¿Un mundo feliz?
¿En qué esperar? ¿El término de nuestros afanes vale la pena?
Rafael María de Balbín:
Las utopías ideológicas nos prometen un mundo feliz, basado en el progreso cultural y sobre todo tecnológico. Y algunos depositan en él sus ilusiones.
“Por otra parte, la gente ya no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un mañana mejor a partir de las condiciones actuales del mundo y de las capacidades técnicas. Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando a las posibilidades que ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil detenernos para recuperar la profundidad de la vida” (Papa FRANCISCO. Enc. Laudato sí, n. 113).
Corremos el riesgo en nuestros días –muchas voces se alzan con esa pretensión- de humanizar, de terrenizar, de empequeñecer y desvirtuar la fe y la esperanza cristianas. Frente a esa pretensión se escuchan las palabras de Cristo a Pilatos: Mi reino no es de este mundo. La historia humana, por muy grande o noble que pueda ser, nunca es consumación. Es sólo el camino y no la meta. Su final significará la entrada en una vida nueva que no tendrá fin.
Por eso sería un gran error transformar los proyectos temporales en metas absolutas, como pretendiendo engañar los grandes anhelos del corazón humano: Nos creaste, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti (SAN AGUSTÍN DE HIPONA).
Amar con amor absoluto los bienes limitados es un gran error, aunque se haga con gran ilusión y apasionamiento, porque se busca en ellos lo que no pueden dar. “Quizá no exista nada más trágico en la vida de los hombres que los engaños padecidos por la corrupción o la falsificación de la esperanza, presentada con una perspectiva que no tiene por objeto el Amor que sacia sin saciar” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ. La esperanza del cristiano, en “Amigos de Dios”, n. 208). Nuestra esperanza se apoya en Dios, porque es bueno y es infinita su misericordia. Solo lo que está marcado con la huella de Dios revela la señal indeleble de la eternidad, y su valor es imperecedero. Porque la esperanza no separa de las realidades terrenas, sino que acerca a ellas de un modo nuevo.
¿En qué esperar? ¿El término de nuestros afanes vale la pena? “Nos interesa el Amor mismo de Dios, gozarlo plenamente, con un gozo sin fin” (Idem, n. 209), En comparación con la esperanza teologal aparece la caducidad de placeres, riquezas y honores. Estos son los grandes ídolos del mundo moderno (y de una manera u otra de todos los tiempos): el placer, el tener y el poder. Pero los cristianos esperamos en Dios: en Ti, Señor, esperé, no quedaré nunca confundido.
Tal como enseña la Carta a los Hebreos no tenemos en este mundo una morada permanente. Como lo expresó el poeta: este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar. Esto no nos lleva a encogernos de hombros ante las ilusiones terrenas, sino a elevarlas al orden de la gracia, dándoles sentido y esperanza nueva. No necesitamos ensueños, sino esperanza consistente, amor con obras: Dame, hijo mío, tu corazón, nos dice nuestro Dios. Lucha diaria para superar las limitaciones del egoísmo, la avaricia y la sensualidad, sin dejar que se agosten nuestros mejores ideales. Estamos invitados a trabajar bien, a cumplir con el deber, a ayudar de veras a los demás.
Seguir a Cristo es seguir con esperanza el diario caminar, llevando con amor la cruz de cada día. San Pablo enumeraba las muchas peripecias y sufrimientos que había llevado para ser fiel al llamamiento de Dios. Ése es el camino, dentro de las circunstancias de cada uno, sostenido por la esperanza: pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte. Y cuando parece faltar todo apoyo humano es preciso mirar a Jesús y asirse de su mano: todo lo puedo en Aquel que me conforta. Dios no abandona a sus hijos si sus hijos no le abandonan.-
(rbalbín19@gmail.com)