Lecturas recomendadas

A propósito del IV Domingo de Cuaresma

Evangelio: Juan 9, 1-41

 

 

Padre Alberto Reyes Pías, sacerdote cubano:

 

Toda raíz es resultado de un proceso. Los “entusiasmos emocionales” pueden ser muy agradables pero suelen durar poco.

 

Cristo se autodefine como “la luz del mundo”, sin embargo, dejar que él sea “mi luz”, hacer del Evangelio el punto de referencia de mis decisiones, eso, definitivamente, es un proceso, y lleva tiempo.

 

El Evangelio del ciego de nacimiento muestra un proceso, indicado por el modo en que el ciego que recupera la vista va nombrando a su sanador: primero es “ese hombre llamado Jesús”, luego lo considera “un profeta”, para terminar reconociéndolo como “Señor”. Para los fariseos, por el contrario, Jesús no pasa nunca de ser “ese”.

 

¿Cómo se entra en un proceso de intimidad con Cristo que termine dándole las riendas de nuestras decisiones? O, ¿cómo se hace el camino contrario, cómo puede Cristo pasar de ser alguien significativo a ser solamente un conocido e incluso un extraño?

 

Más allá de lo que nos ayuda a acercarnos a la persona de Cristo (la oración y todo lo que nos facilita el conocimiento de su persona y su mensaje), la clave está en la fidelidad a la voz de la conciencia en lo pequeño y en lo privado, en los ambientes sin testigos.

 

La conciencia es la instancia que nos dice lo que está bien y lo que está mal. El camino hacia la elección de los grandes bienes o de los grandes males, de las grandes fidelidades o de las peores infidelidades empieza a definirse en los momentos de negociación con nuestra conciencia en lo pequeño y en lo secreto.

 

Cuando acepto ser infiel a mi conciencia, porque lo que está en juego “no es gran cosa” o porque “ahora nadie me ve”, puede ser este el inicio de un camino en el cual se va domesticando poco a poco a la conciencia en el arte del “ella me mira, y yo la entiendo, me advierte con su mirada, incluso me recrimina, pero yo le paso por delante, evito su mirada aunque la sienta, y tomo los caminos que ella reprueba”. Y así, desde la trampa de las decisiones pequeñas, nos vamos sintiendo cada vez más “independientes” de la brújula que indica el camino de la coherencia.

 

Afortunadamente, el recorrido contrario es sólido y fuerte, porque cuando aprendemos a caminar en diálogo sereno con la conciencia y, a pesar de las discusiones y los malestares inevitables, accedemos a sus reclamos, llega el momento en el que no sólo nos sumergimos en la paz que sólo trae la elección del bien sino que, además, nos acostumbramos a ello.

 

Y entonces la semilla de discípulo germina, y entramos en la óptica de la libertad elegida, donde cada vez tiene menos peso que nos entiendan, que nos aprueben, mucho menos que nos vean. Es más, entramos en el espíritu de la libertad frente a nosotros mismos, y sin dejar de tener deseos, intereses, instintos, miedos, caprichos… experimentamos que éstos pierden protagonismo, y que vivir “de cara a Dios” nos compensa mucho más.

 

 Es entonces cuando nos damos cuenta de que podemos vivir regateándole a la conciencia, que podemos vivir rozando el límite entre el bien y el mal, que podemos incluso pactar con el mal… pero que no queremos hacerlo. Es entonces cuando el lodo da paso a la luz.-

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