Nelson Martínez Rust:
Finalizando el año pasado – diciembre 18, 2023 – la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Emmo. Sr. Cardenal Víctor Manuel Fernández, publicó una declaración – “Fiducia Supplicans” – sobre el sentido pastoral de las bendiciones impartidas a las uniones irregulares. Dicha publicación, como era de esperar, suscitó y continúa suscitando un gran malestar entre los fieles cristianos, sacerdotes y obispos del mundo entero, a tal punto que el Sr. Cardenal se vio en la necesidad de publicar una “Nota de Prensa” – el 4 de enero del 2024 – en la cual trata de aclarar el verdadero significado que debe dársele a “Fiducia Supplicans”. Para una mayor comprensión es necesario tener en cuenta que, con anterioridad, el mismo dicasterio, en ese entonces presidido por el Sr. Cardenal Luis F. Ladaria – 22 de febrero del 2021 – había respondido de manera negativa a la siguiente pregunta: “¿La Iglesia dispone del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo?”. No pretendo con el presente escrito responder de manera exhaustiva o dar un juicio a toda la problemática suscitada, solo deseo ir, de manera sucinta, a la Revelación en su enseñanza y a la Tradición constante de la Iglesia y ver su trayectoria en la historia. Este es el aporte que pretendo dar.
Partamos diciendo que con el verbo “bendecir” y su sustantivo “bendición” se entiende una particular relación religiosa entre el hombre y la divinidad, y viceversa. Esta postura que se manifiesta en determinados contextos tiende a evidenciar una relación recíproca entre el hombre y su creador. Se da, ante todo, un tipo de intervención por la cual el hombre intenta realizar un contacto con la divinidad dentro o fuera de un ritual; pero que también se da por parte de la divinidad y es capaz de determinar condiciones de prosperidad en el hombre, en el grupo humano o en el objeto mediante una acción gratuita. La bendición lleva implícita la creencia de que la realidad humana y las creaturas pueden modificarse – positiva o negativamente – en virtud de un poder sobre esa misma realidad. Esto se dice en sentido general – sociológico -. Ahora bien, ¿Qué nos enseña la Revelación y cómo la ha comprendido la Iglesia?
Bien, una tal visión religiosa suscita un interrogante: ¿tiene sentido hoy, en un clima de tanto relativismo y preeminencia de lo científico, el estudio de las bendiciones y el hecho de bendecir a uniones irregulares? ¿Qué significa “bendecir” hoy? ¿Cuál es “la fe de la Iglesia católica” al bendecir? ¿Cuándo y quien puede bendecir?
En el Antiguo Testamento se encuentran dos aspectos en las bendiciones que pueden ser calificadas de “descendente” y “ascendente”. El aspecto descendente tiene un valor salvífico. En la bendición Dios proporciona un poder que actúa con autonomía, una fuerza de salvación que puede transmitirse. También puede darse el efecto contrario: Dios también puede “maldecir”. En hebreo la palabra “bendecir” significa, no solo el acto mismo de bendecir, sino también el hecho de ser bendito, ser colmado de bendiciones, que lleva consigo una vida larga y vigorosa, una numerosa descendencia, al igual que la paz, la seguridad, la felicidad y la salvación. Es la presencia de Dios que santifica en la persona o cosa bendita (Gn 27,1-29; 48,15-16; 49,25-26). De estos textos se puede deducir que es solo y únicamente Dios el depositario y el dispensador de toda bendición. Esta creencia se irá acentuando cada vez más en el pensamiento hebreo (Gn 1,22, 28; 26,3). En un primer momento, en el Antiguo Testamento todos están autorizados a impartir bendiciones, sin embargo, con el transcurrir del tiempo y en el ámbito del culto es en donde se concentrará el hecho de bendecir (Lev 9,22-23; Dt 10,8; 21,5; 1 Cron 23,13) hasta llegar a ser un privilegio propio de los sacerdotes. El aspecto ascendente. Tiene un valor de glorificación. “Bendecir” también tiene un segundo sentido. No es solamente Dios el que bendice al hombre; es también el hombre el que bendice a Dios con su vida y actuación. La certeza de que toda la vida está en las manos de Dios impulsa al israelita a manifestar la gloria de Dios y alabarlo (Dn 3,26-27, 52-90). El hombre reconoce que todos los elementos de la creación, incluyéndolo a él, son obra y, por tanto, propiedad absoluta de Dios. Solo el que adopta gozoso la actitud de reconocimiento de Dios y se comporta en consecuencia frente a cada una de las realidades con que se beneficia, llega a situarse en la forma debida. Por lo tanto, bendecir a Dios consiste en glorificarlo en todo y por todas sus obras; es reconocer su santidad, es agradecerle y darle gloria mediante la propia vida, sea con el culto, sea con la oración personal o familiar. Y todo ello se convierte así en una actitud constante en donde toda la vida humana es un reconocimiento de la santidad de Dios. De esta manera la alabanza con