Cardenal Schönborn: «La sinodalidad, la vida en la Iglesia, es siempre una búsqueda de la unanimidad»
El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, ha concecido una entrevista a los medios de comunicación del Vaticano en la que ha intentado explicar en qué consiste el Sínodo sobre sinodalidad cuya primera fase tendrá lugar el próximo mes de octubre
«La sinodalidad es el modus operandi de la comunión eclesial, la participación también en cuestiones y decisiones de gobierno, en los aspectos de la vida de la Iglesia. El Sínodo sobre la sinodalidad es un sínodo sobre cómo se vive en modo evangélico la comunión eclesial, el caminar juntos de todos los miembros del pueblo de Dios». Con estas palabras, en una entrevista concedida a los medios de comunicación vaticanos, el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, resume el punto central de la próxima asamblea sinodal, señalando la conexión entre el sínodo que la Iglesia está viviendo actualmente y aquel de 1985 dedicado a la comunión eclesial.
Un énfasis que hace comprender cómo la comunión y el tender a la unidad – ut unum sint – están por encima de las diferentes posiciones, con la esperanza de que determinen también el modo de presentarlas y discutirlas.
Eminencia, está a punto de comenzar el primero de los dos sínodos sobre la sinodalidad: ¿qué se espera que surja de este trabajo conjunto?
Pueden pasar muchas cosas en este sínodo, no lo sabemos. El Papa Francisco nos ha puesto en un camino bastante único, el de la escucha y el discernimiento. Son cosas que siempre hay que hacer, son cosas elementales para la vida de la Iglesia, pero el Papa ha puesto un acento mucho más explícito en la cuestión del discernimiento: ¿qué nos muestra el Señor? ¿Qué quiere hoy para nosotros, para la Iglesia? Y por eso el sínodo es un intento de profundizar, de aprender, de experimentar este camino de discernimiento.
En la Iglesia de Viena, hace unos años, ustedes celebraron un sínodo diocesano. ¿Qué ocurrió?
Tengo que corregirla un poco, porque no fue un sínodo diocesano. El sínodo diocesano tiene reglas muy precisas establecidas en el Derecho canónico. Yo tuve la idea, y la compartimos con muchos, de tomar otro camino, el de las asambleas diocesanas. Hicimos cinco, cada una con 1.400, 1.500 delegados de parroquias, instituciones, órdenes, de todas las realidades de la diócesis. La idea directriz fue una que el Papa Francisco mencionó varias veces, la del Concilio de los Apóstoles, que leemos en los Hechos. Propuse a la diócesis: «hablemos entre nosotros de manera ordenada sobre lo que hemos experimentado de nuestro camino con el Señor, lo que Dios nos ha hecho percibir en nuestras vidas, en nuestras parroquias».
¿Qué es lo que más le impresionó del desarrollo del proceso?
La metodología fue la de los Hechos de los Apóstoles. En aquella época había un problema, el de los paganos que se convertidos en cristianos: ¿era necesasrio bautizarlos o no? Y si se bautizaban, ¿tenían que asumir también la ley judía o bastaba con la fe en Cristo? Para resolver esta dramática cuestión, escucharon las experiencias y hicieron discernimiento. Habló Pedro, luego Pablo y Bernabé, y finalmente toda la asamblea escuchó y oró. Al final llegaron a esta conclusión: ‘El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…’. Cuando el Papa Francisco me pidió que hiciera el prólogo del 50 aniversario de la institución del sínodo en 2015, en el Aula Pablo VI, antes de su famoso discurso sobre la sinodalidad, tuve que hacer una síntesis de lo que es el sínodo y hablé en primer lugar de la experiencia de la Iglesia primitiva. Y pienso que este camino -el Papa Francisco lo ha repetido a menudo-, el camino de relatar, escuchar y discernir, es bueno para el camino del sínodo que estamos viviendo ahora.
¿Cuál es el balance de las asambleas diocesanas?
Lo que intentamos hacer en la diócesis ciertamente profundizado la comunión entre nosotros, ha fomentado las iniciativas pastorales. No votamos, ni tomamos resoluciones, ni publicamos textos: sólo compartimos la vida de la Iglesia a la luz de nuestras experiencias. Este fue el método de estas cinco asambleas diocesanas. Fue una experiencia muy positiva, en un tiempo difícil, porque sucedió todo el drama de los abusos y la crisis de credibilidad de la Iglesia. Pero realmente tuvimos una fuerte experiencia de fe y comunión y esto nos ayudó ciertamente a seguir adelante sin desanimarnos’.
