La Meritocracia
Dagoberto Valdés Hernández:
Hoy es Navidad. Pero es lunes y quiero compartir con los lectores un tema en el que he reflexionado mientras ocurría la sesión ordinaria de la Asamblea Nacional de Cuba. No voy a comentar sus decisiones y su unanimidad. Es tema muy tratado. Quiero meditar en algo más profundo, más a la raíz del problema. Se le llama meritocracia.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE), la meritocracia es el “Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales.”
Según Castillo et al. la meritocracia se identifica como “un orden social donde “las recompensas son distribuidas a los individuos de acuerdo con criterios de mérito personal” (Yair 2007: 1), denotando que lo central de la meritocracia es un orden donde el mérito prima como criterio de distribución y, por lo tanto, “la meritocracia se contrasta también con sistemas que están basados en la selección mediante características adscriptivas como riqueza heredada, clase social, etnicidad, raza y, más generalmente, con cualquier sistema de nepotismo” (Yair 2007: 1).[1]
Hay quienes identifican la meritocracia con la desigualdad social. Es un argumento demagógico y populista. Es imposible que todos los ciudadanos tengan el mismo talento, hagan el mismo esfuerzo y tengan los mismos méritos profesionales. La desigualdad de la meritocracia es la diferenciación de roles en la sociedad. Lo que no implica que se consagre la igualdad de oportunidades ante la ley. Algunos llegarán por sus méritos y capacidades y otros no llegarán. Ahora llegan los que, con frecuencia, no tienen ni talento ni capacitación, pero ostentan una incondicionalidad ciega al régimen.
La meritocracia está estrechamente relacionada con el talento y el esfuerzo que da como resultado al mérito si se combinan bien. Es necesario entonces definir “mérito”: “Acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza. Derecho a reconocimiento, alabanza, etcétera, debido a las acciones o cualidades de una persona” (RAE). De esta forma, se elige a una persona para un servicio porque sus acciones, pero sobre todo su conducta, unida al talento, a la capacitación y al esfuerzo personal, es idónea para ser elegida, recomendada, ascendida.
Si, por el contrario, lo que se tiene en cuenta para ocupar cualquier cargo o responsabilidad son la fiabilidad política, la incondicionalidad ideológica y el asentir en todo lo que se le proponga “desde arriba”, entonces lo que abunda no es el mérito personal, profesional, la pericia en el área de trabajo, la competencia, sino la ignorancia y la insuficiencia. Si a esto le agregamos que “lo que viene de arriba” surge de otra persona con los mismos criterios políticos de selección, entonces se pueden ver situaciones como las que hemos visto en la Asamblea mencionada.
En Cuba, no prima la meritocracia sino la lealtad a una ideología convertida en “religión secular”. Es por ello que no nos deben asombrar los fallos reiterados y multiplicados en todos los niveles. Desde arriba hasta el último funcionario que está allí porque es un “incondicional” del sistema y no porque sea el que más méritos tenga para desempeñar ese cargo o responsabilidad.
Todos los días, en cualquier gestión, nos topamos con personas y mecanismos que muestran una incapacidad para desempeñar su cargo, para resolver el más mínimo problema e incluso para dar una atención a la población que se acerca. Incluso, nos sorprende y asombra cuando nos encontramos con una persona en puesto público que nos trata cortésmente, aunque presente una incompetencia para su desempeño profesional o para la gestión que debe facilitar y resolver.
Hay en la Biblia, en el libro de Éxodo 14, 23-25, un relato que expresa que Dios puso “trancas”, “desenganchó” las ruedas de los carros del Faraón que perseguía al pueblo de Dios junto al Mar Rojo. Cada vez que veo un disparate, una explicación absurda como si fuéramos estúpidos; cada vez que es tan evidente por dónde está la salida, cuál podría ser la solución de un problema, y se hace exactamente lo contrario, me digo: “Dios está desenganchando las ruedas de los carros del Faraón”. No se trata, y vale aclararlo, que Dios quiera el mal de su pueblo, ni que castigue. Las trancas que entorpecen “las ruedas” son, por un lado, la esencia misma del sistema y, por el otro, los criterios de selección de los que ostentan responsabilidad. La meritocracia está ausente de Cuba. Esa es la segunda causa del desastre.-
Propuestas
La denuncia es necesaria. Pero las propuestas lo son aún más:
- Cuba debe instituir un sistema de meritocracia para que sirvan al país aquellos hijos que acumulen más talento, más esfuerzo, más virtudes, más ética y cívica. Es decir, más mérito en el sector donde se vaya a servir.
- Todos los ciudadanos cubanos deben tener igual derecho a optar por las oportunidades y que no se les discriminen por su forma de pensar, sus creencias religiosas y sus opciones políticas.
- En todos los sectores del mundo del trabajo, de la economía, de la cultura, de la política y de la religión, debe primar la meritocracia de modo que al afrontar las crisis que pueda tener cada sector, sus responsables a todos los niveles, tengan la preparación profesional, las virtudes, el currículo y el esfuerzo acumulado que lo hagan más idóneo para el servicio que va a prestar.
El futuro de Cuba será mejor si se instala un sistema meritocrático. Así el reino del absurdo que nos sorprende cada día se transformará en el reino de la virtud, el decoro y el talento.
[1] Castillo, J.C., A. Torres, J. Atria y L. Maldonado. 2019. “Meritocracia y desigualdad económica: Percepciones, preferencias e implicancias”. Revista Internacional de Sociología 77(1):e117. https://doi.org/10.3989/ris.2019.77.1.17.114