El cara ¿qué? de 1989
Rosario Orellana:
Un vasto parecer de buena fe creyó que las alteraciones de orden público y saqueos que se iniciaron el 27 de febrero y que derivaron en trágicos sucesos, fueron absolutamente espontáneos y estrictamente en contra del gobierno que recién se iniciaba, en reacción a los efectos inmediatos de los primeros anuncios y medidas de lo que en el tiempo se fue perfilando como el hasta la fecha único intento de transformación y modernización estructural del Estado venezolano.
Aun ahora quizá sea esa la percepción generalizada, a pesar de múltiples edulcoradas confesiones de conspiración de larga data con pretensiones de meritorio reconocimiento, por parte de actores vivos y fallecidos, apropiándose del dolor de aquellos días, como precursor de sus ulteriores triunfos.
¿Qué fue el llamado caracazo? ¿Tiene asidero seguir asumiendo, sin cuestionamiento alguno, la inexistencia de un hilo conductor entre la prolongada tragedia en la que ha sido sumergida la nación venezolana, el llamado Caracazo y otros acontecimientos?
Mirando desde mi ventana, la sincronización de la atribuida espontaneidad me resulta, de suyo, una curiosidad. Bastantes propuestas, opciones van, opciones vienen y tiempo suele consumir un grupo aun poco numeroso en concertar lugar, fecha y hora para un desayuno o almuerzo o un mero encuentro.
Me luce pertinente recordar la llamada “Noche de los Tanques”. El 26 de octubre de 1988, a poco más de un mes de las elecciones generales, estando fuera del país el entonces Presidente Jaime Lusinchi, un Mayor del Ejército ordenó movilizar una columna de 26 vehículos blindados del Batallón Ayala a las 7 de la noche, hacia la zona del Palacio de Miraflores. Los tanques, bajo el mando de un Capitán, tomaron posiciones estratégicas alrededor de la sede del Ministerio de Relaciones Interiores, donde se encontraba el ministro, Simón Alberto Consalvi, encargado aquellos días de la presidencia, mientras al mando de otro capitán, una columna más tomó la Viñeta en el área de Los Próceres, residencia destinada a Jefes de Estado visitantes y otras personalidades. Tanto el Encargado de la Presidencia como el Ministro de la Defensa a quien aquél llamó, se sorprendieron, el segundo ordenó retirar los tanques y ambos capitanes fueron arrestados. El mayor que dio la orden violó todos los protocolos y procedimientos establecidos para la realización de cualquier operación militar, que requiere una serie de confirmaciones y otras medidas de seguridad. Interrogado por varios días y sometido a juicio militar, argumentó que obedecía órdenes impartidas telefónicamente por el inspector general y segundo comandante del ejército, un general de división, quien negó ser el autor de tal orden. El expediente fue cerrado por orden del Ministro de la Defensa. No obstante, según informaciones posteriores, conspiradores de los fracasados golpe de Estado de 1992 aparecieron involucrados en el incidente de 1988, incluyendo a Hugo Chávez, por lo que surgió la hipótesis según la cual la Noche de los Tanques fue un primer golpe frustrado.
No me parece descartable que el llamado Caracazo, ocurrido apenas cuatro meses después de “La Noche de los Tanques” fuese parte del complot tanto tiempo enquistado y pendiente de cualquier oportunidad para golpear, debilitar o subvertir la constitucionalidad democrática. Tal vez la obligada atención a algunas emergencias insospechadas e inadvertencias tácticas derivadas pudieron contribuir a configurar el llamado Caracazo como una de tales oportunidades. Los días que precedieron a aquellos explosivos de febrero y marzo, se agregaron imprevisiones, siempre más fáciles de identificar a posteriori, por supuesto.
El archivo personal y frágil, almacén de vivencias que es la memoria, me trae imágenes, registros, sensaciones y reflexiones. Seguidamente reseño algunas.
Aquel lunes 27 de febrero, el Ministro de la Secretaría regresó del despacho presidencial a su oficina preocupado y tarde al almuerzo de trabajo al que había convocado con otro asesor y conmigo para tratar la implantación de un sistema de seguimiento a las decisiones adoptadas por el Consejo de Ministros, así como las resultantes de las cuentas presentadas por cada ministro al Presidente. Nos informó que un auto mercado había sido saqueado, según recuerdo, en Cumaná. Como quien se asoma al porvenir, agregó, palabra más palabra menos «esas cosas se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo terminan». Con el ambiente algo tenso, abordamos el tema de la reunión. Luego, el Ministro se fue a Barquisimeto con el Presidente. Mas tarde, un edecán angustiado entró a una oficina del Ministro que éste me había asignado, para preguntarme si podía decirle el lugar específico en Barquisimeto, dónde se encontraba el Presidente. Lo que ocurrió los días posteriores es harto conocido.
El ritmo de los pasos para ejecutar el programa de reformas no gozó de unanimidad entre los ministros, pero ese mismo mes de febrero, Jaime Lusinchi había entregado la Presidencia con más del 60% de aceptación o popularidad, significaba que, en la percepción de al menos esa proporción de venezolanos, no había nada que cambiar pues vivíamos en el mejor de los mundos. Aunque es poco recomendable tomar decisiones importantes en situaciones de emergencia, la terca realidad contraria se impuso al gobierno entrante, que se encontró con precario margen de maniobra y sin tiempo para convencer. La publicitada “botija llena” no existía, la situación de las reservas, por ejemplo, era apremiante, apenas alcanzaban los tres o cuatrocientos millones de dólares frente a algo así como seis mil millones, asimismo de dólares, solamente en compromisos por cartas de crédito.
