Los misterios de la Navidad: Una lectura del magisterio de Benedicto XVI sobre la encarnación de Dios
"Aquí tenemos la razón última, el misterio de la Navidad, su alcance: hay otra forma de vivir, desde la esperanza y el amor"
«Para mí, la Navidad, entre otras experiencias, ha sido una de las claves para volver a recuperar la Fe en aquel que nació en Belén, murió en el Monte Gólgota y después resucitó»
«Benedicto XVI fue quien me sirvió de clarificador ante mis dudas y quien, junto con mis padres y la figura de la periferia de la prisión de la mano del Padre Ximo, hizo que, a partir de sus textos, la Fe conquistase mi vida»
«Este Niño es una llamada a nuestras conciencias, a todo aquello que hacemos para que seamos protagonistas del viraje que la historia necesita para arrinconar los alaridos de dolor y sufrimiento que las personas provocamos»
A medida que nos encaminamos hacia estas fiestas de la mano del Adviento me suelo preguntar qué tipo de Navidad celebran las personas con las que me encuentro a diario. Ante una sociedad que sigue como mandamiento primordial la imagen e idolatra el instante, lo que perdura, lo que exige de nuestra calma y paciencia, se suele desechar porque no entra dentro de los cánones establecidos. Nuestra cultura digital lo devora todo en el mismo instante que es consumido.
Al ver las luces en los balcones, en las tiendas, las guirnaldas, algunos belenes que se ven todavía por ahí, todo lleno de color y de aparente vida, me surge la misma cuestión, incluyéndome yo: ¿Qué es la Navidad? ¿Qué hay detrás de ella? ¿Por qué tantas personas ilustres no han dejado de describirla y acudir a ella para encontrar un ápice de salvación y esperanza? ¿De dónde viene ese sentimiento que nos hace más solidarios, más sensibles, en otras palabras, más humanos? ¿Por qué la Nochebuena nos produce, año tras año, un cosquilleo único y nervioso?
Cada familia, cada persona tiene su historia, sus partidas y venidas, sus vínculos, sus rupturas y sus miserias, con unas tradiciones, comidas y cenas determinadas. Para mí, la Navidad, entre otras experiencias, ha sido una de las claves para volver a recuperar la Fe en aquel que nació en Belén, murió en el Monte Gólgota y después resucitó.
La muerte de Juan Pablo II significó un punto de inflexión ante mi posición a la contra y peyorativa de la Iglesia. Benedicto XVI fue quien me sirvió de clarificador ante mis dudas y quien, junto con mis padres y la figura de la periferia de la prisión de la mano del Padre Ximo, hizo que, a partir de sus textos, la Fe conquistase mi vida. Francisco ha sido la encarnación de aquello que leí en el Papa Ratzinger y, por ello, toda la Iglesia deberíamos saber valorar lo que Bergoglio es y va a significar en el futuro de la historia de la humanidad más allá de la Iglesia.
Ahora bien, si algo me ha marcado, si he sentido esa llamada de Dios, una de sus mediaciones ha sido la lectura de las homilías de Benedicto XVI sobre la Nochebuena, la Navidad y la Epifanía que se recogen en el libro Y Dios se hizo hombre en la editorial Encuentro. Si todavía no las han leído, háganse con ellas, son claras y profundas y, lo más importante, nos ayuda a entender los misterios de la Navidad y, en definitiva, del Dios del niño Jesús.
Si tuviese que explicarle a alguien qué es el cristianismo posiblemente acudiría a los relatos evangélicos de Lucas y Mateo acompañados de estas reflexiones de un Papa que ha sido insultado y vilipendiado hasta límites inimaginables. La historia se encargará de ponerlo en el lugar que merece y será, ya lo está haciendo, en esos momentos de soledad, de lectura y meditación que debemos tener para que Dios se nos haga presente.
El primer misterio de la Navidad es por qué razón Dios quiso encarnarse en un niño. Dios es omnipotente, todo lo puede, y omnisciente, todo lo conoce, y nos sorprende haciéndose la criatura más débil y dependiente que existe: un bebé. Una realidad que en el mismo momento de nacer se pone en cueros presentando, a ojos de todos, sus miserias y debilidades, esto es, la dependencia de nosotros, de ser acogido, de ser abrazado y llevado a nuestro corazón. En un mundo donde el poder es el vector y el hilo conductor de la historia, Dios hecho carne, nos aporta una nueva posibilidad.
La base de las luces centelleantes de los balcones, de los ayuntamientos o de los centros comerciales está en la luz de Belén. La Nochebuena es lo que es porque se convierte en el faro de la humanidad. Esa noche la historia contempla otra forma de ser persona, contempla otra posibilidad y, de ahí, que la historia se parta en dos.
