La carta de José Antonio a su tía carmelita antes de ser fusilado: «Estoy preparado para morir bien»
Se confesó antes de ser ejecutado y en su testamento dejó clara su fe católica
José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, fue fusilado el 20 de noviembre de 1936 y existe una absoluta certeza histórica sobre el carácter cristianamente ejemplar de su muerte, en correspondencia con su vida de católico coherente con la fe.
Pruebas fehacientes de ello se encuentran en el libro Las últimas horas de José Antonio (Espasa), que escribió en 2015 el escritor y periodista José María Zavala, quien ya había presentado otras obras anteriores directa o indirectamente relacionadas con el personaje, como La pasión de Pilar Primo de Rivera (Plaza & Janés).
La víspera de su muerte, José Antonio fue confesado por José Planelles Marco, compañero de prisión y sacerdote que moriría mártir días después en una saca de la cárcel por milicianos frentepopulistas.
Curiosamente, en un cuestionario que le hizo su hermana Pilar cuando José Antonio sólo tenía 17 años (y que, por el tenor de las preguntas y respuestas, no pasaba de un juego humorístico), a la pregunta «¿Cuál es tu mayor deseo?», él respondió: «Ser presbítero».
Muerte cristiana
«Condenado ayer a muerte», escribe José Antonio en su testamento, «pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia… En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico».
Y a su tía Carmen, carmelita descalza, le escribió una carta el día antes de su muerte: «Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva… Dentro de poco momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes». La postdata es una nota de humor cómplice: «Como no eres joven, pronto nos veremos en el cielo».
La cláusula primera de su testamento establecía: «Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz».
Los «mártires de Novelda»
Sólo fue así tras finalizar la guerra y ser hallado su cuerpo. José María Zavala se hace una pregunta al respecto: «¿Llegará a convertirse José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los llamados ´mártires de Novelda´, fusilados junto a él y sepultados luego en la misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López«?
Los cuatro «mártires de Novelda», fusilados junto a José Antonio.
Cayeron bajo las balas el mismo día y a la misma hora que José Antonio, ¿podría él seguir el mismo destino?, pregunta Zavala en su libro a José Luis Casanova, consiliario de las causas de canonización de la diócesis de Orihuela-Alicante. «Se encoge de hombros, tras responder escueto y diplomático», y añade: «Si en sus caso se cumpliesen también esas dos condiciones…»
Se refiere a las que exige la Iglesia para considerar a alguien mártir: el odium fidei [odio a la fe] como razón del crimen, la aceptación sobrenatural de la muerte, el perdón a los verdugos, etc. Quizá la primera es la que única que pueda suscitar dudas en el caso del fundador de Falange Española, pero según Zavala «José Antonio era odiado como político, pero también como católico y profundo hombre de fe«.
Fotografías de la ficha policial de José Antonio tras su detención el 14 de marzo de 1936, cuatro meses antes del inicio de la guerra. Ya no abandonaría la prisión hasta ser ejecutado en noviembre, tras un simulacro de juicio.
Las últimas horas de José Antonio es un relato completo de todas las circunstancias (personales, políticas, locales… horas, lugares, armas…) que rodearon ese fusilamiento, y con decisivas aportaciones documentales, como la lista completa de los funcionarios de guardia ese día en la cárcel, las declaraciones de los miembros del pelotón ejecutor o los recuerdos de un testigo presencial de nacionalidad uruguaya.
Pero es también un homenaje a esos cuatro mártires, que dejaron constancia clara de su fe en los últimos momentos previos a la muerte que compartieron con José Antonio.
Palabras de despedida siempre cristianas
Ezequiel Mira, de 23 años, abogado, era adorador nocturno y miembro de Acción Católica. El día 13 escribió una carta a sus padres, hermanas (cuatro, una de ellas monja) y a su novia: «No he tenido ni un minuto de inquietud, ni un instante de miedo ni desconsuelo. Tengo además gran confianza en que Dios velará por vosotros. Eso es solo lo que pido, además de su perdón. Adiós, pues, me voy con el alma absolutamente tranquila. A los que tan falsamente me acusaron, los perdono. Recuerdo a todos los que me conocieron. Desde el Cielo rezaré y miraré por vosotros y por ellos».
Luis Segura, de 33 años, empresario, detenido por confesarse amigo de una persona a por la que iban unos milicianos («Sube tú también al coche» fue su juicio y su condena), escribió así a su familia: «Tened mucha tranquilidad y no lloréis, pues no quiero que lloréis. Tened mucha resignación, como yo la tengo; pensad que este mundo son cuatro días… Perdonad de todo corazón a mis enemigos como yo les perdono«.
Vicente Muñoz, de 27 años, viajante, dirigió sobre el papel, junto a otras tiernas palabras de amor, estas reflexiones para su novia: «Por la misericordia de Dios, que no por méritos míos, tendré la dicha de encontrarme en el Cielo, que espero para ti… Si bien quieres mi felicidad debes alegrarte porque la he encontrado en el seno de Dios… Que se cumpla su Santa Voluntad, que siempre será el bien nuestro… ¡Qué sabemos nosotros, miserables criaturas, de la grandeza inescrutable de Dios!… Te emplazo para el Cielo que más tarde o más temprano ha de llegar para ti. Procura ganártelo. Así sea. Con el corazón oprimido por la angustia de no verte más, te envía la sinceridad de su amor tu Vicente».
Luis López, de 33 años, mecánico de automóviles, padre de tres hijos y esperando el cuarto, se despidió así de su esposa: «No me llores ni te aflijas; hazte el ánimo ya que así lo ha querido Dios, y emplea todos tus esfuerzos en criar a nuestros hijos, a los que llevo atravesados en el corazón… Adiós; no puedo más. Joaquina: si crees que tengo algún enemigo, perdónale, que yo le perdono. Adiós. Adiós. ¡Ay, mis hijos! Adiós…»
Publicado en ReL el 2 de marzo de 2015 y actualizado.