Lecturas recomendadas

Palabra de Dios

No es el profeta el que se sirve de La Palabra para su beneficio, sino que es Dios el que asume al profeta – se adueña - y lo destina a su servicio

Nelson Martínez Rust:

 

El 30 de septiembre del 2019 se daba a conocer, bajo la forma de “motu proprio”, el documento pontificio “Aperuit illis” con el que se instituía, para la Iglesia universal, la dedicación de un domingo – III del “tiempo ordinario“ – a la reflexión, meditación y vivencia de la “Palabra de Dios” en la vida de los fieles cristianos. Este documento viene a conformar la trilogía de enseñanzas que la Iglesia ha elaborado sobre la “Revelación” y su contenido. A saber: “Dei Verbum” del Concilio Vaticano II; “Verbum Domini”, producto sinodal y escrito por Benedicto XVI y ahora “Aperuit Illis” del Papa Francisco. Son documentos fundamentales en la vid de fe de un creyente.

Antes de pasar a señalar los puntos más esenciales del documento consideramos necesario entender o comprender con cierta precisión lo que la Iglesia Católica entiende con la expresión “Palabra de Dios” y a la cual el fiel cristiano responde con la aclamación “Te alabamos, Señor” después de la lectura eucarística del Evangelio.

Si examinamos con cierto detenimiento el concepto veterotestamentario de la expresión “Palabra de Yahveh”, podremos darnos cuenta que encierra tres aspectos de gran importancia: a.- Es “Palabra Profética” que anuncia la promesa de liberación del pacado cometido por nuestros primeros padres. b.- Es “Palabra iluminadora” que se compromete con el hombre por medio de la alianza con Abraham, con Noé y con los demás personajes de la antigüedad, para alcanzar su plenitud en la salida de Egipto con Moisés y la codificación en el monte, figura de la salvación alcanzada por Cristo y c.- Es “Palabra creadora” en cuanto que determina la naturaleza, la ordena y la mantiene en la existencia.

Toda la historia de Israel narrada en el Antiguo Testamento podría ser concentrada en estos tres momentos de “La Palabra de Yahveh”: Dios anuncia la salvación a su pueblo, lo acompaña en el peregrinar y, en “la plenitud de los tiempos”, le brinda la salvación en Cristo. Veamos con detenimiento estos tres aspectos.

Palabra Profética.

El contenido de los profetas es “La Palabra de Dios”. No es el profeta el que se sirve de La Palabra para su beneficio, sino que es Dios el que asume al profeta – se adueña – y lo destina a su servicio. Este actuar de la divinidad tiene un distintivo muy particular: en el encuentro, aun cuando muy singular y personal, entre Dios y el escogido y, no obstante, dada la rigidez de la dependencia del elegido del designio divino, queda bien claro que el destino esencial del profeta, en el Antiguo Testamento, es la supremacía de “La Palabra de Dios. Esta Palabra lo orienta todo y a ella el profeta se debe por completo y se entrega en su totalidad. Dios es lo primero, y el profeta lo sabe y debe dejarse conducir por “La Palabra. Otro elemento a tener en cuenta es el hecho de que “La Palabra de Yahveh” siempre es eficaz. El verbo “suceder”, “acontecer” en hebreo significa “que algo resulta siempre eficaz”, y así encontramos en los Profetas la expresión: “La palabra de Yahveh se hizo realidad activa en…” o también: “La palabra de Dios resultó eficaz en…”. De esta manera Dios se muestra como el Señor de la historia, bajo su presencia y querer se organizan todos los acontecimientos. Sin su beneplácito no sucede nada. Nada ni nadie puede encasillar o domesticar “La Palabra de Yahveh”. Todo lo que acontece tiene su aprobación. Ahora bien, lo que se ha dicho del profeta singularmente debe decirse también del Pueblo elegido. Dios ha elegido a Israel, lo ha asumido y constituido para ser portador, heraldo y testigo de su Palabra para él y para todos los pueblos del mundo. La “Palabra” contiene un destino universal.

Palabra iluminadora.

Los mandamientos en cuanto son afirmación y manifestación de la voluntad divino son llamados “las diez palabras” (Ex 34,28), aun cuando son descritas en el texto sagrado como “palabras de la Alianza” que Dios hace con el hombre. Alianza que se transformara un “memorial” en muchas ocasiones y de distinta manera, pero que siempre tendrá como finalidad el llamando al Pueblo a la conversión cuando se ha apartado de Yahveh. Esta idea aflora en Ex 20,1: “Yahveh ha pronunciado las siguientes palabras”. Esta misma idea se expresa en la narración de la conclusión de la Alianza que recoge el libro del Éxodo (Ex 24, 3-8). Moisés le dice al Pueblo “todo aquello que le había trasmitido el Señor, todos sus mandatos (palabras)” y el pueblo está dispuesto a cumplir lo mandado y contesta: “Haremos lo que dice el Señor”. Después de esta manifestación de entrega a Dios por parte del pueblo, Moisés “puso por escrito todas las palabras del Señor” (24,3s) y las consignó al Pueblo. En cada acto de arrepentimiento y retorno al cumplimiento de la Alianza se da, no solo un arrepentimiento, sino también un cambio de vida. (1 Re 8,46-53). De esta manera “La Palabra de Yahveh” se convierte en guía y orientación en el peregrinaje del pueblo a lo largo de toda su existencia. Los “Diez Mandamientos” no pueden ser concebidos únicamente como un código de leyes o la carta magna que rige a una nación y que debe ser cumplida; para Israel su significado es mucho más profundo: es la manifestación por excelencia del amor eterno que Yahveh ha sentido por su pueblo y que lo ha de acompañar a lo largo de toda su existencia porque Yahveh es fiel a su promesa. Se establece una relación filial, de Padre a Hijo, no de Señor a Esclavo.