«Sínodo sobre la sinodalidad»: puede parecer un título lejano a la sensibilidad de la gente, un título un tanto técnico. ¿Qué piensa usted al respecto?
Yo participé en el sínodo de 1985 no como obispo sino como teólogo, fui uno de los teólogos que colaboró en este sínodo que se celebró veinte años después de la clausura del Concilio y el tema era la comunión, la communio, una palabra esencial del Vaticano II. Incluso aquel sínodo no tenía un tema específico, pero fue casi un sínodo sobre la comunión: la communio, como nota esencial de la Iglesia, como característica de la vida eclesial. Y creo que el sínodo sobre la sinodalidad es algo similar. La sinodalidad es muy simple: es el modus operandi de la comunión eclesial, la participación incluso sobre cuestiones y decisiones de gobierno, sobre aspectos de la vida de la Iglesia. El de la sinodalidad es un sínodo sobre cómo se vive de manera evangélica, de manera que corresponda a la vida del Evangelio, a la comunión eclesial, al caminar juntos del pueblo de Dios, de todos los miembros del pueblo de Dios. Por supuesto, se puede decir que la mayoría de los sínodos después de 1965 han tenido un tema más específico: por ejemplo, la penitencia o la familia, como tuvimos en 2014-15. Pero creo que este tema de la sinodalidad es un paso más en la recepción del Concilio Vaticano II, la communio y el modus operandi de la communio, la sinodalidad. Tampoco hay que olvidar que el caminar juntos de la sinodalidad no sólo tiene lugar en la contemporaneidad, sino también en la historia. Por eso, sinodalidad significa también recordar el camino de quienes nos han precedido en la fe.
El Papa Francisco insiste en subrayar que el sínodo está hecho de oración, escucha de la voz del Espíritu Santo, escucha mutua y discernimiento. Y que es diferente de los trabajos de un parlamento -igualmente positivos- que están sometidos a la lógica de mayorías y minorías.
Usted ha dicho que el trabajo de un parlamento es algo positivo. Estamos agradecidos a todos los países que tienen un parlamento, un verdadero parlamento, una democracia parlamentaria. Me gustaría añadir un pequeño apunte. Por supuesto, el parlamento no invoca explícitamente al Espíritu Santo: en algunos parlamentos hay una tradición de oración, son raros, pero existen. Pero pienso en ese maravilloso discurso del Papa Benedicto al parlamento de Londres, donde mostró que incluso en la democracia parlamentaria hay algo de discernimiento… Había hablado de la conciencia de Tomás Moro que tuvo que adoptar una actitud contraria al rey, pero antes había hablado de una decisión del parlamento de Londres, la de la abolición de la esclavitud, mostrando cómo había habido en los debates parlamentarios un avance en la toma de conciencia de que la esclavitud es contraria a la dignidad humana. Por eso quisiera añadir una palabra positiva sobre la labor del parlamento. Aunque el sínodo no es ciertamente un parlamento, esto no significa que el trabajo del parlamento no sea algo bueno.
¿Puede explicar esta diferencia entre sínodo y parlamento?
La diferencia es que la sinodalidad, la vida en la Iglesia, es siempre una búsqueda de la unanimidad, no en el sentido parlamentario de que todos deben votar de la misma manera -como ocurre en las dictaduras o en el comunismo-, sino como una búsqueda de la unidad. Es escucha de la voz del Espíritu Santo que avanza en la búsqueda de la verdad, en la búsqueda del bien, hasta llegar a una casi unanimidad. Es lo que han hecho los Concilios y también los sínodos que he conocido: la regla del sínodo es que hay votaciones, pero éstas deben obtener dos tercios de los votos. No olvidemos tampoco que el sínodo es consultivo, no es un órgano legislativo. Es para escuchar, escuchar juntos la voz del Espíritu Santo. Por eso el Papa quiso tanto para el sínodo sobre la familia como para éste sobre la sinodalidad, dos etapas o varias etapas, locales, continentales, etc. Y al final dos reuniones de la asamblea sinodal porque es un camino hacia una unanimidad que debe ser siempre ut sint cor unum et anima una, como se dice de la Iglesia primitiva: eran un solo corazón y una sola alma. Esta concordia es el signo del Espíritu Santo.
