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Djokovic

¿Cuántas veces podemos dominar nuestras pasiones ante hechos de la vida?

Alicia Álamo Bartolomé:

En la vida no tenemos que ser tan drásticos, a veces yo lo he sido y me arrepiento. Hay que ser tolerante y complaciente mientras no se quebranten principios morales y religiosos. Ceder cuando se puede, ceder; tender la mano, cuando se puede tender. Aferrarse a opiniones y posiciones de libre discusión, es más soberbia que convicción. La razón no siempre es nuestra, el otro puede tenerla, hay que detenerse a escucharlo. No es fácil. En toda mi vida, yo sólo he encontrado una persona que discutiendo conmigo, de repente se detenía y me decía: “Tú tienes razón”. Mi cuñado Tony Boccalandro, que Dios tenga en su gloria. Los demás, si algo aceptaban, se marchaban dejando el antipático “sí, pero…” de la duda.

Yo he sido muy intolerante con el gran tenista serbio Novak Djokovic. Me repugnan su arrogancia, sus desplantes y gestos desagradables, me parecen una falta de respeto al público y al mismo deporte. Cuando con furia rompe una costosa raqueta, lo veo como un insulto al joven que no puede comprar una. Sí, todo eso es verdad, ¿pero me he detenido a pensar en las causas de ese carácter errático y destemplado? No. Lo critico y, punto. ¿Qué sé yo de su niñez, sus vivencias familiares, su educación, su vida escolar, sus relaciones con la comunidad, con la vida política de su país…? Nada. Entonces, he juzgado sobre un presente sin saber del pasado que quizás es la causa de éste. Perdón.

La clemencia es una virtud olvidada en nuestro mundo de hoy, sobre todo en las redes sociales; parece que su misión es destruir reputaciones. Estoy asombrada, casi atónita, ante la reacción “mundial” por el besito de espontáneo entusiasmo de Rubiales a la campeona futbolista española, ¡ni que la hubiera mordido! Ella no lo recibió mal, en un principio, porque de haberlo sentido como “acoso sexual” habría respondido con una bofetada. ¡Y a quien se le ocurre acosar sexualmente frente a una multitud! No entiendo. En este planeta donde se exhiben normalmente las más obscenas aberraciones, donde se asesinan a los niños en el vientre de sus madres, donde se aplauden las relaciones ilícitas entre parejas, el concubinato, el adulterio y la homosexualidad…, ¿hay quien se escandalice por un inocente besito de entusiasmo? ¡Vaya!

No hace tanto, nueve mujeres en España se pusieron de cuerdo para acusar de acoso sexual, 30 años atrás, al famoso, simpático y guapo tenor español Plácido Domingo. ¡Caramba! ¿Cómo esperaron tanto tiempo? Está bien, en esa época estas cosas no se ventilaban y callaron, pero me pareció sospechoso ese encontrarse y ponerse de acuerdo tal número de féminas, tantos años después y me dije: el acosado debe haber sido Plácido -¡tenía materia!- y calló por caballerosidad.

Destruir reputaciones parece ser la consigna. Y es doloroso. Reconstruir debería ser nuestra meta. Levantar del suelo vidas y voluntades. Hay demasiados pueblos anegados en la desesperanza. Empezando por el nuestro. Hay que reaccionar. Se gasta mucha energía en leer y responder los mensajes en las redes, en agregar la propia saña para profundizar heridas en lugar de tratar de restañarlas. Se necesita urgentemente un cambio de rumbo y de metas. ¿Habrá quien escuche?

Sé ve que soy una especialista en andarme por las ramas. A propósito de Novak Djokovic y mi conocida antipatía hacia él, he sacado unas reflexiones que no están mal, creo yo. Pero sigamos con Nole -como le dicen sus seres cercanos-, debe estar en el US Open, último grand slam del año, que corre en estos días. Quiero referirme a su último triunfo en el Cincinnati Master 1000 de este año, hace pocas semanas, donde disputó el campeonato, nada más ni nada menos que, con mi favorito, el español Carlos Alcaraz, heredero indiscutible de su inmortal compatriota Rafael Nadal. En ese momento, el mocoso de 20 años -16 menos que Djokovic- se enfrentaba, como No. 1 del mundo, al serbio, No. 2, en un inolvidable partido, que fue para mí el quiebre de mi actitud frente a Novak. Cambié.

Comprendo que tal vez por años y experiencia tengo una ventaja frente a otras personas: he aprendido a controlar mi fanatismo deportivo. También porque estoy en contra de todo fanatismo. En el deporte me parce absurdo que uno sufra viendo un espectáculo que es para divertirse. Si siento los primeros síntomas de este sufrimiento, paso el interruptor y me digo: Alicia, esto es un juego y vas a gozar las buenas jugadas, vengan de donde vengan. Quedo en paz.

En el partido final de Cincinnati, entre Alcaraz y Djokovic, pasó lo siguiente: Novak perdió el primer set, y me dije: ganará el partido, nunca lo he visto perder después de un revés inicial. Despiertan en él todas sus potencias -hasta entonces dormidas- y entra a la lucha como león enardecido. Es el Djokovic preciso, litigante, de técnica perfecta, con un compás de piernas que abarca todo el ancho de la cancha y así puede devolver todas las pelotas que le envían. ¿Carece de la subyugante belleza y elegancia de movimientos de Federer, Nadal o Alcaraz? Sí, sin lugar a dudas. No sé si los supera en precisión. En lenguaje de García Lorca, carece del ángel o del duende; el uno desciende en Federer, el otro en Nadal y Alcaraz.

Djokovic llegó al encuentro mucho más descansado que Alcaraz. Sus partidos preliminares fueron fáciles -no perdió ni un set- y hasta no jugó uno, porque su contrincante se lesionó al comenzar. En cambio, Alcaraz luchó al extremo contra fuertes oponentes. El partido fue espectacular, de tremenda tensión. Ambos tenistas daban lo mejor de sí. Punto a punto, juego a juego. Mirando esta reñida batalla me dije: Djokovic tiene más que perder que Alcaraz. Éste está iniciando su temprana juventud y ya como campeón, le queda mucho por delante. El serbio tiene 36 años, está al final de su gloriosa carrera y todo triunfo es un lauro más para completarla. Merece ganar. El tiempo se le acaba. Otro punto positivo de Novak: no tuvo ningún momento de ira o impaciencia. Nos ahorró sus bravuconadas.

Me quedé mirando el partido con extraña calma. Disfrutaba del emotivo espectáculo. Quería que ganara Carlitos, por supuesto y más de una vez estuvo a punto de lograrlo; pero no me molestaba que lo hiciera Nole. Lo consideraba justo. ¿Cuántas veces podemos dominar nuestras pasiones ante hechos de la vida? No frente a la tontería de un juego de tenis, sino de algún problema, circunstancia o acontecimiento. Generalmente nos vemos arrastrados por nuestras propias opiniones, como si fueran dogmas y, lo digo una vez más, posición que tiene más de soberbia que de razón. Nos enorgullece sostener nuestros puntos de vista, sin darnos cuenta de que, en muchos casos, faltamos a la justicia. Esta virtud cardinal es las más vilipendiada hoy. Quiero ser justa con Novak Djokovic y decirle: ¡gracias!.-

Publicado originalmente en El Impulso

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