la cual se bendice a Dios se convierte en el lugar y en el momento en el cual Dios mismo se revela como “bendición” para el hombre, llevándose a cabo el admirable intercambio que se actuara plenamente en la celebración de la Pascua del Hijo de Dios mediante su pasión, muerte y resurrección en el Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento se asume el significado del Antiguo: bendecir a Dios es alabarlo, es reconocer su nombre sobre todo lo creado por su misericordia y bondad, por todo cuanto acaece conforme a su voluntad. “Bendecir” implica proclamar las obras de Dios, ensalzarlo en sumo grado, alabar, confesar, dar gracias y comportarse de acuerdo a su santidad. La novedad que aporta el Nuevo Testamento radica en el reconocimiento de Jesucristo y su obra redentora que será comprendida como la “Gran Bendición”. Así entendida la palabra “bendecir”, “bendición” se relaciona con el verbo griego “eucharistein” = “acto por el cual se agradece a Dios” – que se identificara con la “Eucaristía” – como actitud fundamental y constante en la vida cristiana. De esta manera el verbo adopta el significado de “oración” y de “acción de gracias” antes, durante y después de las comidas (Mc 8,6 // He 27,35; Rm 14,6; 1Cor 10,30; Lc 22,17.19; 1Cor 11,24) y a lo largo de toda la vida: toda la vida debe ser una bendición, un reconocimiento de la grandeza de Dios. En este sentido encontramos que bendicen la Virgen María, los discípulos y el mismo Cristo, reconociendo la acción salvadora de Dios-Padre sobre la humanidad por medio de Cristo. Será en la última cena cuando se manifieste en todo su esplendor y con mayor claridad la redención –” bendición” – al tomar Jesús el pan y pronunciar las palabras de bendición…, al tomar el cáliz y dar gracias… Todo el movimiento de bendición y acción de gracias se realiza dentro del contexto veterotestamentario que aparece sintetizado en Dt 8,10.
A manera de conclusión podemos decir que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, el término “bendecir” tiene como sujeto a Dios, significando su continua comunicación salvífica, y por tanto el don de su amor, de su misericordia y de su paz. De esta manera se da una relación estrecha entre el hecho de Bendecir y la Eucaristía. Por el contrario, cuando el término tiene como sujeto al hombre, indica el correcto comportamiento que debe observarse y que consiste en la alabanza, adoración, invocación y acción de gracias como también la santidad con la cual el hombre debe acoger la comunicación que hace Dios de sí mismo. Los dos aspectos aparecen fundidos en Efesios 1,3-4, donde Pablo, al presentar el plan divino de la salvación que proviene del Padre y que se manifiesta y realiza en el Hijo, por medio del Espíritu Santo al reconduciéndolo todo de nuevo al Padre, afirma: “Bendito sea Dios…, que nos bendijo en Cristo con toda suerte de bendiciones espirituales…”
En lo referente a la vida de la Iglesia se puede señalar que en lo que respecta al movimiento ascendente, la bendición entendida como acción de gracias en la tradición litúrgica ira desapareciendo cada vez más de la conciencia y de la práctica de los fieles, para identificarse casi por completo con la “oración eucarística”, de manera más concreta en el prefacio, el momento más característico tanto de la actitud de alabanza como de la motivación de la misma. Últimamente, gracias a Dios, ha habido un movimiento de recuperación del movimiento ascendente con la reforma litúrgica de Pablo VI.
En cuanto a los criterios para establecer una praxis de la bendición – aspecto pastoral – sin caer en la banalidad creemos que debe tenerse muy en cuenta lo siguiente: a. El sentido bíblico de la bendición, b. La enseñanza universal de la Iglesia y c. La praxis de la “ekklesia” particular que celebra (el rito de la celebración, el tiempo propicio y el santoral). Por el momento creemos oportuno dejar hasta aquí estas reflexiones y el recorrido sobre las bendiciones.
A manera de conclusión general decimos que todo sacramental – las bendiciones – es signo demostrativo de la oración de Cristo de la cual la Iglesia participa. Es también un signo que origina compromiso para quien la recita y la recibe. Es signo rememorativo de la impetración de Cristo a su Padre en favor del hombre pecador. Finalmente, es signo profético de la oración de la Jerusalén celeste cuando la impetración sea cambiada en alabanza cósmica y eterna al final del tiempo. Es muy conveniente catequizar a los fieles cristianos sobre el genuino significado y sentido de la bendición. Consideramos muy interesante y adecuado el hecho de que la reforma litúrgica del Vaticano II haya vuelto a poner en primer lugar el aspecto ascendente de la bendición. No entiendo cómo se puede banalizar tanto el hecho de “bendecir” y la “bendición” concediéndolo a personas que viven de manera irregular.-
Valencia. Enero 14; 2024