Iglesia Venezolana

Cardenal Porras en el Año Centenario de la Diócesis de Cumaná

HOMILÍA EN LA CLAUSURA DEL AÑO CENTENARIO DE LA CREACIÓN DE LA DIÓCESIS DE CUMANÁ, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO METROPOLITANO DE CARACAS. Catedral de Cumaná, 30 de mayo de 2023.

 

 

Queridos hermanos:

 

Agradezco la fraterna invitación de Mons. Jesús González de Zárate y de la comunidad creyente cumanesa para compartir este momento de gozo que se convierte en desafío para el presente y futuro de la iglesia que peregrina en esta tierra. No podemos olvidar que la fe cristiana se sembró en lo que es hoy nuestra patria, como plantación primeriza, en la tierra oriental venezolana. Las islas de Margarita, Cubagua, y la costa sucrense fueron el primer escenario que abrió las puertas a la consolidación del imperio hispano, pues las primeras riquezas que llegaron a la Península procedían de la explotación perlífera, y la feracidad de las tierras continentales era horizonte apetecible para los primeros colonizadores procedentes de las tierras semiáridas del sur peninsular.

 

Pero, más allá, fue en esta tierra oriental donde se intentó la llamada evangelización pacífica de la mano de los primeros misioneros dominicos venidos de España a través de la Isla La Española, hoy República Dominicana. La introducción de la fe cristiana no por imposición forzada, impuesta por las armas y la superioridad del poder, sino por la convicción, el contacto fraterno y solidario del mensaje del evangelio. Debemos valorar esta iniciativa pues hoy nos puede parecer lo normal y lógico. No siempre fue así. Pudo más, el afán desmedido de riquezas de quienes puluraron en tierra firme para acabar con el ensayo de los dominicos que pisaron estas tierras con las sandalias de la paz y la fraternidad.

 

Semejante iniciativa, en aquellos tiempos en los que no había más ley que la del más fuerte, es digna de admiración y seguimiento. El obispado que se pensó instaurar en Paria, fue el primer intento fallido de lo que se hubiera convertido en pionero de todo el continente suramericano para darle piso sólido al cristianismo. Lamentablemente, pronto se desechó y olvidó el oriente para probar suertes en el occidente falconiano y consolidar lo que fue y es hoy Venezuela. El oriente, quedó, en cierto modo, relegado tanto en lo civil como en lo eclesiástico dependiendo durante los tres siglos de coloniaje de las islas de la Española y Puerto Rico.

 

Desde finales de la dominación española, a partir de 1790, las tierras del oriente venezolano pasaron en lo eclesiástico a ser parte del obispado de Guayana con sede en Angostura. Hubo que esperar hasta 1922 y 1923, casi siglo y medio después, cuando la voluntad del Papa Pío XI creó la diócesis de Cumaná con territorios del estado Sucre y las islas del estado Nueva Esparta. El dinamismo y espíritu misionero del siervo de Dios, primer obispo de Cumaná, Mons. Sixto Sosa Díaz, oriundo de El Tinaco, sacerdote de la diócesis de Calabozo y luego obispo de Guayana, echó las bases de este nuevo obispado. Su figura debe ser más conocida para ejemplo de las actuales generaciones, máxime cuando está en ciernes su causa de beatificación. Durante veinte años estuvo al frente de la diócesis (1923-1943). Lo sucedió un hijo de esta tierra sucrense, Mons. Crisanto Mata Cova durante 17 años siendo trasladado luego a arzobispo de Ciudad Bolívar hasta su retiro. El tercer obispo, el zuliano y enérgico Mons. Mariano José Parra León guió esta grey en los primeros tiempos posconciliares durante 21 años (1967-1988). De Carabobo vino el cuarto obispo y primer arzobispo de Cumaná Mons. Alfredo José Rodríguez Figueroa durante 14 años (1987-2001). Lo sucedió otro carabobeño Mons. Diego Rafael Padrón Sánchez como segundo arzobispo, durante 16 años, hasta la edad de la jubilación (2002-2018), quien nos acompaña en este día. Y el actual, Mons. Jesús González de Zárate Salas (desde mayo del 2018), con hondas raíces familiares por línea materna. Si en algo pueden enorgullecerse los fieles de Sucre es el haber tenido obispos con olor a oveja, entregados por entero a la evangelización y la atención a los excluidos de la sociedad. Las obras espirituales y materiales dan fe del paso sanador y entusiasta de estos prelados, acompañados por el clero extranjero y nativo, y por la presencia de la vida consagrada que clama por una presencia mayor. Orar por las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada es prioridad, máxime que estamos en los días del Seminario bajo el impulso del Espíritu Santo.

