Opinión

Diálogo entre demócratas

Fanatismo: enfermedad de moda que se transmite con facilidad pandémica especialmente en las redes sociales

Marcos Villasmil:

Reafirmémoslo: La Venezuela democrática dio un paso gigante hacia la reconstrucción de nuestra sociedad con la convocatoria de la Elección Primaria en octubre. Lo claramente lamentable -pero ciertamente esperable-  ha sido la conducta de los oficialistas, empeñados en su desprecio por las formas civilizadas del debate democrático. Cada día que pasa avanza la profundización del desastre nacional, pero la principal prioridad del régimen es impedir como sea una solución electoral a la crisis.

La elección del jefe de Gobierno en una democracia verdadera es uno de los momentos en el que se realiza, con más naturalidad, el debate de ideas que nace del reconocimiento de la pluralidad de las expresiones políticas de una sociedad. Podría afirmarse, por ende, que una real democracia es un lugar donde el diálogo debe ser promovido, y florecer con total naturalidad.

Porque el debate de ideas sobre la sociedad, sus retos y problemas, si en verdad lo es no se posterga o evita, es una de las formas más normales y continuas del intercambio dialógico humano, y sin duda alguna siempre necesario en la política.

El debate entre demócratas debe ser asumido con seriedad, es decir, con respeto hacia el otro, hacia los acuerdos logrados, y tomando en cuenta una clara conciencia estratégica.

No hay institución que más odien los  enemigos de la libertad que el debate plural democrático. Todos los caudillos de la accidentada historia americana han despreciado el diálogo y el debate de ideas.

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Como ya ha sido recordado en anteriores ocasiones, el pensador francés Jean Lacroix insistía siempre en que los que no son seres de diálogo, dispuestos al debate de ideas, son fanáticos: “se desconocen tanto como desconocen a los otros. Sólo por mediación del diálogo se realiza uno y se conoce: al destruir el diálogo, se destruye uno a sí mismo y se destruye al otro.”

 Fanatismo: enfermedad de moda que se transmite con facilidad pandémica especialmente en las redes sociales.

El diálogo real, el que practican ciudadanos autónomos y no fanáticos, nos permite identificarnos más allá de los límites de la política. Sirve para interrogarnos sobre nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestros modos de convivencia (o carencia de ellos), nuestras formas de expresión artística, social, nuestra vida económica. El diálogo saca a flote la humanidad en cada individuo, ayudándolo decisivamente a convertirse en ciudadano.

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El diálogo democrático acepta las profundas diferencias existentes en temas complejos. Albert Camus fue un no creyente que no tuvo problema en debatir y dialogar con creyentes, desde  la perspectiva del respeto al pensamiento diverso, a la crítica, al pluralismo. El intelectual francés afirmó acertadamente en una conferencia pronunciada en 1948 ante un calificado grupo de padres dominicos,  al respecto de los horrores de los totalitarismos fascistas y marxistas: “lo que el mundo espera de los cristianos es que los cristianos hablen, con voz alta y clara, y que emitan la condena de tal manera que nunca la duda, nunca una sola duda pueda surgir en el corazón del hombre más simple.”

Es importante asumir, sobre todo en estos tiempos venezolanos, que un diálogo entre demócratas no es una mera declaración extemporánea, un repetirle al otro sus errores, obviando los propios.

El diálogo democrático, si es sincero, lleva en su ser una muestra de empatía hacia el contrario, al diverso, al distinto, buscando enriquecer a ambos. Y esto es así sobre todo cuando las diferencias se producen entre compañeros de una misma idea, de un mismo programa, con una visión de país que se comparte.

Ese diálogo lo esperamos de todos los precandidatos a la Primaria. Parte la necesidad, asimismo, del hecho de que ninguno -líder, partido, institución, organización- podrá por sí mismo sacar al país del hoyo maléfico en que ha caído. Será necesario la unidad no solo electoral, o la programática, sino los esfuerzos conjuntos en una transición futura -como lo hicieron los políticos chilenos, o españoles y sus sociedades- para poder entre todos volver hacia sendas de progreso y de esperanza.

¿Se imagina el amigo lector los escollos históricos, los recuerdos negativos, los desencuentros existentes que tuvieron que superar los dirigentes de AD y de COPEI –el recuerdo del trienio adeco, 1945-48, los marcaba a todos- para llegar a ese hermoso ejemplo de diálogo constructivo que fue el pacto de Puntofijo? ¿O todo lo que tuvieron que tragar los socialistas, radicales, comunistas y democristianos chilenos mientras construían su forma particular de unidad, convertida en concertación democrática?

Respetando los particularismos, no creo que las diferencias que hay entre los precandidatos opositores y los movimientos que representan sean mayores, más serias, importantes o trascendentes que las que hubo en algún momento  entre Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, o entre los chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Clodomiro Almeyda. Sin embargo, estos lograron acuerdos vitales -por importantes y duraderos- para el futuro de sus países. Todos, venezolanos y chilenos, aprendieron las duras lecciones de la lucha contra dictaduras.

Los ciudadanos venezolanos no esperamos más, pero tampoco menos, de los demócratas criollos de hoy.

Cada día es ocasión para que los demócratas consolidemos la unidad. Porque sin unidad, nos hundimos todos.

Sigamos, los ciudadanos, con nuestras responsabilidades respectivas, sin caer en desesperanzas alimentadas por los autoritarios y sus cómplices, y ayudando a consolidar la unidad democrática para que por esa vía se logre la unidad de una nación que necesita una cada vez más urgente reconstrucción tanto material como moral.-

 El Venezolano/América 2.1

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