleo del Primer Gran Canciller
de la Universidad. Tres días después de esa fecha de 1964,
tan memorable para mi y para los Amigos de la Universidad,
nació en Pamplona, la bióloga María Iraburu, primera mujer
que ya ha pasado a la historia de su ciudad natal y de la
Universidad de Navarra.

Tuve ocasión de visitar y contemplar los nuevos edificios, el
hermoso campus que vi sembrar durante mi tiempo en
Pamplona. El Museo me pareció un espectáculo y así todo. Y
qué decir de la ciudad. Amigable, grata y cuidada. Un bello sitio
para estar aunque el invierno y el verano sean fuertes. Un
lugar ideal para estudiar porque todo llama a la excelencia y al
servicio. Un regalo para cualquier joven y para muchos menos
jóvenes que quieran investigar y dejarse seducir por una
atmósfera de belleza, de bienestar y de trabajo bien hecho.
Me detuve en la ermita, bajando de la clínica hacia mi Colegio
Mayor Goimendi. El cielo se lució con su hermoso azul y mis
amistades me hicieron esas horas del todo inolvidables.

Tuve ocasión de hablar con profesores y alumnos. Menos de
los que hubiera querido. Mis ancestros Iragorri me salían al
paso y mis amigos de Mondragón se acercaron a mi
memoria. Me enamoré más del cooperativismo cuando visité
Vitoria y el propio Mondragón donde el amigo José María
Arizmendiarrieta vio crecer su esperanza de un mundo más
solidario y más cristiano. Con el también tenía una deuda que
la Rectora me está ayudando a pagar. Una deuda afectiva y de
responsabilidad, de esas que no se cancelan con dinero.
Volví a Caracas con bríos renovados y muchas ganas de no
desmayar, a pesar de los años. Navarra ha sido siempre un
lugar para volver, para crecer, para soñar, para rezar y trabajar.
Un lugar para reencontrarse con la gente, con las esperanzas y
las ilusiones que nos hacen acumular más juventud cada día
que pasa…

 

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