¿Qué significa, concretamente, «escuchar la voz del Espíritu»?
El Papa nos ha enseñado -y ya lo practicamos con buenos frutos- el método de la conversación espiritual. ¿En qué consiste? En escucharnos unos a otros con respeto, con acogida, para llegar a un discernimiento, para comprender cuál es la voluntad de Dios. Y para mí fue impresionante que en el documento Querida Amazonia el Papa Francisco propusiera un eco del sínodo sobre la Amazonia, al que pude asistir. Dijo en algunos puntos: aquí me parece que falta el discernimiento, necesitamos más discernimiento. ¿Cómo sabemos que hemos hecho el discernimiento necesario para llegar a una decisión? Este es ciertamente el arte del gobierno del Papa, pero también de la concordia del sínodo, de los miembros sinodales. Y por eso creo que vamos a tener una fuerte experiencia de eclesialidad en esta escucha. Por supuesto, sobre muchas preguntas y muchos temas la lista de las cuestiones es larga y habrá mucho tiempo para dedicar a la discusión y el intercambio sobre tal o cual cuestión, pero siempre en la perspectiva de la escucha del Espíritu.
Una característica seguramente nueva de este sínodo es el intento de implicar y escuchar ampliamente a las iglesias locales, involucrando en el trabajo a las comunidades e incluso a quienes se habían alejado de la Iglesia. ¿Es importante este método y, en caso afirmativo, por qué?
Sí, es importante escuchar también la voz de los que no están ‘dentro’, de los que se han alejado, porque este eco nos permite discernir mejor. Y también escuchar la voz de los fieles. Basta con leer el famoso librito de San Juan Enrique Newman sobre la escucha de los fieles en materia de fe. Este pequeño libro escrito en torno al Concilio Vaticano I es muy importante para nuestra situación de búsqueda de la sinodalidad.
¿Qué significa escuchar la fe del pueblo de Dios?
Es el sensus fidei. Por supuesto, esto no se descubre en las estadísticas. Si no hacemos este trabajo de escucha del sensus fidei no estamos escuchando al Espíritu Santo porque lo que vive en el sensus fidei del pueblo de Dios, se percibe, este es el nudo, el corazón de la fe de la Iglesia. Pienso en una experiencia personal cuando era un joven estudiante de teología y nos enseñaron todas las ideas de Bultmann y Entmythologisierung (desmitologización, ed). Un cuestionamiento radical de la fe cristiana. Llegué a casa y se lo conté a mi madre, que me escuchó y al cabo de un rato me miró algo sorprendida y me dijo simplemente esto: «Pero si Jesús no es el hijo de Dios vivo, nuestra fe está vacía». Siempre he dicho que esta lección de mi madre fue para mí esa escucha del pueblo de Dios, de la fe de la gente sencilla. Por eso es tan importante la insistencia del Papa Francisco en la religiosidad popular, en la fe del pueblo, insistencia que ya encontramos en el documento de Aparecida. Recuerdo aquel famoso sermón del entonces cardenal Ratzinger en el período de la crisis con Hans Küng, cuando decía: la teología que no se pone humildemente al servicio, a la escucha de la fe del pueblo de Dios, no sirve, es la gnosis, pero no es el servicio de la fe. Por eso creo que el método de implicar a un gran número de fieles y también a personas que se han alejado de la Iglesia es importante para el discernimiento.
Otra característica es la participación de miembros no obispos, con la inclusión de un número significativo de fieles laicos y especialmente de mujeres. ¿Cómo cambia esto la fisonomía del sínodo y cuáles cree que serán las consecuencias?
En los sínodos de los últimos 50 años siempre ha habido hombres y mujeres laicos que participaban como expertos, como auditores y auditoras. Ahora, por primera vez, un buen número de laicos y laicas son miembros del sínodo a título pleno. Creo que no cambia fundamentalmente la fisonomía del sínodo, porque ciertamente es un sínodo de obispos, la mayoría siguen siendo obispos, porque la tradición sinodal es ante todo la de la reunión de los obispos de la región, de la nación, etc., pero esta participación de los fieles laicos es ciertamente importante para mejorar la escucha. He participado en un buen número de sínodos y recuerdo intervenciones de hombres y mujeres, laicos, entre los expertos, entre los auditores, que tuvieron un profundo impacto en los trabajos. Esta vez se da un paso más para implicar a estas voces. En este sínodo seguirá habiendo expertos, incluso delegados de otras Iglesias fraternas. Creo que se trata simplemente de un enriquecimiento. Debemos entonces recordar una vez más el sínodo creado por Pablo VI hace más de 55 años. Este sínodo se concibe como la voz del episcopado de la Iglesia universal ante el Sucesor de Pedro. Lo sabemos bien, hay votaciones y votaciones muy significativas, pero estas votaciones son expresión del sensus fidelium, también de las expectativas del pueblo de Dios que, en última instancia, se transmiten al Papa para su ulterior discernimiento. Esta nueva participación no cambia la sustancia del sentido de un sínodo postconciliar.