Michelle-Yves Bolloré y Oliver Bonnassies han escrito, Dios. La ciencia, las pruebas, cuyo subtítulo resulta más que atrayente e inquietante, El albor de una revolución, poniendo patas arriba el debate cultural e intelectual francés. El hecho del nacimiento de Jesús no se les escapa: “8000 millones de hombres, es decir, la totalidad del planeta, utilizan su año de nacimiento en el calendario, aun cuando no hayan oído hablar de él. Todos los contratos, actos jurídicos y publicaciones del mundo se refieren a su nacimiento… Los judíos, los musulmanes y los chinos tienen, es cierto, sus propios calendarios, pero su utilización se limita a su propia esfera. La fecha de nacimiento de Jesús es un meridiano absoluto y universal”. Dios se manifiesta a todos y cada uno de nosotros. La revelación, con el permiso de los profetas, se inicia aquí mismo, en un establo, en una periferia, fuera de los asuntos donde se deciden los destinos de las gentes».
El 24 de diciembre de 2005, en su primera homilía de Navidad, reflexionaba el Papa alemán:
“Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan poderoso que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso para que podamos amarlo. Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, se nos comunique y continúe actuando a través de nosotros… Contra la violencia de este mundo Dios opone, en ese Niño, su bondad y nos llama a seguir al Niño”.
Este Niño es una llamada a nuestras conciencias, a todo aquello que hacemos para que seamos protagonistas del viraje que la historia necesita para arrinconar los alaridos de dolor y sufrimiento que las personas provocamos. La Navidad, por tanto, nada tiene que ver con esa fiesta dulzona, muy cuqui, que hemos heredado con los renos de Papá Noel y la nieve por doquier. La Nochebuena encarna la necesidad de decir alto y claro, BASTA. Es una llamada de atención por la utilización y el uso de nuestra libertad. Con esta noche mágica comienza un nuevo reinado, el de la paz, el del amor y la donación como regalos insustituibles de la vida. En estos días nos regalamos cosas, pero la Navidad es el impulso eterno de regalarte, de darte de forma absoluta a los demás. De la luz de Belén ha surgido toda una corriente de bondad y de luz para que vayamos más allá de lo que los medios dicen y muestran que es el mundo.
El otro misterio de la Navidad es el tiempo. ¿En qué ocupamos nuestra vida y hacia dónde la dirigimos? ¿Qué estrellas seguimos, adoramos y contemplamos? ¿Tenemos tiempo para los demás, para aquellos que nos reclaman ayuda, para el prófugo, el inmigrante, el preso o el que no tiene nada que ofrecer? ¿Y cómo ejercemos nuestro poder? Benedicto XVI nos invitaba a caer en la atención del significado de palacio y realeza para asumir el significado originario y prístino de la Navidad.
El establo se transforma en palacio porque el poder proviene del amor, de la bondad y de la cruz. El establo y la cruz se correlacionan, ya que implican una nueva forma de entender a la humanidad. Sólo hace falta que lo acojamos. De ahí que la Navidad sea la fiesta de la libertad, somos los únicos que podemos decidir de qué forma vamos a proyectar el tiempo.
El 6 de enero de 2008, en la homilía de la misa de la Epifanía, reflexionaba en estos términos:
“Si hay una gran esperanza, se puede preservar en la sobriedad. Si falta la verdadera esperanza, se busca la felicidad en la embriaguez, en lo superfluo y en los excesos, y los hombres se arruinan a sí mismos y al mundo. La moderación no sólo es una regla ascética, sino también un camino de salvación”.
La Navidad, precedida del Adviento, invita a que despertemos, a que estemos vigilantes para salir de nuestro mundo de egoísmo, de nuestros prejuicios que nos alejada de los demás, de nuestros muros diarios. Tenemos que ser un semillero de bien común y de unión, dejar de lado nuestras batallas intestinas que nos dividen y nos enfrentan. La mirada del niño Jesús interpela a la posibilidad de una nueva humanidad a partir de la humildad y la sencillez. La Navidad es todo lo contrario a una fiesta de las grandes galas, del ruido y de las principales marcas. Se dirige, por el contrario, al ámbito de tu decisión, del modo en que empleamos el tiempo y el papel que queremos jugar en la historia. ¿A qué estás dispuesto? La Navidad es un cuestionamiento de los latidos de nuestra interioridad y del sentido y significado que queramos darle.
En la Catedral de Nuestra Señora de Múnich, el 25 e diciembre de 1978, señalaba el misterio definitivo de la Navidad:
“Dios se hizo niño, un niño que necesitaba una madre. Se hizo niño, un ser que entra al mundo con una lágrima, que como primer sonido emite un grito que pide ayuda, cuyo primer ademán son los brazos extendidos, que buscan cobijo. Quería ser un ser dependiente para despertar de ese modo en nosotros el amor que nos purifica y nos salva”.
Aquí tenemos la razón última, el misterio de la Navidad, su alcance: mostrar a la humanidad que hay otra forma de vivir, desde la esperanza y el amor. A pesar de los pesares, a pesar de los diferentes escenarios que contemplamos a diario, el amor es más fuerte que la muerte. Sólo si adoptamos la Navidad como un antes y un después de nuestra biografía y decurso vital, podremos asistir al nacimiento de una nueva luz en nuestro interior. Y así podremos vivir siempre con el aliento y alimento transformador de la encarnación de Dios en la historia a través del pesebre de Belén. Recordemos, pues, a ese personaje de Charles Dickens en Cuento de Navidad y que podamos encarnarlo a diario: “Honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año”.
FELIZ NAVIDAD.
| José Miguel Martínez Castelló/RD