Opinión

Toda carrera, por más larga que sea, tiene un final

Egildo Luján Navas:

En 1941, la expectativa de vida del venezolano al nacer era de 39 años. A partir de esos años,(1939-1945), se inicia  la Segunda Guerra Mundial y el hecho obliga a un desarrollo violento de la industria y de la explotación petrolera venezolana para suplir de petróleo (combustible) a las fuerzas libertadoras en contra del nazismo alemán. Crecimiento petrolero que le  permitió al país,  hasta 1999, obtener un índice de expansión  económica y de desarrollo sostenido de los más elevados del mundo. Por supuesto, la consecuencia no podía ser otra:  el hecho permitió elevar la expectativa de vida en el país a 72 años en promedio. En otras palabras,  mejorar la esperanza de vida del venezolano en 33 años.

En el transcurso de los últimos 23 años, con base en la sombra  del «Socialismo del Siglo XXI», y como consecuencia del drástico incremento de los precios del petróleo a escala mundial, hay que tener presente que Venezuela obtuvo  más ingresos que la sumatoria de lo percibido en el resto de la historia petrolera nacional. Sin embargo,  es difícil entender el retroceso en expectativa de vida, el deterioro,  la ruina y la destrucción del país, después de haberse contado con el más gigantesco ingreso de divisas, en respuesta al comportamiento del negocio del crudo.

La pérdida y derroche del dinero de la nación salta a la vista. Sobre todo por  la ola de escándalos por corrupción y de robo, cuando el mismo régimen, durante años, alabó, ponderó y premió a sus más destacados altos funcionarios públicos, para luego, dependiendo de la situación y de la  conveniencia, acusarlos y descalificarlos, a la vez de despotricarlos, con base en la  selección de acciones delictivas por robos mil millonarios.

Lo antes expuesto, desde luego, podría tener varias lecturas, y una de ellas pudiera implicar una lucha interna por el poder, o un reacomodo  jerárquico. Es decir, una situación que, incluso, podría hacerlos tambalear y desplomarse. Lo cierto es que, según lo que se aprecia,   pareciera que las polillas se los están comiendo internamente.

En Venezuela, actualmente, tanto los MALOS como los BUENOS (y que cada quien se sitúe donde quiera)  están llamados a reflexionar y a pensar en que todo tiene un final, y lo interesante es que los clarines ya están anunciando que se está llegando a ese final. Desde luego, tal final puede ser cruento o pacífico, lo cual  sería lo ideal, porque la inconformidad es general, además de que  las miles de protestas no permiten precisamente una proliferación de esperanzas. Por el contrario, lo que se aprecia es que al país se le está  obligando a que,  por sí solo, y con las condiciones que se están concibiendo  peligrosamente, se le induce a procurar o a forzar una solución a como dé lugar, con todo y los peligros que eso implica.

El haberle dicho a los docentes, a los militares y a los policías que el régimen no tiene cómo pagarles salarios dignos, mientras  les sugiere que se metan a «EMPRENDEDORES» en busca de sustento, con ello,  están prácticamente empujándolos a que usen la autoridad a discreción y, abusivamente, para promover sus propias fuentes de ingresos. En otras palabras, a desarrollar sus propio sistema de cobro de  coimas o de «mordidas», como lo denominan  en México, amén de la «vacuna», como se le llama en Venezuela. ¿Con miras a qué?. Desde luego, a minar su moral y el orgullo de ser hombres y mujeres al servicio de la Patria. En otras palabras, les hicieron una invitación a delinquir y en el nombre del ejercicio de una potestad administrativa.

 

Se podría decir que este peligroso y pronunciado descontento en los cuarteles, las sedes de las policías y en más del 90% de la población, en conjunto, conforman  una manera de exacerbar reacciones. Bastaría con sumar el hecho a las acusaciones públicas que se vienen haciendo, y que contemplan  robos y  contra personeros del régimen por miles de millones de Dólares. De igual manera, por el supuesto exhibicionismo grosero de lujos y de derroches de parte de funcionarios, como de  cómplices, y  ante un pueblo abusado, arruinado y hambriento. ¿Qué decir?. Desde luego, que cada referencia mutila cualquier atisbo de esperanza para el «ciudadano de a pie,» mejor dicho, para todo lo que dentro y fuera del país se le identifica como a todos los que son y dicen ser hijos de Venezuela.

Definitivamente, es  imperativo que los responsables del surgimiento, desarrollo y sostenimiento de este desastre se PONGAN DE ACUERDO, que coincidan en la imperiosa necesidad de  dar un paso atrás; de  permitir la conformación de un gobierno consensuado y  de transición, dispuesto a ser  integrados por personas dignas y de conocida experiencia y solvencia moral. Sobre todo para  que estabilicen, pacifiquen y refunden al país, como una previa manera y  posibilidad que permita ir luego a un proceso electoral presidencial confiable e integrado con autoridades imparciales.

Sin duda alguna, es ingenuo pensar en que un régimen tiránico esté dispuesto a entregar el poder por la vía de elecciones, y que lo haga sin dar pasos dirigidos a participar en la reducción progresiva de la modalidad concebida y administrada para, precisamente, alentar el acto tiránico.

Cambiar, y hacerlo desde el fondo, no es asunto de arengar presuntas demostraciones y actos que evidecian el cambio como tal. Porque cambiar, y hacerlo desde el fondo de los hechos y de las causas, eso únicamente se logra llegando a acuerdos políticos y a entendimientos  civilizados. Y, de no ser así, entonces, tendría que ser por la fuerza, por el uso de la peor de las opciones que ofrece la política cuando se le ha llevado a la condición  como ha sucedido hoy en Venezuela.

Las alternativas y las posibilidades para cambiar, desde luego, sí existen. De hecho, sí tienen una referencia que no se puede echar a un lado, acudiéndose a las excusas que no permiten su uso motivadas por interes e intenciones dirigidas. Bastaría con recordarlo una vez más:  EL PACTO DE PUNTO FIJO. EJEMPLO DIGNO DE EMULAR, indistintamente de las consideraciones interesadas en descalificar el hecho, para justificar la «creación» de caminos, como de  condiciones que terminaran escribiendo los falsos pasos de una interesada construcción política, económica y social  presuntamente transformadora.  –

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