Oppenheimer o la parábola del científico arrepentido
"Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos "
El hombre no solo es razón sino también conciencia y tarde o temprano -si su conciencia no está silenciada o “empecatada”- se da cuenta que su calidad humana no es el éxito en la ciencia o el dinero, sino su discernimiento y desempeño ante los dilemas éticos y morales que confrontan su libertad.
el concepto de límite es indispensable para lo verdaderamente humano, es lo que esculpe su contorno vital. Habrá que discutir el cómo, pero pensar que no existen los límites siempre termina en el daño al prójimo y la destrucción de medio.
Los pecados estructurales se configuran con la participación de muchas etapas y responsables. La proliferación nuclear es un pecado estructural como todas las guerras, no hay justificación. No todo lo que se puede hacer hay que hacerlo, especialmente cuando hay tanto bien «básico» por realizar
«El hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto, porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia» (Francisco, LS 105)
Esta película de Christopher Nolan tiene la virtud de salir de esa lógica maniquea que tanto éxito ha dado a Hollywood: la de individuos incorruptibles valientes y solitarios contra los malos malísimos que al final “tienen su merecido”. Es Oppenheimer, no el “moral” Gary Cooper en “A la hora señalada”. Tampoco es John Wayne, el héroe del evangelismo blanco (WASP) que mimetizó al Jesús de los Evangelios por este ídolo de la masculinidad ruda y el nacionalismo cristiano, «un malote espiritual». (Kristin Kobes Du Mez, ensayo sobre “Jesús y John Wayne”).
La película exige una preparación previa: lectura de su vida, la de los protagonistas y del contexto histórico. Sé que es demasiado pedir en tiempos en que el saber histórico va en desmedro de los slogans ideológicos que todo lo simplifican. Pero sin esto, uno se marea rápidamente en el film, entre nombres e intenciones que van y vienen.
El protagonista es uno de esos investigadores de a primera mitad del siglo XX, que vivían una primavera de hallazgos científicos. J. Robert Oppenheimer ((actor Cillian Murphy, el cockney pobre de la serie “Peaky Blinders” que llega a controlar la mafia de los bajos fondos del East End londinense), fue un físico teórico estadounidense que lideró el Proyecto Manhattan de Estados Unidos para desarrollar la primera bomba atómica en la Segunda Guerra Mundial.
Pero luego que la bomba atómica aniquiló las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, Oppenheimer quedó anonadado por una destrucción tan excesiva y nunca antes vista. Es conocida su frase hindú: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».
Su angustia moral sobre las consecuencias de su desarrollo de un arma tan devastadora lo atormentó el resto de sus días, mucho más cuando comprendió que Truman y los políticos habían «usado» a los científicos y planeaban una fabricación en serie de las bombas. «El complejo industrial-militar», como lo llamaría el presidente Eisenhower, fabricante de guerras hasta nuestros días.
Muchos lo responsabilizan por iniciar la catastrófica era nuclear. Sería un chivo expiatorio al cual echar toda la culpa y quedarnos tranquilos. Sin embargo, la creación y el uso de la bomba atómica fue un esfuerzo colaborativo de miles de científicos, ingenieros y militares involucrados en el Proyecto Manhattan y en la adhesión de una población sedienta de sangre cuando la guerra estaba ganada en Alemania y en Japón poco faltaba. No fue un hecho inevitable o casual sino un pecado estructural de dimensiones y responsabilidades amplísimas y que no sirvió de lección.
Con el tiempo, Oppenheimer se convirtió en un activista contra las armas nucleares y abogó por su control internacional para prevenir una guerra nuclear a gran escala. Su historia muestra que el hombre no solo es razón sino también conciencia y tarde o temprano -si su conciencia no está silenciada o “empecatada”- se da cuenta que su calidad humana no es el éxito en la ciencia o el dinero sino su discernimiento y actuación ante los dilemas éticos y morales que confrontan su libertad.
El daño que provocó lo movió a un arrepentimiento e intento de reparación importantes. Esto le atrajo la inquisición del macartismo por no ser “políticamente correcto” durante la guerra fría.
El resto del equipo que lo acompañó en el proyecto, hizo mutis por el foro y tuvo recompensas. Cinco de ellos luego serían Premio Nobel. Entre ellos, destacaron Emilio Segrè, Isidor Rabi, Felix Bloch, Edwin McMillan y Hans Bethe. También compuso el equipo Edward Teller, quien luego crearía la bomba de hidrógeno.
Otros científicos arrepentidos
Muchos otros científicos manifestaron pesar por inventos que en su momento significaron reconocimiento. Mencionamos solo 4: Arthur Galston y el agente naranja usado masivamente por el ejército norteamericano contra el Vietcong. Su dioxina, es un contaminante que permanece por décadas, causa cáncer, malformaciones en el desarrollo fetal, problemas de infertilidad y ataca los sistemas nervioso e inmune.
Mijaíl Kalashnikov, que al final de sus días tomó conciencia que su fusil había matado más personas que las bombas atómicas y confesó su arrepentimiento como creyente de la Iglesia Ortodoxa rusa.
Alfred Nobel, inventor de la dinamita y compungido por la utilización bélica de su invento, instituyó el premio de mayor relevancia mundial que lleva su apellido.
Incluso, el pacifista Albert Einstein decía: “Cometí un gran error en mi vida”, antes de morir en 1955, por advertir a Washington que los nazis tenían conocimientos para una bomba atómica, lo que catapultó el proyecto Manhattan.
