Centenarios eclesiásticos
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
Hace cien años el rostro de la Iglesia en Venezuela parecía un capullo en flor; se estaba fraguando un crecimiento producto de la fe que tiene necesidad de trasmitir lo que tiene en sí como una preciosa mercancía que hay que ofrecer a todos. 1922-1923 y 2022-2023, han sido escenarios de acontecimientos en gestación que están dando fruto abundante. El Papa Pío XI acogió la solicitud del arzobispo caraqueño y de la nunciatura apostólica para dotar a Venezuela de nuevas circunscripciones eclesiásticas, pues el inmenso territorio patrio apenas contaba con seis diócesis. El Vicariato del Caroní (1922) para la atención de la frontera con Brasil, asiento de población criolla y de la familia pemón; la creación de cuatro diócesis nuevas: Coro, Cumaná, San Cristóbal y Valencia en el mismo año de 1922, dotadas de prelados al año siguiente (1923); la elevación de Mérida a sede metropolitana (1923) siendo la segunda después de Caracas. A lo que hay que sumar importantes aniversarios, indicativos del dinamismo eclesial: el centenario de la fundación del Colegio San Ignacio de Caracas, y el Colegio Santa Rosa de Lima, al que seguirán muy pronto el de otros centros educacionales católicos. El centenario del nacimiento del Cardenal Rosalio Castillo Lara y del Pbro. Cesáreo Gil Atrio. Y, el tricentenario del nacimiento del primer obispo de Mérida de Maracaibo, Fray Juan Manuel Antonio Ramos de Lora (23 de junio de 1722), natural de Los Palacios y Villafranca (Sevilla) y misionero franciscano en la Nueva España.
No se trata de simples efemérides que las recordamos como un saludo a la bandera; al contrario, hacer memoria es una categoría sociológica e histórica, pero más aún, una categoría teológica propia de la tradición judeo-cristiana. Celebrar jubileos no es solo una fiesta conmemorativa, es un punto de llegada y un punto de partida. En primer lugar para “condonar” las deudas, léase, corregir y saldar errores o rebajar las desigualdades de todo tipo. Pero, además, abrir los ojos al futuro desde el discernimiento del camino recorrido. Las primeras décadas del siglo XX, en medio de las carencias eclesiales, surgió tímidamente el espíritu misionero que propulsó una pastoral global, más dinámica y entusiasta cuyos efectos perduran hoy.
A un siglo de distancia, y con las exigencias del cambio de época que obliga a un discernimiento profundo, es momento para otear el horizonte con esperanza cierta de lo que no se ve, pero se tiene la convicción de que es lo mejor que el creyente puede dar al mundo de hoy, desesperanzado y errático. “Las dificultades no faltan en la ruta de quienes se atreven a testimoniar. Proclamar las bienaventuranzas, tratar de vivirlas, renovar las tradiciones esclerosadas, denunciar los compromisos, son acciones que suscitan en la actualidad, rechazos, sarcasmos u hostilidades”. Es tiempo para el coraje y la valentía de ser cultores de la verdad, la igualdad, la fraternidad y la paz.-