Palabra creadora.

El salmo 29(28) nos muestra con claridad el poder creador de Dios. Los salmos 33(32), 6.9; 148,5.8 continúan la misma idea y demuestran cómo Dios llama a la existencia al cielo: “La palabra del Señor hizo el cielo” (Sal 33[32],6). Todo ello demuestra el señorío y el dominio histórico de Yahveh por medio de la palabra y el obrar, al mismo tiempo que la preocupación por los pobres y deprimidos en concordancia con la Alianza.

En el Antiguo Testamento la palabra creadora de Dios no puede desvincularse del aspecto profético e iluminador, solo se la entiende correctamente en estrecha conexión con la palabra salvífica de la promesa y con la palabra del derecho de la alianza.

Como conclusión podemos señalar que el término hebreo “Dabar”, que significa “Palabra” no solo encierra el significado de una cosa, objeto o persona – como sucedía entre los griegos -, sino que lleva en sí la fuerza creadora, dinámica, junto con la carga de certeza de que lo que se dice es verdadero y se cumplirá porque la divinidad – Yahveh – está respaldándola (Todo el acto creador es un acto que tiene como causa la Palabra Gn 1).

En el Nuevo Testamento la figura central es la persona de Jesús cuya predicación se basa en la cercanía apremiante de Dios, su Padre: “Conviértanse, el Reino de Dios está cerca”. Dicha presencia ha comenzado ya y está presente en su persona: Cristo es la realización del Reino anunciado y esperado y lo lleva a cabo por medio de su enseñanza y de su obrar. La palabra de Jesús no afirma solo la actualidad de la soberanía de Dios-Padre sobre todo lo creado, sino que se extiende hacia el futuro, abarcara el tiempo por venir, hasta el fin del tiempo. Con su persona la concepción de la historia ha cambiado: “He aquí que todo lo hago nuevo” (Ap 21,5). Jesús identifica su autoridad con la autoridad que tenía la Ley en Antiguo Testamento y la supera. De esta manera sustituye la Ley (Mt 7,24-27). En el pasaje citado de Mateo, Jesús reivindica para sí la autoridad, atributos y soberanía divina. El hecho de que Jesús haga depender la salvación de la escucha y del cumplimiento de su palabra distingue su enseñanza aun de las máximas pretensiones de los antiguos profetas: Él es más que un simple profeta, Él es la presencia de la divinidad en la tierra. Los profetas tienen conciencia de ser portadores de la “Palabra de Dios”, lo cual no es poco. Pero ninguno de ellos se había atrevido afirmar que “sus palabras” no pasan, o que en ellos radica la decisión – salvación final – sobre los oyentes. Así es como se presenta Jesús, el Cristo, según todos los Evangelios.

Detengámonos en el Evangelio de Juan. Juan como también los sinópticos (Mc 4,14ss; Lc 5,1) califica la predicación de Jesús de “proclamación de la Palabra”. Las Palabras de Jesús son las Palabras de Dios-Padre, por medio de las cuales se expresa y realiza su obra (Jn14,24 Cf. 3,34;14,10; 17,8). Por lo tanto, el que “oye” las Palabras de Jesús, “oye” también las Palabras del Padre (Jn 5,24; 8,51;12,48; 14,24; 15,3; 17,14.17). Y puesto que la Palabra de Jesús es al mismo tiempo la Palabra de Dios-Padre, ella es Palabra de salud (Jn 14,24) y de verdad (Jn 17,17), y por eso dichas palabras se convierten y dan la vida eterna a todos aquellos que, oyendo la Palabra de Dios-Padre, la ponen por obra. Sin embargo, dichas Palabras son portadoras también de un juicio de condenación para todos aquellos que, oyen las Palabra y, por su incredulidad, no las ponen en práctica (Jn 12,47s). Las “Palabras de Dios” que Jesús dice son en su totalidad revelación del ser íntimo que Dios-Padre hace de sí mismo a los hombres. Más allá de la afirmación de que la Palabra de Jesús es palabra de Dios-Padre, Jesús mismo es definido como “la palabra” (Jn 1,1-7.14). La predicación – las palabras – de Jesús son Palabras de Dios – porque Él es el Logos. Él es el Logos que existía desde la eternidad y se manifestó humanamente en la persona de Jesús. Puso su tienda, – habitó – entre nosotros revelándonos la presencia y la gloria de Dios-Padre, como en el Éxodo, cuando Dios reveló su obra y su presencia en “la tienda del encuentro” a Moisés y al pueblo judío (Ex 33,7-11). Jesús es la manifestación de Dios-Padre en medio de los hombres para redimir y santificar. Él asume y concentra en su persona todo lo anteriormente escrito de la Palabra en el Antiguo Testamento. Él lleva a plenitud esa revelación.

El documento del Papa Francisco, más que un documento doctrinal, es un documento pastoral que se fundamenta en la enseñanza del Concilio y del escrito de Benedicto XVI. Desde esa perspectiva debe ser leído y asimilado. No significa que haya que tenerlo a menos. Consideramos que es una guía que nos orienta en el transcurrir de nuestra existencia cristiana. En efecto, nos enseña: “La relación entre el Resucitado, la comunidad de creyentes y la Sagrada Escritura es intensamente vital para nuestra identidad” No. 1   .-

 

Valencia. Enero 28; 2024

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