Iglesia Venezolana

Cardenal Porras en Miércoles Santo: Al Nazareno no lo seguimos para acallar nuestros males, sino para encontrar la fuerza y el coraje de superarlos

No podemos ser masoquistas y revolcarnos en un presente oscuro que nos desanima o nos inhibe para no ser, con valentía, los protagonistas y constructores de la paz que necesitamos para vivir mejor y ofrecer a nuestra juventud un futuro de posibilidades y de equidad

HOMILÍA DEL MIÉRCOLES SANTO, DÍA DEL NAZARENO, EN LA PARROQUIA DE SANTA TERESA, EN LA PLAZA DIEGO IBARRA, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS, ARZOBISPO DE CARACAS. Caracas, 5 de abril de 2023.

 

Queridos hermanos y peregrinos devotos del Nazareno de San Pablo.

Un saludo a los medios de comunicación social que permiten a mucha gente que no puede venir a esta hermosa cita caraqueña, participe y afiance su fe en Jesús sufriente y en la Iglesia.

 

En esta tarde de miércoles santo nos convoca la tradición. Miles de peregrinos se han dado cita en el día de hoy para venir a los pies de la milagrosa imagen caraqueña a ofrecer sus plegarias. Unas transidas de dolor por alguna necesidad propia o ajena; otros, con fe firme a pedir su intercesión o agradecer el favor recibido. Desde tiempo inmemorial la vida de Caracas, sobre todo en momentos difíciles, de pandemias o problemas sociales, se vuelca al rostro amoroso y tierno, pero sufriente y paciente, del Nazareno de San Pablo. Es la plegaria del profeta Isaías que nos dice: “El Señor me ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento”. Son las palabras que necesitamos cuando nos abaten los aprietos permanentes de la vida cotidiana.

 

Miércoles santo, en el que nos aflige, el mal ejemplo de Judas y la confabulación de las autoridades judías, tramaron vender a Jesús a cambio de treinta monedas de plata. La traición, el engaño, el aprovechamiento del otro, nos acosa constantemente y en nuestro egoísmo nos olvidamos del otro, de los otros con quienes no compartimos afectos o con quienes nos sentimos ofendidos.

 

Pero no podemos ser masoquistas y revolcarnos en un presente oscuro que nos desanima o nos inhibe para no ser, con valentía, los protagonistas y constructores de la paz que necesitamos para vivir mejor y ofrecer a nuestra juventud un futuro de posibilidades y de equidad.

 

El ejemplo del Jesús sufriente, del Nazareno que llevamos dentro cada uno de nosotros, no lo seguimos para acallar nuestros males, sino para encontrar la fuerza y el coraje de superarlos para que la paz y la concordia reine en el corazón de cada uno y en el corazón de una sociedad más justa y acogedora. La semana mayor es una invitación urgente a la esperanza y a la plenitud de la vida, no a la muerte y a la desesperanza.

 

Hagamos nuestra la súplica que en versos de Andrés Eloy Blanco nos pone ante la imagen del limonero del Señor:

Un aguacero de plegarias

asordó la Puerta Mayor

y el Nazareno de San Pablo

salió otra vez en procesión.

En el azul del empedrado

regaba flores el fervor;

banderolas en las paredes,

candilejas en el balcón,

el canelón y el miriñaque

el garrasí y el quitasol;

un predominio de morado

de incienso y de genuflexión.

 

—¡Oh, Señor, Dios de los Ejércitos.

La peste aléjanos, Señor…!

 

Hoy venimos a hacer nuestra esta plegaria, en el horizonte de una realidad que nos ofrece como dádiva el conflicto, la discriminación, el odio, la guerra y la muerte. La superación de la pobreza y de la exclusión, sólo se superan si ponemos de lado, los abusos del poder, la intransigencia y la imposición de los más fuertes sobre los más débiles. Sin la ternura que nos da alas para el reencuentro, para sumar las coincidencias en la que podemos encontrarnos para construir ese mundo mejor, nos convertimos, insensiblemente, en sepultureros de las buenas acciones que nos muestren el auténtico camino del entendimiento y el diálogo fecundo.

 

Pensemos en cada una de nuestras familias. Entre todos los que conformamos el grupo familiar, son muchas las diferencias de edad, de saber, de opinión. Sin ese acuerdo necesario para caminar juntos, el hogar se convierte en un antro de conflictos del que queremos huir. En lugar de unirnos, nos separa y nos amarga. En un día como hoy, el Nazareno nos urge a renovar la fe de auténticos creyentes. Para encontrarme con el Señor, no necesito llevar mi propia luz, mis ideas, mis palabras. La luz es Él y la oración es la que hace resplandecer mi oscuridad, mi incapacidad de respuesta generosa.

