Testimonios

Bucare de memoria en San Antonio de Los Altos

Horacio Biord Castillo:

La mañana del lunes 10 de julio de 2023 un mensaje difundido por las redes sociales advertía a los vecinos de San Antonio de Los Altos y en especial a los usuarios de la Avenida Perimetral, el principal acceso a la población, del cierre parcial de la vía por la posible caída de un gran árbol. En efecto, decía la nota, esa misma mañana se había sentido un fuerte estruendo producido por el crujido de un gran árbol, presuntamente un bucare (Erythrina poeppigiana?), cuyo tronco principal se había fracturado.

Se trata de un enorme árbol, que se eleva en terrenos de la urbanización Los Castores, justo frente a la bomba de gasolina Don Blas. Como producto de las sucesivas ampliaciones y remodelaciones de la Avenida Perimetral, antes llamada carretera de San Antonio y luego Avenida Francisco Salias y más recientemente Bulevar Raúl Biord Septier, el área donde crecen las raíces del árbol se han visto afectadas y reducidas. No es la primera vez, sin embargo, que se debe efectuar una poda de emergencia de ese árbol para resguardar la seguridad de los viandantes y conductores y sus propiedades.

Mucha gente se detuvo a ver los trabajos e incluso a contemplar la ruidosa caída de las ramas que expertos bomberos y trabajadores realizaban en el área de afectación. El martes 11 mientras surtía de gasolina mi vehículo, un empleado de la bomba me hacía referencia a los trabajos que se estaban haciendo. Le conté entonces la historia que había escuchado.

Ese árbol, hoy septuagenario, lo había sembrado mi padre, Horacio Biord Rodríguez, para darle sombra a las vacas de la finca familiar. Eso lo ha fijado la memoria familiar, aunque yo realmente no recuerdo habérselo escuchado nunca a mi papá. La ausencia de este recuerdo en mi inventario memorístico no invalida, por supuesto, la veracidad de los hechos. En efecto, esos terrenos formaban parte de la no tan pequeña finca familiar que el empeño y el trabajo de dos inmigrantes franceses, Virgilio Hilario Biord Lagarde (ca. 1860 + 1933) y principalmente su hijo Raúl Biord Septier (1888-1944), mi bisabuelo y mi abuelo respectivamente, le dieron a partir de mediados de la década de 1890 a unos terrenos que en su momento eran una especie de rincón de un pequeño pueblecito de montaña llamado San Antonio de Los Altos. Esa parte, donde hoy se alza la Cooperativa de Vivienda Los Castores, formaba parte de la posesión familiar.

Siguiendo la versión mantenida por varios de mis parientes, sobre todo por algunos primos contemporáneos con los sucesos, mi padre lo debió sembrar a finales de la década de 1940 o principios de la de 1950, es decir antes de la construcción de la carretera Panamericana. Esta fue inaugurada en 1955, presumiblemente el 2 de diciembre de ese año, como acostumbraba hacer el régimen de Marcos Pérez Jiménez, o en una fecha cercana. Hasta entonces, la vías de acceso carretero a San Antonio eran la que conduce por lo que hoy son La Gonzalera, la entrada de La Morita (antes El Naranjal), Las Polonias, El Retiro (antes El Silencio) hasta Quebrada Honda, donde se divide la vía a la izquierda (este) hacia San Diego de Los Altos por el lugar llamado Pasatiempo y a la derecha (oeste) hacia Carrizal, por donde hoy está la Escuela Granja. El otro acceso carretero, hoy cerrados, era por la vía de El Cambural (cerca de Pacheco), que mi propio abuelo abrió con otros vecinos en 1937. Esta apertura, finalmente no cancelada por el gobierno, se hizo como parte del desarrollo de vías de comunicación terrestre promovido por el Programa de Febrero del general Eleazar López Contreras, presentado el 21 de febrero de 1936, tras la muerte del general Juan Vicente Gómez ocurrida el 17 de diciembre de 1935.

La construcción de la carretera Panamericana no solo coincidió con el crecimiento poblacional y la ampliación de la estructura urbana de Los Altos mirandinos, sino que en gran medida posibilitó y causó, según el caso, ambas cosas. Para San Antonio de Los Altos significó el inicio de su transformación de aldea serrana, centrada en actividades agroproductivas, a un pequeño centro urbano, que terminó siendo décadas después una ciudad dormitorio de Caracas, de la que la separan por la nueva vía catorce kilómetros, y cuya economía se centra ahora en el comercio y el sector de servicios.

Cuando las ramas del gran árbol caían yo no podía ver, como otras personas que contemplaban la escena, solo la poda efectuada, sino la historia detrás de aquel árbol, las costumbres y modos de vida que se modificaron radicalmente y las narraciones de todo ello que había oído desde mi niñez. Así como una mudanza no solo implica mover, remover y renovar, muebles y enseres, sino también recuerdos y afectos, la caída del árbol, que no sé si en definitiva será talado totalmente, me hacía pensar en otros paisajes, en su relatividad. Quienes contemplábamos los trabajos no veíamos lo mismo. Yo veía la antigua finca familiar, la tecnología novedosa que mis mayores en su momento aplicaron para mejorar las actividades productivas y el fin ya absolutamente claro de una etapa de nuestra vida.

Esa visión distinta nos muestra la esencia del paisaje cultural: el entorno está lleno de significados, a mayor arraigo en más referencias históricas, cuando no sagradas, encuentran una persona o un grupo en un lugar. La caída del bucare y los recuerdos asociados a sus orígenes nos remiten también a la relevancia de la memoria colectiva y la historia menuda, a hechos que parecen anodinos, pero guardan en sí mismos un gran valor e importancia. Esa historia “pequeñita” nos conecta con nuestro pasado (sea personal, familiar o social) y, al enraizarnos de esa manera, nos permite proyectarnos como personas o colectivos.

Bendita sea la memoria de ese árbol que un día cobijó vacas y hoy sostiene en su ancianidad recuerdos y memorias. Lo llevaré en mi corazón como tantas cosas que no existen ya (las rojas losas de la antigua iglesia de San Antonio donde me bautizaron y recibí la confirmación, los senderos de nuestra casa de Don Blas, su magnolio y su sauce llorón) y aquellas otras que se renuevan con frecuencia (las garúas, la niebla, las flores de árnica, el musgo y las varitas de San José, los inconfundibles rostros de los pobladores, especialmente los más antiguos, sus gestos y sonrisas). Bendito seas, árbol, hayas o no sido sembrado por las manos de mi padre en momentos de sueños y esperanzas. Bendito seas tú también, padre, por haber sembrado tanto.-

 

Horacio Biord Castillo

Escritor, investigador y profesor universitario

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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