Don y Sorpresa
Juan Andrés Quintero, S.J.:
La ordenación sacerdotal ha sido un punto y seguido de una historia de la que quedo maravillado y agradecido. Suelo repetir que mi vocación a la vida religiosa en la Compañía de Jesús ha tenido mucho de sorpresa y de don. Sorpresa, ya que no era algo que estaba entre “mis planes”, ni mucho menos era lo que me había planteado como futuro. Se me presentó como una opción posible que irrumpió en mi vida mientras trabajaba con los refugiados en la frontera colombo-venezolana. Una etapa de mi vida que recuerdo como una escuela que me ha marcado profundamente.
Y también es don, porque no ha dependido de una búsqueda explicita, ni totalmente de lo que yo haya hecho o dejado de hacer, sino de encuentros y personas que me abrieron a nuevas realidades que me cuestionaban y me invitaban a un tipo de compromiso con el que me sentí llamado a más. En su momento me rondaba una inquietud que me hacia preguntar “¿y qué más?, ¿qué más puedo hacer?, ¿a qué me estoy sintiendo llamado?”, discerniendo que era en la Compañía, como jesuita, la concreción de ese Más.
A lo largo de estos once años en la Compañía de Jesús he podido vivir diferentes experiencias, encontrarme en situaciones totalmente novedosas que me han hecho crecer y me han nutrido. Vocacionalmente encuentro que no hay una hoja de ruta fija ni meticulosamente trazada, por el contrario, sin ser improvisada, quedo también sorprendido por cómo las cosas han ido sucediendo. Agradezco infinitamente las personas conocidas, los caminos trazados, así como los distintos momentos vividos.
Una lectura bíblica que me ha acompañado en estos años es la llamada de Jesús a Leví. Sin querer hacer una rigurosa exégesis, me quedo con la imagen de Leví frente a la mesa de recaudación de impuestos y un Jesús que pasa, se detiene, y simplemente le dice, “Sígueme”. En la sencillez de la escena y la palabra, acontece la respuesta decidida de un Leví que se atreve a separarse de su lugar seguro. Dejando “la mesa” de recaudación de los impuestos, se aventura a otras plazas, cambiando de mesa y comensales, para compartir ahora en el banquete con aquellos por los que nadie apuesta. La escena termina con Jesús y Leví compartiendo el pan, y una sentencia que representa un modo esencial para la vida de todos los cristianos: “No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud, sino los enfermos. No vine a llamar a justos, sino a pecadores para que se arrepientan”.
En esta nueva etapa como jesuita ordenado presbítero, no dejo de agradecer por el don de la vida y la vocación que me va dando plenitud. En el Señor encuentro el sentido de ser un hombre llamado a ser, hacer y estar, marcado por la Buena Noticia que sorprende, marca e inspira.-