El problema con las idealizaciones
Dra Ana María Hurtado:
Mi amado maestro Fernando Rísquez nos decía que la sanación de un paciente se llevaba a cabo gracias a sus partes sanas, es decir, hay que echar mano de lo que en cierto lenguaje actual se llaman las fortalezas. Aunque siempre los paralelismos entre lo individual y lo colectivo deben hacerse con mucho cuidado, quiero resaltar que en nuestro grave estado como nación se hace imperativo echar mano de las fortalezas, de nuestras partes sanas y, en léxico aún más psicoanalítico, de nuestros objetos buenos internos. Y para ello, lo primero es tomar consciencia, reconocerlos.
Nos hemos dado a la destructiva tarea, desde hace bastante tiempo, de denigrarnos, de resaltar nuestros defectos hasta el punto de convertirlos en lo fundamental. Podría hacer ahora una larga lista de los epítetos negativos que utilizamos para definirnos, pero es precisamente lo que no quiero hacer. Estas imágenes, creo, contribuyeron a abrir una brecha por la que se ha filtrado el monstruo que nos acosa en este momento terrible de la historia. En oposición, cuando queremos reconocer algo bueno lo hacemos en tono maníaco, idealizado, «somos el mejor país del mundo, el más rico, tenemos las mujeres más bellas, los más, los más» . Cosa que tampoco ayuda, puesto que las idealizaciones no sirven para la sana construcción y reforzamiento de lo que somos, y por el contrario, se convierten en parte del problema y fuente de frustraciones, negaciones y anhelos sobredimensionados. Por esa vía llegamos al comandante hipergaláctico eterno y a una revolución tan linda como ésta. Estar convencidos de que no hemos hecho nada bueno como nación, y que nuestro único valor proviene de la gesta independentista (de una guerra al fin y al cabo) y que somos una caterva de canallas, que merece ser sustituida por otra caterva aun peor de » hombres nuevos», nos convirtió en fáciles compradores de perlas falsas y oropeles desvaídos para intentar compensar las carencias.
Se ha denigrado hasta el cansancio de los 40 años de democracia puntofijista. Sin embargo, y esto es lo que quiero resaltar, esos 40 años donde se formó toda una generación, son parte esencial de esos objetos buenos que nos preservan de caer sin remedio en las fauces del totalitarismo y luchan sin descanso, a brazo partido contra esta arremetida de » objetos malos» encarnados en los lamentables personajes que detentan el poder. Cuando en status depresivo nos decimos que somos como Cuba que ya lleva 60 años de tiranía, o que la URSS perduró durante interminables 80 años, nos olvidamos que los cubanos nunca vivieron en democracia, salieron de la dictadura de Batista listos a las voraces manos de Fidel. Que la Rusia zarista era un país sumergido en el feudalismo antes de la revolución bolchevique, al igual que la China antes de Mao Tse Tung. La misma España había conocido sólo un breve y convulso episodio republicano antes de caer en los 40 feroces años franquistas.
Quiero resaltar que nuestra experiencia democrática, imperfecta, deficiente, renca, es, no obstante, un verdadero legado contra el fascismo. Aprendimos civilidad, ciudadanía, ejercimos el voto, supimos de derechos humanos, nos organizamos en partidos políticos, comimos y nos educamos, invocamos la libertad, la igualdad y la fraternidad, todo muy imperfecto, es cierto, pero esas nociones- aunque con fallas- las tenemos en nuestro haber de país. El error fue suponer que al no ser perfectas eran deleznables, y debían ser sustituidas por un paquete de supervirtudes transterrenas : he ahí el problema con las idealizaciones.
Y ahora en esta hora de oscuridad y caos, esos nuestros «objetos buenos» republicanos y democráticos, heridos, magullados, imperfectos, son los que nos sostienen en esta lucha. Y digo con total certeza: no somos la Cuba de Batista, ni la Rusia zarista, ni la China feudal, tenemos con qué hacerle frente a este dragón de varias cabezas.
No vayamos a beber en las aguas de las guerras de independencia, aunque sean parte importantísima de nuestra historia, pues de ellas no aprendimos ni democracia ni civilidad, y por el contrario han sido un recurrente obstáculo a nuestra formación republicana. Dilema, por cierto, con el cual el mismo Bolívar tuvo que lidiar. Acudamos, en cambio, a nuestros imperfectos 40 años en los que con gran esfuerzo construimos una república, que aun flotando sobre los restos del naufragio, sobrevive en nuestra alma colectiva.-