El mismo 27, lunes, día de regreso al trabajo a hora más o menos coincidente, por lo que suele haber acumulación de gente para tomar el transporte, en lugar de un viernes, por ejemplo, cuando el deseo más común de las personas es regresar pronto a casa, entró en vigor un aumento del costo del transporte, al que se atribuyeron tempranos disturbios en Guarenas.
Es difícil estimar la medida en que la información sobre una próxima liberación de precios, sin previa labor de concientización, recibida por oídos fanáticos de la ganancia fácil o, simplemente, cuidadosos del valor de reposición, agravó la escasez que los prolongados controles venían provocando. Pero es incuestionable que los anaqueles vacíos en los expendios de alimentos contribuyeron a caldear los ánimos y abonaron a desatar la ira popular.
La Policía Metropolitana, por su parte, vivía una aguda crisis ¿también espontánea y sólo espontánea? que no había trascendido y que la incapacitaba para cumplir su función de preservación del orden público. Así la actuación de sus efectivos tuvo más relación con el clima interno un tanto anárquico, que con sus funciones y responsabilidades. Uno de los botones menos trágicos de la muestra, lo tuvimos sólo el lunes 27 en las pantallas de televisión al transmitir en directo, cómo sus efectivos impusieron colas en la entrada de varios de los negocios que fueron saqueados, en espera de la salida de otras personas cargadas con cuanto podían.
Adicionalmente, el país venía de nueve o diez años sin necesidad de utilizar equipos antimotines y apenas se encontraron unas inservibles máscaras antigases.
Se omitió, al parecer, el escenario de eventuales reacciones de violencia o perturbación y la sorpresa fue total, con su consecuente desconcierto.
A falta de policía efectiva se improvisó en La Carlota, que no contaba con balizaje, la llegada nocturna de tropas desde el interior porque en Caracas el número de efectivos apenas rondaba los mil quinientos. Aún después, el Ministro de la Defensa al salir del Despacho presidencial y ser abordado por algunas personas en los corredores, comunicó que nada se podía hacer porque el Presidente no quería represión. Un día más tarde, se repitió la escena y el Ministro transmitió el siguiente diálogo con el Presidente. Ministro, esto no puede continuar ¿Qué hago Presidente? Haga lo que tiene que hacer para que esto no continúe.
Desde una de las oficinas más cercanas al Consejo de Ministros, identificada en la puerta como Oficina Privada del Ministro de la Secretaría, hacía yo aquellos días mi trabajo como una de sus asesores. El Ministro hizo instalar allí dos planos de la ciudad, uno de Seguridad y otro de Abastecimiento y vinieron 4 oficiales quienes, mediante tachuelas de colores mantenían actualizada la información que les llegaba, en particular desde el comando estratégico, a través de varios teléfonos punto a punto, instalados a tal efecto. Fueron, desde luego, días muy intensos y largos. Sin que estuviera previsto y tampoco pregunté por qué lo hacían, en las noches la central nos remitía llamadas de angustia pidiendo apoyo frente a supuestos grupos amenazantes. Con el personal de oficina que me acompañaba, las canalizábamos como podíamos. Salvo una que se identificó desde una urbanización del este de la ciudad, todas ellas se decían procedentes de zonas populares, las más frecuentes de Catia y del 23 de enero. Desde este último sector, no sabría precisar si a las 11 de la noche o las dos de la madrugada, una voz femenina clamaba por ayuda ¡Por favor, envíen a alguien que nos quieren quitar nuestras casas! ¿Quiénes? pregunté. ¡Ellos, ahí vienen! Aunque insistí no logré precisión y le pedí sus datos. En esa ocasión acudí a uno de los oficiales encargados de los planos de seguimiento quien luego de hacer gestiones, diligente y amable, me refirió que sólo podían enviar una tanqueta. Avisé a aquella persona, pidiéndole no asustarse cuando llegara una tanqueta. Para mi estupor, contestó, sin vacilar ¡Mejor, que vengan y los maten que nos quieren quitar nuestras casas!
Entre tantas incidencias impactantes que se me quedaron grabadas, recuerdo el asesinato de un soldado de la Guardia de Honor. El joven efectivo, confiado y desaprensivo, salió de Palacio Blanco no se a qué y en la esquina noreste fue derribado por un francotirador, desde un edificio vecino. El tema de los francotiradores fue recurrente y su sola presencia me pareció desbordar la explicación de la espontaneidad de aquellos hechos. Ello se me hizo más robusto porque uno de los oficiales encargados del seguimiento de la situación de Seguridad, me expresó su confusión. No entiendo, me dijo, pero los francotiradores están siendo coordinados por radioaficionados. Entendí que era su modo de expresar la sorpresa de constatar que estaban concertados mediante equipos de comunicación, no que lo fuesen mediante la red de radioaficionados
Tuve que ir en misión a Bogotá por dos días, después cuando vivíamos el sabor amargo de lo ocurrido, comenté el asunto de los francotiradores con una persona de seguridad, de mi confianza. No se inmutó y me ofreció un regalo. En efecto, tiempo más tarde me trajo casi una carretilla de papeles con copia de informes y fotos de inteligencia relativas a las actividades de ex guerrilleros, entre otros activistas, durante décadas. Aquel material me resultó impresionante. Incluía testimonios gráficos y reportes de reuniones de aquellos con insospechadas personalidades. Hay fotos que no dicen nada al ser notorios actos protocolares o gestos de cortesía y otras que revelan mucho. En una de éstas un reconocido y respetado personaje me transmitió que trataba con especial deferencia a un exguerrillero también muy conocido porque salió a despedirlo afuera, con la puerta de su casa a su espalda. Como juego del destino, aquel legajo se me extravió en una mudanza.-
Febrero 27 de 2023