Lecturas recomendadas

A propósito de la solemnidad de Cristo Rey

P. Alberto Reyes Pías:

 

Evangelio: Mateo 25, 31 – 46

 

Tenemos una sola vida, y a nivel psicológico da la impresión de que transcurre demasiado rápido. De ahí la insistencia del Señor en que aprendamos a vivir bien la vida, y una vida bien vivida según el Evangelio es aquella que se compromete con la eliminación de las situaciones de sufrimiento allí donde estamos hoy, empezando por casa, que ya sabemos que es el sitio donde comienza el mundo.

 

La intención de esta enseñanza, más que apuntar a quién será considerado oveja o cabra al final de los tiempos, quiere que nos preguntemos en qué ocasiones hoy nos comportamos como ovejas o como cabras, respecto a si servimos o descuidamos al hermano.

 

Desde la perspectiva del Evangelio, una vida adquiere sentido en la medida en que se gasta en el esfuerzo por generar bondad concreta y en la lucha contra las fuerzas del mal, que es todo aquello que impide al hombre vivir en plenitud la propia existencia en este mundo: la enfermedad (que no podemos eliminar pero sí acompañar), el hambre, la desnudez, la ignorancia, la esclavitud, el miedo, el odio, el egoísmo, el pecado…

 

Cuando concluya la historia de cada ser humano sobre esta tierra y la persona se encuentre sola, delante de sí misma y de Dios, sólo una cosa resultará importante: el amor, el compromiso en favor del bien y en contra del mal.

 

¿Y la condena final de la que habla este texto? En tiempos de Jesús era común utilizar en la enseñanza lo que se llama “paralelismos antitéticos”, es decir, repetir dos veces la misma enseñanza para que se grabe mejor en la mente de los oyentes, presentando el mensaje primero en forma positiva y luego en forma negativa. La intención de Jesús no es aterrorizar a sus oyentes con el miedo al infierno sino indicar con imágenes fuertes lo que verdaderamente cuenta: el peligro de desperdiciar la propia vida y el juicio de Dios sobre las decisiones que tomamos hoy, en nuestro presente.

 

El infierno existe, entre otras cosas como condición de nuestra libertad y de la posibilidad real de aceptar o rechazar a Dios, pero nuestra preocupación no debe ser tanto la condenación eterna (que es posible pero no fácil), sino ese otro infierno que es la infelicidad y el hastío vital que nacen de la opción libre y voluntaria por el mal o por la inanición frente a la vida sufriente del otro, sea porque no frenamos el mal que lo daña, sea porque no le hacemos el bien al que lo necesita.

 

 Y ese destinatario de nuestro obrar Jesús lo identifica consigo mismo: “a mí me lo hicieron”, realidad que entendemos no cuando intentamos “ver a Jesús en el otro”, lo cual más bien quita valor a la persona, sino cuando, desde la relación con Jesús, entendemos que toda persona es digna de ser amada.-

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