“Ninguna cosa existe donde falta la palabra”
“Dondequiera que haya niños, declaró Novalis, existe una edad de oro”.
Beatríz Pineda de Sansone:
“Ninguna cosa existe donde falta la palabra”
La expresión no es mía, la usó M. Heidegger para resaltar la importancia de la palabra.
Contar o leer cuentos de reconocidos autores nacionales e internacionales requiere dominio absoluto del cuento; expresión espontánea, saber jugar con la voz, los silencios, los gestos, aspectos todos importantes en el evento. Es necesario que el alma del que narra o lea se proyecte al exterior y hechice, anude a las almas de aquellos que le escuchan. Es forzoso impregnar de pasión, de arte y amor las palabras para que se conviertan en verdaderos arroyos fluidos y asequibles. San Pablo intuyó como nadie, para su gran oratoria sagrada, la evidencia palpable de esta realidad cuando en el capítulo XIII de la primera de sus Epístolas a los fieles de Corinto, les dice: “Aunque yo hablara el lenguaje de los ángeles, si no tuviera amor, vendría a ser como la campana loca que suena en vuestros oídos, pero que no acierta a conmover vuestros corazones”.
Como la oratoria, la narración de cuentos persigue un fin estético y la defensa o exposición de una verdad. Quien narra un cuento precisa llama en los ojos y estremecimiento en la palabra. Solo así logrará sujetar al auditorio. Todo arte es la búsqueda de la belleza del mundo, capaz de agrandar la condición humana (Montero, 2007: 208). Pero es necesario recalcar que no existen poetas sin ingenio ni oradores sin elocuencia, ambas son facultades del alma que no se aprenden con reglas ni artificios. Constituyen un don gracioso que la Providencia regala. Sin embargo, el estudio unido a la facultad perfecciona a los oradores. En estas almas capaces de intuir la verdad y la belleza se dan cita la inteligencia, el corazón y el verbo.
El habla es lo único cercano, lo inmediato, lo vecino a ser hombre. Martin Heidegger expresó en su “Carta sobre el Humanismo”: “El lenguaje es la casa del ser”. Significa esto que el ser se manifiesta mediante la palabra. El narrador de cuentos, el poeta y el orador conmovidos sacuden a los que les oyen; han de ser honrados y peritos en el habla, es decir, deben tener dominio del tema objeto del discurso, nitidez en los conceptos y memoria feliz.
Las cualidades que requiere un narrador de cuentos, así como un orador son: imaginación y sensibilidad; expresión vigorosa; dicción clara, rítmica, musical a veces, dotada de inflexiones de voz y de timbres variados necesarios para traducir y reflejar los estados diversos del espíritu; pronunciación y ademán. Unas son de orden natural, las otras logradas con el ejercicio, la autocorrección y el estudio. Para que estas sirvan es preciso que las primeras existan, porque no pueden abandonarse a la tosca espontaneidad.
La estrategia de contar cuentos se debe implementar desde muy temprana edad, apuntemos a los tres años, y no debe detenerse nunca más, pues estimula y facilita el aprendizaje de la lectura y luego, las palabras se quedan en la cabeza como estrellas iluminando el pensamiento.
El amor por la lectura se desarrolla narrando cuentos. La lectura, expresó José Antonio Marina, no es importante porque divierta, o porque transmita información o porque nos permita conocer la literatura de nuestro Siglo de Oro, sino por algo más esencial: porque la inteligencia humana es una inteligencia lingüística. Solo gracias al lenguaje podemos desarrollarla, comprender el mundo, inventar, convivir, aclarar nuestros sentimientos, resolver nuestros problemas. “Que el mundo es mi mundo se muestra en que los límites del lenguaje, del lenguaje que sólo yo entiendo, significan los límites de mi mundo”, apuntó Ludwig Wittgenstein en su Tractatus lógico-philosophicus.
Textos con suficiente fuerza y belleza, que hechicen y estremezcan a los niños. Por eso es fundamental escoger cuentos escritos por autores de reconocida trayectoria, quienes aseguran la calidad estético-literaria del evento y su éxito.
El listado que proporciono en la sección de los anexos de mi ensayo (La Hora del Cuento. Enseñar a razonar a los niños a través de la lectura de cuentos. Ediciones de la Torre. Madrid, 2015), ya ha anudado y hechizado la atención y el alma de cientos de niños durante veinticinco años de trabajo al frente de la Fundación Taller Literario Infantil Manzanita y de su Programa cultural recreativo “La Hora del Cuento” de Maracaibo, Venezuela. A lo largo y ancho de esos años he tenido la fortuna de compartir muchas odiseas, por lo tanto, el listado que recomiendo constituye un sendero seguro para quienes deseen emprender este viaje fascinante a través del mundo y de la mano de hombres y mujeres relevantes que han pensado que “el mayor absurdo depende de la sinceridad con que se cuenta”.
“Dondequiera que haya niños, declaró Novalis, existe una edad de oro”.-