 

La angustia, no nos abandona nunca. Las penurias de cada día, la imposibilidad de trabajo, de convivencia armónica, de superación de mi pobreza o indigencia forma parte inseparable de la condición humana. Pero no para soportarla porque no hay salida. Al contrario, es el acicate para ser auténticos ciudadanos y creyentes, hacedores del bien y de la paz. La angustia, junto al impulso de vida, es la que provoca el empujón que nos permite salir del útero materno. Las últimas semanas en el seno materno, el bebé vive la angustia de la falta de espacio que, paradójicamente, durante los meses anteriores le ha permitido desarrollar sus capacidades fundamentales para poder vivir. Nacer es salir a otro lugar, todavía desconocido e inhóspito para el recién nacido. El temperamento adquirido en la gestación nos hace traducir la angustia de la partida en tres posibles sensaciones que quedarán en nosotros el resto de nuestra vida.

 

La primera es la desconfianza, que nos hará especialmente susceptibles a sentir miedo. La segunda es el desvalimiento, que nos hace vulnerables a la soledad. La tercera es la sensación de impotencia, que genera en nosotros frustración y rabia. En la edad adulta, la vida nos pone a veces en situaciones donde se vuelve a despertar la angustia primera, concretada en miedo, soledad e impotencia (Dolores Aleixandre, Cinco pasajes de la Pascua, p. 39-40). No es acaso esto último lo que nos tiene paralizados ante los problemas que padecemos en nuestra patria. No estamos ante un callejón sin salida. Necesitamos reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestra propia historia. No podemos vivir dando vueltas con nuestra infancia o adolescencia en la que no nos sentimos comprendidos o a lo mejor maltratados.

Se nos inculca a menudo que todo pasado fue peor, por lo que hay que comenzar de nuevo con el ofrecimiento de un paraíso que nunca llega. Necesitamos reconciliarnos con nosotros mismos y con la sociedad donde nacimos y crecimos. No se trata de magnificar el pasado, porque toda obra humana es imperfecta. Somos llamados a progresar asumiendo lo positivo y corrigiendo los yerros personales o inducidos por la sociedad. Con humildad y paciencia. Humildad significa contar siempre con la posibilidad de que reaparezcan necesidades y pasiones que creíamos superadas. Ante ellas hagamos el propósito de capacitarnos para recorrer con cuidado y confianza en la búsqueda de la serenidad interior que nos haga ver en ellas la señal de Dios que nos invita permanentemente a reconciliarnos con nosotros mismos.

Pero también con la comunidad, con la sociedad en la que vivimos. Somos distintos, pero no enemigos. Sin perdón y misericordia no habrá posibilidad de entendimiento y de edificar puentes que nos unan. No partamos de la condena fácil de los otros, como para exculparnos de toda responsabilidad. Hay que restablecer la relación con los demás. Pensemos en ejemplos cercanos en el tiempo. Mandela en Suráfrica, Aylwin en Chile, Suárez en España, son testigos de lo que lograron en libertad y democracia en sus países, gobernando con los que fueron sus enemigos o verdugos.

La guerra en Ucrania y en tantos otros lugares del planeta, las sociedades autoritarias o dictatoriales son testigos claros de la injusticia y la desigualdad. Ante el Nazareno tenemos que convertirnos en peregrinos de la esperanza. Caminamos hacia la concordia para transitar por las sendas de una sociedad más libre, más respetuosa, más solidaria. Seamos constructores de la paz, ese es el verdadero camino de la redención, la salvación, en el sentido de que se nos ha dado una esperanza, una esperanza fiable, gracia a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Los cristianos debemos tener la mirada de Cristo, que abraza rebajándose, que busca al que está perdido, con compasión. Esta es, debe ser siempre, la mirada de la Iglesia, como la mirada de Cristo, que no es una mirada de condena.

 

Los hombres de Dios, seguidores del Nazareno, que proclamamos el Evangelio del Resucitado tenemos el deber de gritar esta verdad de fe. Dios es un Dios de paz, de amor y de esperanza. Un Dios que quiere que todos seamos hermanos, como nos enseñó su Hijo Jesucristo. Los horrores de la guerra, de toda guerra y de toda exclusión, ofenden el sagrado nombre de Dios. Y le ofenden aún más cuando se abusa de su nombre para justificar estragos indecibles (Papa Francisco).

 

Razón tiene el Papa cuando nos pide que veamos el mundo, nuestro mundo, no desde el poder sino desde la periferia. Ver nuestra vida y la de los demás, no desde nuestro atalaya de confort, sino desde el puesto de los que sufren, de los miserables, de los que viven hacinados. Desde allí se ven las cosas de manera diferente, y nos interpela a todos, para construir la paz, de ellos y la nuestra.

 

Querido Nazareno de San Pablo. Desde niños hemos orado ante tu imagen en la Basílica de Santa Teresa. Hoy volvemos esperanzados ante ti, que obraste con prontitud y misericordia en la esquina de Miracielos, con la señal en aquel limonero que extinguió la peste, ahora también acudimos confiados ante los sufrimientos de quienes con fe y esperanza clamamos a Ti. Tú bien sabes que no podemos subsistir por nuestra fragilidad, asediados por tantos peligros. Concédenos salud de alma y cuerpo, acoge con cariño a tantas madres que hoy vienen con sus hijos en brazos, o que anhelan que los mayores vuelvan a su regazo, porque están lejos, desaparecidos o difuntos. Cura a los enfermos y danos paz. Intercede junto con tu madre santísima, nuestra madre María por nuestra patria Venezuela. Amén.

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