Rafael Luciani: «Construir una cultura eclesial para una Iglesia constitutivamente sinodal, el desafío del tercer milenio»
Presentación del Instrumentum Laboris en la UISG y la USG
Estas son las palabras del profeso y teólogo Rafael Luciani en la presentación del Instrumentum Laboris en la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) y la Unión General de Superiores (USG)
«El Sínodo sobre la sinodalidad es el esfuerzo más importante y el proceso más extenso que ha realizado la Iglesia Católica a lo largo de su historia para emprender un camino de conversión y reforma a la luz de los signos actuales de los tiempos»
«La posibilidad de reencontrarnos con lo humano, de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales, gratuitas y abiertas, recíprocas y complementarias, como un rico intercambio de dones»
«Resulta significativo el hecho de que una Iglesia sinodal es también una Iglesia del discernimiento, pero reconociendo honestamente que todavía falta mucho por realizar»
«El gran desafío de la Iglesia del tercer milenio, iniciado por el Sínodo sobre la sinodalidad, será seguir caminando juntos hasta construir, entre todos y todas, una cultura eclesial para una Iglesia constitutivamente sinodal»
IL A. Por una Iglesia sinodal. Una experiencia integral
IL A 1. Signos característicos de una Iglesia sinodal
El Sínodo sobre la sinodalidad es el esfuerzo más importante y el proceso más extenso que ha realizado la Iglesia Católica a lo largo de su historia para emprender un camino de conversión y reforma a la luz de los signos actuales de los tiempos. Unitatis Redintegratio, el decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II, nos recordó que esto lo hacemos por fidelidad al seguimiento de Jesús (UR 4.6), porque Jesús, nuestro «hermano mayor», se fue humanizando caminando junto a tantas personas que le enseñaron ver la vida con un amor compasivo que incluía a todos sin excepción alguna.
Siguiendo a Jesús, el actual Sínodo no ha querido partir de una idea preconcebida, sino que ha puesto en marcha un proceso que nos ha invitado a salir de sí para tener la experiencia de escucharnos mutuamente y aprender de lo escuchado. Esta vivencia nos ha desinstalado de nuestros espacios de confort, y nos está ayudando a tomar conciencia de que caminar juntos no se reduce a habitar en el mismo espacio o vivir bajo las mismas leyes. Pero tampoco se da por la mera pertenencia a la Iglesia. La experiencia sinodal nos ha regalado la posibilidad de reencontrarnos con lo humano, de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales, gratuitas y abiertas, recíprocas y complementarias, como un rico intercambio de dones.
«La posibilidad de reencontrarnos con lo humano, de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales, gratuitas y abiertas, recíprocas y complementarias, como un rico intercambio de dones»
Si todo esto nos ayuda a descubrir un nuevo modo de ser y proceder en la Iglesia, y si la sinodalidad es el camino que Dios espera para el tercer milenio, entonces tenemos que hacer todo lo posible para que nuestras relaciones, los modos como nos comunicamos y las estructuras en las que hacemos vida, sean moldeadas por la sinodalidad, en cuanto ella es una realidad constitutiva de la vida y misión de la Iglesia. Aunque haya cristianos que no quieran contribuir a este camino de fraternidad, el Sínodo sobre la sinodalidad ha hecho palpar que sí es posible un cambio cualitativo en nuestro modo de ser Iglesia. De hecho, haber iniciado procesos de escucha recíproca ha permitido vivenciar la sinodalidad básica de lo humano, una sinodalidad «desde dentro y a partir de la disposición a entrar en un proceso de palabra compartida, constructiva, respetuosa y orante». Nos ha ayudado a descubrir que lo que Dios quiere es que retomemos su llamado a ser «una Iglesia de hermanas y hermanos en Cristo que, al escucharse mutuamente, son transformados gradualmente por el Espíritu».
Podemos hablar que está emergiendo una eclesialidad sinodal que «se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del Bautismo» y revela «el misterio de la fraternidad que brota de nuestra filiación» a un Dios Padre que nos ama maternalmente. En una Iglesia sinodal, «el Bautismo crea vínculos de corresponsabilidad», pero estos han de traducirse en derechos y deberes que permitan la inclusión y la participación de todos y todas en una diversidad de ministerios, carismas y dones para la realización de la comunión y la misión.
Sin embargo, «para constituir un espacio en el que la común dignidad bautismal y la corresponsabilidad en la misión no sólo se afirmen, sino que se ejerzan y practiquen, es necesario que nuestras «instituciones, estructuras y procedimientos» sean signo de una Iglesia sinodal, en la que «el ejercicio de la autoridad se aprecie como un don y se configure cada vez más como un verdadero servicio o diakonía», especialmente a los más pobres y excluidos.
Todo esto supone tomar conciencia que «una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha del Espíritu por medio de la escucha de la Palabra y los acontecimientos de la historia». Es la forma de una Iglesia humilde que reconoce «que debe pedir perdón y que tiene mucho que aprender». Especialmente, cuando su rostro «muestra hoy los signos de la crisis de confianza y credibilidad, relacionadas con abusos sexuales, económicos o de poder». Sin embargo, al caminar juntos vamos aprendiendo que la conversión es posible al encontrarnos y dialogar, al pasar «del «yo» al «nosotros»». Esto no ha sido siempre fácil, pero una «característica de una Iglesia sinodal es la capacidad de gestionar las tensiones sin dejarse destruir por ellas, viviéndolas como impulso para profundizar en el modo de entender y vivir la comunión, la misión y la participación».
Es aquí donde resulta significativo el hecho de que «una Iglesia sinodal es también una Iglesia del discernimiento» llamada a ser «abierta, acogedora y que abraza a todos», pero reconociendo honestamente que «todavía falta mucho por realizar». Sin embargo, hemos iniciado un proceso que está abriendo el camino para comprender una nueva «relación entre amor y verdad», dando primacía al otro en su situación concreta, en su necesidad de ser amado, abrazado y perdonado. Así, «nuestra realidad incompleta» y frágil no es descartada, sino que es asumida en el amor que sana las heridas y devuelve la esperanza para seguir caminando juntos, aún cuando sintamos que «todavía hay muchas cosas cuyo peso no somos capaces de soportar».
En este momento de la historia, la sinodalidad es quizás el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad, especialmente en un mundo que parece negar la fraternidad y la sororidad humana, y la amistad social. Pero es también, el proceso más significativo de conversión y reforma que ha emprendido la Iglesia Católica luego del Concilio Vaticano II para revisar sus relaciones, dinámicas comunicativas y estructuras. El gran desafío de la Iglesia del tercer milenio, iniciado por el Sínodo sobre la sinodalidad, será seguir caminando juntos hasta construir, entre todos y todas, una cultura eclesial para una Iglesia constitutivamente sinodal.-