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Migrantes: entre la criminalización y el uso político

Alfredo Infante, sj:
La migración, fenómeno constante que transforma la demografía del continente, ha sido noticia esta semana. Tres hechos la han puesto en el tope de la opinión pública:

En primer lugar, el trágico y lamentable arrollamiento -ocurrido el 7 de mayo en la ciudad de Brownsville, Texas- de un grupo de migrantes que aguardaba en la parada de autobuses. En el hecho murieron 8 personas y 10 resultaron gravemente heridas, la mayoría de nacionalidad venezolana. Al parecer no se trata de un accidente, pues testigos del hecho han declarado que el conductor embistió al grupo gritando improperios, por lo que «el responsable del arrollamiento fue acusado de 10 cargos de asalto agravado con un arma mortal: su vehículo. Pero aún las autoridades no definen si fue intencional o accidental» [1]. Habrá que esperar los resultados de la investigación. Ante la vulnerabilidad de la población migrante y sus familias, las ONG de derechos humanos y la Iglesia jugarán un papel importante para que haya verdad y justicia.

En segundo lugar, la situación de cientos de migrantes varados entre la frontera de Chile y Perú, en condiciones infrahumanas y de desprotección, a causa del endurecimiento de las políticas fronterizas de ambos países. La mayoría de estos migrantes no se están movilizando con agenda de retorno, sino con el proyecto de atravesar el continente y llegar a Estados Unidos, porque si en el período 2016-2020 el flujo mayor de la migración venezolana fue hacia el sur, con el giro a la izquierda en Chile -y el consecuente deterioro de la economía y las condiciones de vida- ahora la tendencia de la migración venezolana es emprender el tortuoso e incierto camino hacia el norte.

En este contexto, el «Plan Vuelta a la Patria» del Gobierno venezolano logró trasladar a 110 personas. Se agradece el esfuerzo y ojalá se haga un seguimiento al proceso de integración de los retornados; sin embargo, hay que advertir que la tendencia de la migración venezolana asentada en el sur no es volver al país. Por eso, no es descartable la hipótesis de que el cierre de la frontera de Perú con Chile sea una estrategia del Gobierno peruano para congraciarse con los Estados Unidos, haciendo -a través de la militarización y el cierre de fronteras- una extensión del muro que haga añicos el llamado “sueño americano”.

Lo tercero, los noticieros del 11 de mayo mostraban a más de 150 mil migrantes, apostados en la frontera entre México y Estados Unidos, esperando cruzar hacia El Paso, Texas, pues «a las 11:59 pm de ese día llegaba a su fin la vigencia del Título 42, norma que desde marzo de 2020 ha permitido a las autoridades de Estados Unidos expulsar de forma expedita a los extranjeros que llegaban a sus fronteras» [2].

Ante este hecho, el Gobierno de Joe Biden está aplicando nuevas medidas para contener el flujo de migrantes hacia territorio estadounidense, entre ellas la militarización de la frontera y un mayor control desde terceros países. La noticia está en desarrollo, pero se augura un endurecimiento en las políticas migratorias y un mayor control en las fronteras.

Desde Signos de los Tiempos nos hacemos eco de los comunicados de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) y de la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Venezuela (CONVER) para que cese la discriminación, criminalización y el uso político de los migrantes, porque «Fui extranjero y me acogiste» (Mateo 25,35) y «No humillarás al emigrante» (Éxodo 23,9).

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Foto: EFE
Edición Nª 185 (5 al 11 de mayo de 2023)

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