La manipulación política de la ciencia
Oppenheimer, después de la «gloria» de la bomba, sufrió sin embargo el escarnio de la persecución macartista que veía comunistas hasta en la sopa, mientras Stanlin reproducía los métodos de la inquisición en Rusia. Millones de muertos violentamente para que unos hicieran diseños de un mundo más “libre” y otros más “justo”. Moralina ilustrada donde el fin justifica los medios y sigue llevando al mundo al borde constante de la hecatombe nuclear.
«El asesinato de masas de nuestro siglo difiere esencialmente de las matanzas de siglos anteriores. El dogma y la intransigencia se han teñido de verdad científica; la locura ha dejado lugar a la razón de Estado; la ira ha sido sustituida por la ejecución escrupulosa; las formas elementales de agresión han sido desplazadas por la devastación masiva y tecnificada…Lo que ha conocido nuestro siglo ya no es la burda masacre, sino el exteerminio metódico…»(Bilbeny N, El idiota moral, la banalidad del mal en el siglo XX)
La ciencia, como el progreso o como todas las realidades humanas tiene un techo ético, antropológico, religioso, etc. que fundan lo más profundamente humano. El papa, después de dejar bien en claro la valoración de todo lo bueno que ha aportado la ciencia en Laudato Si, invita al indispensable diálogo para la paz: “La ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas”. (LS 62)
En la biblia se llamó árbol de la ciencia del bien y del mal o torre de babel o becerro de oro, etc. Llamémoslo como sea, pero el concepto de límite es indispensable para lo verdaderamente humano, es lo que esculpe su contorno vital. Habrá que discutir el cómo, pero pensar que no existen los límites siempre termina en el daño al prójimo y la destrucción de medio. El factor ético y religioso nos habla sobre el límite como algo positivo, inherente a la condición humana, por más que pensemos y tengamos los medios para hacer lo que se nos ocurra.
La ciencia no es neutral (Francisco, Laudato Si 114)
“La ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno megalómano (LS 114)
Ni la ciencia es neutral ni todo lo que dicen los científicos es científico, como no todo lo que dicen los religiosos es la Palabra de Dios, etc.
Los científicos siempre deberían tener conciencia que sus estudios serán utilizados y no siempre para el bien, que una vez que la caja de pandora de determinados conocimientos son abiertos, las consecuencias pueden ser terriblemente destructivas y sin retorno, como la historia demuestra a cada paso. No basta con decir que ellos solo “inventan” y que no son responsables de sus usos políticos o económicos.
Los pecados estructurales se configuran así; con la participación de muchas etapas y responsables en su consecución. La proliferación nuclear es un pecado estructural como todas las guerras, no hay justificación. No todo lo que se puede hacer hay que hacerlo, especialmente cuando hay tanto bien por realizar en el campo de las injusticias y necesidades básicas como son el hambre, las enfermedades, la educación, el cambio climático….
En este pecado estructural bélico, también la Iglesia norteamericana participó con su lentitud y pagando el «peaje patriótico», para no ser tildada de traidora de un país protestante en permanentes guerras. Recién en los ´60, católicos como Doroty Gray o Thomas Merton se manifestaron hasta la cárcel y no sólo desde los cómodos escritorios o la clausura, frente la postura conformista de la institución. En un patente cambio de rumbo, ellos fueron elogiados por Francisco en su discurso al Congreso de EE.UU. (24/9/2015), en continuidad con papas como Juan XXIII y su «Pacem in terris».
Sin embargo, esa porción de iglesia nacionalista, burguesa y regalista (Iglesia subordinada al país) sigue vigente con los «teocons» que tanto cuestionan a los papas posconciliares en su doctrina sobre la paz y la justicia social. Su nivel económico les da un tremendo poder de fuego en los medios de comunicación que influencian en todo el mundo.
El Papa Francisco ha sido un firme defensor del desarme nuclear y ha instado a la comunidad internacional a tomar medidas concretas para avanzar hacia un mundo más seguro y libre de armas nucleares. Su postura se alinea con los principios de la Iglesia Católica sobre la promoción de la paz y la protección de la vida y la dignidad humana. Pero la necedad y el proyecto de este mundo le han asignado un rol «bonachón y sentimental» en el paraíso burgués: «Esas cosas las dice porque los papas dicen esas cosas sentimentales, pero no se tiene que meter con la realidad ya que ella es propiedad de la economía, la ciencia y la política». De este modo se le sigue asignando al mensaje cristiano el papel de «opio del pueblo», de alivio y distracción pero no de motivación profunda en las conciencias.
Nunca se es neutral. Y esto no solo respecto a las armas, que es obvio. También hay otro tipo de cosas que en sí mismas no son malas pero que su abuso solo sirve para exaltar la vanidad humana en detrimento de una mayoría exponencial de pobres en el mundo. El tipo de vida que yo llevo no es neutral, siempre tiene consecuencias sobre la vida de los demás. Por eso no soy total y moralmente dueño absoluto de qué hacer con el dinero, con mi cuerpo, etc.de hacer “lo que quiero”. Este individualismo tiene consecuencia demoledoras sobre la vida social y el bien común. No somos islas (John Donne). Las campanas doblan por mí cada vez que sufre o muere un hermano…como consecuencia de los «derechos» de mi egoísmo.
No todo progreso es bueno, ni es progreso todo cambio ideológico que se le ocurre a un pequeño grupo intelectual iluminado y que intenta imponer a toda la sociedad con sus relatos de superioridad moral, desentendidos de la historia y los acervos culturales de los pueblos. Francisco propone en cambio la Solidaridad, fraternidad y servicio, para la construcción de un mundo más humano, un destino común: «no es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas»» (FT 115). El método para lograrlo es la Sinodalidad, la participación del mayor número real de personas en las decisiones que nos afectan a todos:
«Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo, por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad».(Francisco, LS 104)
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