Hermanito – Miñán
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
Me enteré de la existencia de este libro porque el Papa Francisco se lo recomendó como lectura espiritual a los obispos de reciente nómina reunidos en Roma. Lo busqué en varias librerías sin suerte porque está agotado. Un buen amigo me lo obsequió y mientras esperaba montarme en el avión para regresar a casa comencé su lectura. Me subyugó desde el primer momento y me lo leí de un tirón durante el vuelo.
Ibrahima Balde, el joven guineano que cuenta su historia, mejor su drama personal recogida magistralmente por Amets Arzallus, periodista vasco francés que hace vida en la vascoganda española, se me antoja de una densidad humana y espiritual como cuando uno lee las Confesiones de San Agustín. De ascendencia musulmana y cultura de Guinea Conakry, su testimonio me dejó atónito por la sencillez con que narra el drama de su vida sin asomo de odios ni desprecios hacia nadie. Es el hijo mayor de tres hermanos más, Alhasanne el menor y las dos niñas pequeñas Fatumata Binta y Rouguiatou que nunca habían ido a la escuela.
A los cinco años su padre se lo llevó a Conakry a vivir y trabajar con él. Quiso mucho a su papá aunque era muy exigente y diabético; ejercía de talabartero y le enseñó el oficio con ruda disciplina no exenta del castigo corporal que a pesar del miedo que le provocaba no de sentir por él un amor filial a prueba de todo. Producto de la diabetes su padre muere inesperadamente y le toca en la tradición familiar asumir el mayorazgo con apenas 14 años de edad, sin ningún apoyo afectivo y financiero pues su padre no dejó más que los aperos de su oficio.
Decide regresar al hogar junto a su madre y hermanos, distantes cientos de kilómetros de Conakry con los poquísimos recursos que le suministraron unos pocos amigos durante las exequias. Recurre a la oración que le había inculcado su papá, y a las horas del rezo, cuando podía, asistía a la mezquita o la hacía desde donde se encontraba. Ser el sostén de la familia lo lleva a abandonar el hogar para buscar trabajo. Quería mantener a la mamá y proporcionarles estudios a sus hermanos.
Comienza un periplo errante en el que su espíritu no se doblegó nunca a pesar de las muchas peripecias en que padeció la explotación de quienes viven y se lucran de las necesidades de los pobres. Su hermanito menor, Alhassane, MIñán, al que quería mucho y deseaba que estudiara para que se valiera por sí mismo se fue de la casa buscando fortuna atravesando los desiertos llegó a la costa mediterránea en Libia para pasar a Europa. Ibrahima siento la necesidad de ir en su búsqueda pasando las mil calamidades de los miles de migrantes africanos rumbo a Europa.
No estamos ante una novela de aventuras. En medio de las tantas penalidades y horrores que sufrió, su narración trasluce un alma limpia, una conducta intachable, una rectitud indoblegable, sin el menor asomo de resquemor. Sentir la muerte tan de cerca en diversas ocasiones no lo amilanó pues su objetivo era encontrar a su hermanito y volver con él a la tierra natal. En el camino se topó con explotadores sin entrañas y también con gente buena como Ismael y algún otro samaritano que le tendieron la mano.
Ni las drogas, ni el sexo, ni la violencia o la rapiña se apoderaron de su ser. Al constatar que su hermanito había perecido en una de esas infernales pateras, la zodiac, que se las tragaba el mar mediterráneo en el intento de llegar a la orilla europea. De la terrible maldad que vivió en Libia, a donde no quería volver, peregrina por la costa norafricana hasta Marruecos. Su pensamiento no era pasar a Europa sino regresar a Guinea, pero el destino lo llevó a intentar pasar a la costa española, siendo rescatado junto a decenas de migrantes de varis nacionalidades por un helicóptero y un barco de rescate…
En el país vasco se encuentra con Amets Arzallus, quien transcribe sus recuerdos y vivencias. La lectura de Hermanito Miñán nos hace palpar la triste realidad de la insolidaridad mundial ante la pobreza y la explotación. Tocar este drama no es una historia más, es el pecado estructural al que el mundo de hoy, personas e instituciones, ve de lado, pues no se trata solo de asistir la emergencia sino ir a la raíz del mal de la injusticia y la inequidad. El grito del Papa Francisco, fijándose en la centralidad de las periferias existenciales, como su reciente viaje a Marsella y su último escrito “Laudate Deum”, es el llamado desgarrador pero esperanzado para que cambiemos y no vayamos a la destrucción del género humano y de la casa común.
Leamos Hermanito Miñán desde la migración venezolana. Los millones de compatriotas que viven situaciones similares a las Ibrahima, son un llamado a la conciencia que no nos puede dejar impávidos y ajenos a esta realidad. Que la lectura de este pequeño libro sea una luz en el desierto de males que nos aquejan, como la película “el sonido de la libertad”. No seamos caínes ajenos a la muerte de nuestros hermanos.