Opinión

Lo que está en nuestras manos

Bernardo Moncada Cárdenas:
«… “Mientras haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida». (Papa Francisco, 31/05/2017)
«No todo está perdido, los males que existen en la sociedad los hemos hecho los hombres y tenemos que ser quienes, con coraje, creatividad y respeto, busquemos soluciones mancomunadas… para ver a nuestros niños crecer, a los jóvenes tener el deseo de permanecer en esta tierra y, como adultos, dar lo mejor de sí». (Cardenal Baltazar Porras, 24/07/2018)
«La esperanza cristiana es tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea». (Papa Francisco, 01/02/2017)
Buena parte de la desesperación que ha nublado el razonamiento de nuestros compatriotas proviene de la confusa percepción de esperanza con ilusión. Esperar no es codiciar, pretender poseer el futuro, ni querer imponer al porvenir nuestras visiones y caprichos. Nuestras visiones tendrán sentido si, y solamente si, se apoyan en la realidad actual tal cual es.
Esperanza es esperar de acuerdo a lo que está en nuestras manos. Como las estrategias de un gran ajedrecista tienen sentido a partir de la situación presente del tablero, para cualquiera de nosotros, dirigente o “ciudadano de a pie”, es inútil plantearnos algo esperando que la circunstancia cambie totalmente a favor nuestro.
Un insigne profesor de mi universidad respondía, cuando proponían presentar su candidatura al rectorado: “seré candidato cuando la universidad cambie”; esa es la actitud de muchos ante el presente: esperar a que salga el gobierno, una actitud que nos inmoviliza.
La ilusión, como término, suena muy bonito; no debemos olvidar sin embargo que proviene de “illudere” (engañar, jugar con nuestros sentidos).
La Iglesia llama a esperanza, siempre ligándola con la fe, otra palabra poco comprendida. La fe no es creer o esperar lo imposible. “Fe” es confianza, reconocer que la realidad excede nuestro cálculo y que en el cosmos se mueve una fuerza que podemos llamar, entre muchos nombres, “Libertad”.
Existe la historia, el cambio, de manera que la realidad reaparece con matices y gestos novedosos, siempre sorprendiendo. Si dependiese de nuestros planes, la historia sería un bostezo sin fin. En nuestra fe en esta libertad confiable se basan las expectativas realistas que nos mantienen en movimiento.
La esperanza destraba nuestros temores y mañas. No se trata de “salir de nuestra zona de confort”, como ahora se dice, sino hacer de la realidad, por medio de la fe, una infinita zona de confort donde nos movamos sin temores.
Si vivimos así la esperanza, el fruto es el total cambio de nuestra posición personal. En el cambio de nuestra actitud individual está la verdadera esperanza. Este es el tiempo del renacimiento de la conciencia personal.
Precisamente la persona que, frente a los grandes poderes que hoy actúan, pareciera lo más ridículo, lo más risible que existe, y sin posibilidad de éxito alguno, es el punto de recuperación, el valor social más grande de ahora para un contraataque. Es el lugar de nacimiento de los grandes cambios.
Necesitamos la multiplicación de estas personas que son presencias. La multiplicación de estas personas; y una inevitable empatía o sinergia frente a la realidad, entre estas personas.
Así se moviliza la esperanza, con audacia basada en la realidad. Algo que falta en muchos de nosotros, intoxicados por el pesimismo o por las promesas ilusorias de irreales optimismos ofrecidos por los líderes. Lúcidamente lo ha dicho ese insigne venezolano, Baltazar Porras Cardozo: “Hay que forzar a la dirigencia a ver la realidad”.
Venezuela no es el Titanic. En nosotros está navegar en la realidad o aferrarnos a la inmovilidad que se hunde.-

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