¿Encerramiento o amistad?
Rafael María de Balbín:
¿Cómo maduran los hombres? Trascendiendo, yendo más allá de su propia pequeñez. Quien permanece a solas con sus sueños, sus pensamientos, quizás sus complejos, no acaba de madurar. Para dar frutos no basta con el conocer, aunque sean notables la ciencia y la cultura de una persona. Quien conoce no hace sino encerrar, en cierta manera, la realidad en su recinto interior. Solamente sale de sí mismo el que ama: Obras son amores y no buenas razones. Y así quien ama a su prójimo ha encontrado la manera de superar su propia pequeñez. En cambio por el mucho cavilar –en frase del Evangelio- nadie logra aumentar un palmo a su estatura.
He aquí un primer modo de trascendencia: la amistad, el apoyo solidario a los demás. Pero no es suficiente. La apertura al tú humano queda incompleta si no se llega al Tú divino: ésta es la segunda dimensión de la trascendencia. En verdad ambas dimensiones se integran en el mandamiento nuevo de Cristo, compendio de la Nueva Ley: amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado, ver a Dios en los demás. El bien que hacemos al prójimo por Dios, es como si al mismo Jesucristo lo hiciéremos.
“La fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia «en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles» (Ap 17,14). Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (cf. Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa (cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (cf. Mt 13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano. ¡No nos quedemos al margen de esa marcha de la esperanza viva!” (Papa FRANCISCO. Exhort. Apost. Evangelii gaudium, n. 278).
Pero ¿de qué servirían las obras buenas, más o menos grandes, si con la muerte quedaran canceladas? La gloria humana y el recuerdo de la posteridad son efímeros y mezquinos. Sólo vale la pena dar frutos en una perspectiva de inmortalidad: cuando este cuerpo, que es mortal, fuere revestido de inmortalidad, entonces se multiplicará la palabra que está escrita: <<¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?, ¿Dónde está oh muerte, tu aguijón? (…). Mas gracias a Dios que nos dio la victoria por nuestro Señor Jesucristo, exclama San Pablo.
Los días del hombre están contados, pero las obras buenas tienen una proyección de eternidad. Estamos en tiempo de crecimiento y maduración, de multiplicar las obras buenas, según el consejo, también de San Pablo: Y así, amados hermanos míos, estad firmes y constantes, abundando en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano ante Dios. Quien realiza su tarea trascendiendo su simple materialidad, quien trabaja en atención a Dios y a sus hermanos los demás hombres, no pierde su tiempo, no trabaja en vano. Su esfuerzo tiene un fruto verdadero, no sólo aparente.
Pero hace falta una intención recta, trascendente, generosa, para no quedarnos encapsulados en el recinto del egoísmo. “Estás lleno de ti, de ti, de ti…-Y no serás eficaz hasta que no te llenes de Él, de Él, de Él, actuando <<in nomine Domini> en nombre y con la fuerza de Dios” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco, n. 699).-
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