 

Celebrar el centenario de esta diócesis es ocasión para la acción de gracias por lo sembrado por quienes nos han precedido, no solo por los obispos sino por tantos sacerdotes, religiosas y laicos, protagonistas y colaboradores en la acción misionera; pero, es mayor el reto de tomar el testigo que ellos han dejado para multiplicar con creces los dones recibidos. El Papa Francisco nos invita a todos a ser evangelizadores con Espíritu, es decir abrirnos sin temor a la acción del Espíritu Santo.  “El Espíritu Santo, -y estamos en Pentecostés-, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia, en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de alma” (EG 259).

 

Las lecturas de hoy, queridos hermanos, son una invitación a la confianza y seguridad de contar con la gracia del Señor, quien nunca falla. Hemos recibido la semilla del evangelio y de la vida de la Iglesia, la concreta, la cotidiana, la que vive aquí en medio de nosotros, que baja del cielo para empapar y fecundar la acción de cada uno de los fieles, pero no volverá sin resultado positivo. Como los talentos recibidos, no se dan para enterrarlos y cuidarlos, sino para que den fruto abundante. Las penalidades y contrariedades de la sociedad, el descuido ancestral de la atención a estas tierras, no pueden ser motivo para el desánimo sino para renovar la esperanza que ha sido puesta en nuestras manos.

 

A esta exigencia del profeta Isaías, entramos a la presencia del Señor dándole gracias, porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses. San Pablo a los efesios nos recuerda que no somos extranjeros ni forasteros. Estamos anclados en la piedra angular que es Cristo. No tengamos miedo, ni titubeemos, somos enviados a cumplir cuanto Jesús nos ha mandado porque él está con nosotros hasta el fin del mundo.

 

Lo anterior se hace carne y hueso, cuerpo y alma, en esta tierra bendita. La tradición religiosa, oriental venezolana, está transida del deseo de encarnación, hecho música y galerón, porque quien canta ora dos veces y se llena de vigor y pasión. Es el reclamo permanente de encarnar la fe en nuestra propia cultura para que sintamos la fe como algo propio. En el villancico “Llegó el Mesías”, cantamos alborozados:

 

Aparten las penas que llegó el Mesías, con la algarabía de una dicha plena,

que a todos nos llena de gran alegría.

 

Dile que en tu hogar le has hecho su cuna con rayos de luna y espuma de mar.

Llévalo a la playa, canta un galerón, pesca en la atarraya de su corazón.

 

Suena una maraca para sus canciones, duérmelo en la hamaca de tus ilusiones.

Tócale un tambor, tócale un furruco, siembra en tu conuco su pregón de amor.

 

Llévalo al fogón de tus esperanzas y a las aguas mansas de tu tinajón.

Lleva a su morada una arepa blanca, como hostia sagrada de tu mano franca.

 

Hazle un cafecito en la madrugada con agua endulzada de tu amor bendito.

Dale de regalo una taparita y que se eche un palo de tu fe infinita”.

 

 

Es el suspiro profundo del gran cumanés, Andrés Eloy Blanco, cuando pide que nuestra fe tenga rostro propio, mestizo, criollo; es un llamado a la identidad cristiana que debemos forjar en nuestras vidas y que en este aniversario centenario se convierte en exigencia para el presente y el futuro de la fe en esta tierra, ya que, desde el oriente, es por donde sale el sol y convierte la jornada en amanecer pleno de luz y de gracia.

 

Retomemos los versos de Andrés Eloy para rememorar lo que es tarea de discípulos y de evangelizadores en salida, en trabajo en equipo, es decir, sinodalmente, haciendo del bautismo que recibimos gracias al interés de nuestros mayores, lo ponemos al servicio de todos:

 

¿No hay un pintor que pintara angelitos de mi pueblo?

Yo quiero angelitos blancos con angelitos morenos.

Ángel de buena familia no basta para mi cielo.

Si queda un pintor de santos, si queda un pintor de cielos,

que haga el cielo de mi tierra, con los tonos de mi pueblo,

con su ángel de perla fina, con su ángel de medio pelo,

con sus ángeles catires, con sus ángeles morenos,

con sus angelitos blancos, con sus angelitos indios,

con sus angelitos negro, que vayan comiendo mango

por las barriadas del cielo.

 

Pidamos en esta eucaristía jubilar, al Sagrado Corazón de Jesús que preside esta sede catedralicia y a la Virgen del Valle que ella siga siendo “prez y gloria a la Virgen sagrada que del Valle do reina el dolor, a la exclesa y divina morada, surgió en alas de célico amor”, quien acompañe los proyectos evangelizadores de esta tierra cumanesa regados con la convicción de que “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar la vida a los demás” (Aparecida, 360). Y es lo que estoy convencido que puede y hace esta iglesia cumanesa. Dios y la Virgen los bendiga.-

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