Una consecuencia de esta amplia participación fue la inclusión en el Instrumentum laboris sinodal de muchos temas que se viene debatiendo desde hacía décadas. Por ejemplo, la petición de reformas específicas para una mayor participación de los laicos y las mujeres en la vida de la Iglesia, o un replanteamiento de ciertos temas relacionados con la teología moral. ¿Qué peso tendrán en el Sínodo?
No sabría responder, ya veremos. Lo que he percibido es que los sínodos continentales y también el eco de muchas conferencias episcopales de todo el mundo insisten ciertamente en la cuestión de la participación de los laicos en la vida de la Iglesia. Se trata de un tema ya central en el Concilio Vaticano II. La participación de los laicos está en el centro de las intenciones del Concilio y todavía queda mucho por aprender y por hacer. San Juan XXIII ya había dicho que el tema de la mujer en la vida de la Iglesia es uno de los signos de los tiempos, es una de las grandes cuestiones que surgen en todo el mundo y este tema estará ciertamente presente. Sin embargo, yo soy un poco escéptico sobre el hecho de que la lista de temas muy debatidos, especialmente en el mundo occidental secularizado sean tan centrales para toda la Iglesia. Pongo un ejemplo. En el sínodo sobre la Amazonia hubo una fuerte presión por parte de algunos grupos para que se tomara una decisión sobre los viri probati, la ordenación sacerdotal de hombres casados. Puede que se me critique por mencionar esto, pero se dijo en el sínodo. Algunos se preguntaban: ¿cómo es posible que haya hasta 1.200 sacerdotes de Colombia, un país que tiene muchas vocaciones sacerdotales, viviendo en Estados Unidos y Canadá? ¿Por qué no van cien o doscientos de ellos a la Amazonia? El problema de la falta de sacerdotes estaría resuelto. Así que creo que a veces necesitamos un poco más de discernimiento y también de honestidad para ver la complejidad de las cuestiones. En este sentido, confío en que el sínodo será una bella y fuerte ocasión, una oportunidad para discernir juntos sobre estas temáticas.
La secularización avanza en las sociedades occidentales, la transmisión de la fe que tenía lugar en la familia parece haberse interrumpido. ¿Cómo se vuelve a anunciar el Evangelio en estos contextos? ¿Cómo puede ayudar en esto el próximo Sínodo?
Usted lo ha dicho, la transmisión de la fe tenía lugar en la familia. Es verdad que si esta transmisión no tiene lugar en la familia, la transmisión de la fe no es imposible, pero es mucho más difícil. Por eso el doble sínodo sobre la familia 2014-15 es muy importante para la transmisión de la fe. Confío en que la transmisión de la fe suceda y sucede porque es obra del Señor. Es el Señor quien llama, quien invita, es el Señor quien actúa en el corazón de las personas, quien atrae como dijo Jesús: ‘cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Esta atracción de Jesús actúa en todo el mundo, pero también hacen falta quienes ayuden a captar esta llamada, esta obra del Señor. Por supuesto, la secularización es un gran desafío. Pero vuelvo a recordar a Benedicto XVI, que dijo cosas sorprendentes sobre la sociedad secularizada. Recuerdo que cuando fue a la República Checa, un país muy muy secularizado, dijo: aquí también hay oportunidades para que el Espíritu Santo actúe, para que sea operativo. Y esto es verdad. Así que la secularización no es sólo una desventaja, también tiene un lado positivo, en el sentido de que las cuestiones existenciales personales surgen de un modo quizá más directo. Y así actúa el Señor. Esto es el Evangelio: es una fuerza de vida, suscita vida, y en este sentido confío en que este sínodo, a pesar de todas las críticas que ya se están haciendo, sea un paso para hacer avanzar la comunión de la Iglesia.-
(Vatican.news/InfoCatólica)