Opinión

Día mundial del Urbanismo: ciudad y sensatez

Bernardo Moncada Cárdenas, arquitecto:

Urbanismo: “Conjunto de conocimientos principios, doctrinas y reglas,
encaminados a enseñar de qué modo debe estar ordenado todo
agrupamiento de edificios, a fin de que responda a su objeto, que se
reduce a que sus moradores puedan vivir cómodamente y prestarse
recíprocos servicios, contribuyendo así al común bienestar. 
“(Ildefonso
Cerdá, 1867, 32)

“Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. […] La gente
construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de
la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya
.” José
Ortega y Gasset

Hoy, miércoles 8 de noviembre, como fue acordado en 1949, se celebra el
Día Mundial del Urbanismo.

Ya reconocido como disciplina o especialización profesional, lo que
llamamos urbanismo surgió frente a necesidades y urgencias creadas por
un hecho humano procedente de la antigüedad -la ciudad- que desde el
siglo diecinueve se había convertido en seria amenaza contra la sociedad y
el individuo.

Sin embargo, la preocupación por la ciudad, sus características,
necesidades y utilidad, así como normas para establecerla y convivir en
ella, aparecen como constantes en la historia de la civilización, como lo
muestran textos como el Vitrubio o las partidas de Alfonso el Sabio.
Como ciencia, el urbanismo pretende abrazar la innumerable cantidad de
factores que influyen en la conformación de ciudad y vida urbana, ya
deterioradas por la intensidad de usos y crecimiento demográfico desde la
Revolución industrial, y forzosamente repensadas y reconstruidas tras las
catástrofes que significaron dos guerras mundiales.

El desbordamiento de las áreas urbanas en la modernidad, además obliga
a buscar formas de racionalizar lo que fácilmente se torna un problema
que crece sin control posible.

En lo que va del siglo, 55% de la población mundial vive en ciudades,
(equivale a 4,5 mil millones de personas) las cuales, concentradas en un
minúsculo 3% de la superficie terrestre, consumen entre el 60 y 80% de
toda la energía mundial y generan el 70% de las emisiones de carbono que
están aumentando el efecto invernadero, afectando el restante 97% del
globo.

Estudiar el fenómeno parece ser tarea de dimensiones cósmicas, pero la
ciudad como objeto del urbanismo requiere también atender la pequeña
escala, esa donde no hablamos de enormes cifras, sino del bienestar
espiritual y físico de la persona, el ciudadano que la habita.
La gente -sintetiza el filósofo- funda la ciudad para salir de la casa y
encontrarse con otros que también han salido de la suya, destacando el
valor del encuentro, hecho fundamental para construir en paz lo que
Cerdá, inventor del término urbanismo, llama común bienestar.

Así, pues, hoy se celebra un saber que abarca desde la escala del bien
planetario hasta la del anciano que se sienta en una ventana a saludar y
ver pasar a los demás, saber el cual, más que saber, debe ser sabiduría.
Carlos Raúl Villanueva, que algo sabía de urbanismo, decía que urbanismo
era cuestión de sentido común.

Hoy, la Agenda 2030 de la ONU no solo plantea mejorar las condiciones
de vida de aquellas personas que viven en zonas marginales, sino también
garantizar un equilibrio entre la vida moderna y el medio ambiente,
desastrosamente perdido, y que las ciudades se vuelvan lugares
sostenibles y eco-amigables, espacios públicos que vuelvan a servir de
marco a una sociedad tan sanamente humana como desea cada uno de
nuestros corazones.

Dos condiciones básicas deben ser alcanzadas para encaminarnos hacia un
urbanismo que logre la ciudad que necesitamos, la ciudad que en San
Agustín armoniza el buen gobierno de la Ciudad de los Hombres con el
ideal de La Ciudad de Dios: un sensato amor a la ciudad que lleve al
habitante a vivir la urbanidad (civismo, respeto a los demás), y un sincero
amor a los gobernados que lleve al buen dirigente a gestionar el
urbanismo necesario para que sus moradores puedan vivir cómodamente
y prestarse recíprocos servicios, contribuyendo así al común bienestar.

Pero es de temer que en la realidad de hoy carezcamos de ambas
condiciones, viendo la torpeza con que -sin siquiera percatarnos-
arruinamos la ciudad, y la gravedad de los problemas que descuidan los
gobernantes, atendiendo los más superficiales en desmedro de los más
urgentes.

En el Día Mundial del urbanismo es oportuno recordar que el logro de la
ciudad de nuestros sueños requiere de un civismo consciente y activo de
parte de los ciudadanos, y de gobiernos consciente y activamente
volcados al común bienestar, y no en conservar y usufructuar el poder
para beneficio personal.-

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