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Rodrigo Guerra: «Conozco algo peor que el odio»

"Si el amor no es concreto, todo se vuelve una gran mentira"

 

“Conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”. La dura sentencia de Albert Camus atraviesa los tiempos y las circunstancias

 

«Lo peor acontece cuando el corazón intoxicado por la ambición y el afán de poder descansa en las “ideas” y pospone la realidad para un tiempo mejor que nunca llega»

 

«Y así, se llega a la última frontera del absurdo: hablar de amor, de cooperación, de fraternidad… en abstracto. Cancelando los rostros y las miradas, huyendo sistemáticamente del encuentro, de la petición de justicia o del perdón al otro concreto»

 

«El prójimo, el próximo, es máximamente concreto. Todos los déspotas huyen de él. Porque en el otro existe un reclamo ético ineludible que grita aquello que no deseamos escuchar: todos somos hermanos. Todos merecemos vivir con dignidad. Claudicar a esta exigencia es la raíz de nuestras actuales violencias»

 

“Conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”La dura sentencia de Albert Camus atraviesa los tiempos y las circunstancias. Javier Sicilia la ha recordado con frecuencia. Es válida en Gaza y en Kiev; en la costa de Guerrero y en la contienda electoral Argentina; en las oficinas del FMI o del Foro de Sao Paulo. La fuerza de esta verdad irrumpe en las relaciones familiares, en la comunidad de trabajo, en la Iglesia o en Palacio Nacional.

“Conozco algo peor que el odio…”, es decir, soy consciente que existen formas más elaboradas y más retorcidas de desprecio de lo humano, que el llenar el corazón de amargura y de deseos de destrucción. El odio es perverso, pero no es lo peor. Lo peor acontece cuando el corazón intoxicado por la ambición y el afán de poder descansa en las “ideas” y pospone la realidad para un tiempo mejor que nunca llega.

«La frase de Camus es válida en Gaza y en Kiev; en la costa de Guerrero y en la contienda electoral Argentina; en las oficinas del FMI o del Foro de Sao Paulo. La fuerza de esta verdad irrumpe en las relaciones familiares, en la comunidad de trabajo, en la Iglesia o en Palacio Nacional»

En efecto, el “mundo de mis ideas” posee una enorme fuerza de seducción. Con ellas puedo justificar mi vida, puedo ocultar los rostros heridos, puedo distraerme del dolor de las miradas. Las ideas, tan puras, tan perfectas, fácilmente se tornan maquillaje que cubre las arrugas de la absurda vida, del incómodo prójimo, del sufrimiento ajeno que me saca de mi agradable zona de confort.

Las ideas, en su abstracción, dejan de lado los aspectos ásperos de la historia, y con dos o tres maniobras verbales, se imponen abrumadoramente sobre el otro, para acosarlo, para humillarlo, para mostrarle “quién tiene poder”.

«Los conceptos enloquecen cuando en lugar de ser ayuda para que la mente y el corazón regresen a la realidad, reclaman adoración»

Las ideas, los conceptos, son parte de la vida humana. El problema no es su existencia. El problema es cuando dejan de ser iconos y se vuelven ídolos. Los conceptos enloquecen cuando en lugar de ser ayuda para que la mente y el corazón regresen a la realidad, reclaman adoración.

El desplazamiento de lo real, del estupor ante la vida misma, suspende, entre otras cosas, la capacidad para reconocer al otro, al diverso, como un “hermano” con dignidad.

Y así, se llega a la última frontera del absurdo: hablar de amor, de cooperación, de fraternidad… en abstracto. Cancelando los rostros y las miradas, huyendo sistemáticamente del encuentro, de la petición de justicia o del perdón al otro concreto.

En efecto, “conozco algo peor que el odio, el amor abstracto”, es decir, el amor vuelto discurso, palabrería, fuga utópica. Si el amor no es concreto, si evade su momento empírico, si no se ensucia las manos recogiendo y acogiendo al otro tendido en el camino, todo se vuelve una gran mentira.

«Y así, se llega a la última frontera del absurdo: hablar de amor, de cooperación, de fraternidad… en abstracto. Cancelando los rostros y las miradas, huyendo sistemáticamente del encuentro, de la petición de justicia o del perdón al otro concreto»

En la actualidad sólo el Papa Francisco se atreve a afirmar: “Busquemos a otros y hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. (…) Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás” (Fratelli tutti, 78).

«El prójimo, el próximo, es máximamente concreto. Todos los déspotas huyen de él»

El prójimo, el próximo, es máximamente concreto. Todos los déspotas huyen de él.

Porque en el otro existe un reclamo ético ineludible que grita aquello que no deseamos escuchar: todos somos hermanos. Todos merecemos vivir con dignidad. Claudicar a esta exigencia es la raíz de nuestras actuales violencias.

| Rodrigo Guerra López/RD

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