La huella de los Salesianos en Argentina llega hasta el Papa Francisco
Aunque sea jesuita, la bendición de Don Bosco está presente en la vida de Bergoglio desde la cuna. Esta es la historia que lo une a la congregación que acompañó a Julio A. Roca en la Campaña al Desierto, pero se pasó al bando enemigo, el de los sin tierra, para tejer una densa red educativa
Cuando el mundo parecía ponerse patas para arriba con el increíble invento del auto a vapor, y Claude Monet desafiaba con el impresionismo de sus mujeres al óleo, jugando bajo el sol de la campiña francesa, un puñado de adustos curas Salesianos dejaba Génova para llegar a la Patagonia argentina sabiendo que no había tiempo que perder.
Si de lecciones se trataba, ya nadie duda que la educación argentina tendría un antes y un después a partir del 14 de diciembre de 1875, cuando un capullo de sacerdotes de la congregación de Turín desafió el porvenir.
Eran 10 y llegaban con las manos vacías, pero con las palabras de despedida de Juan Bosco grabadas en el corazón. El 11 de noviembre, el creador de la Congregación Salesiana los había bendecido, les dijo adiós y, teniendo como únicos testigos los muros de la iglesia María Auxiliadora de Valdocco, les recitó sus propias máximas sanmartinianas, su Novena para capear tormentas en estas tierras lejanas del Cono Sur:
- Busquen almas, no dinero, ni honores, ni dignidades.
- Preocúpense especialmente de los enfermos, de los niños, de los pobres y de los ancianos, y serán bendecidos por Dios y estimados por los hombres.
- Sean respetuosos con todas las autoridades civiles, religiosas, municipales y gubernativas.
- Cuiden la salud. Trabajen, pero sólo lo que le permitan sus fuerzas.
- Procuren que el mundo conozca que son pobres en el vestir, en el comer, en las habitaciones, y Dios los bendecirá y serán apreciados por los hombres.
- Ámense mutuamente, aconséjense, corríjanse recíprocamente, no sean envidiosos ni se guarden rencor; antes, el bien de uno sea el bien de todos, las penas y los sufrimientos de uno ténganse como penas y sufrimientos de todos, y esmérense cada uno por alejarlas o al menos por mitigarlas.
- Cada mañana encomienden a Dios las ocupaciones del día, y en particular las confesiones, las clases, los catecismos y los sermones.
- Recomienden constantemente la devoción a María Santísima Auxiliadora y a Jesús Sacramentado.
- En los padecimientos y en las fatigas no olvidemos que nos espera gran premio en el cielo.
Salesianos en Argentina
Los curas se hospedaron en la Iglesia Mater Misericordiae de Congreso, pero a la semana ya habían montado su primera sede argentina en el barrio de San Nicolás.
Siguiendo la huella esperanzadora que había dejado Domingo Faustino Sarmiento con la pluma y la palabra, los Salesianos parecían vivir fuera del tiempo, en una Argentina que le peleaba su frontera a los aborígenes.
Los primeros que pisaron suelo patagónico, un epicentro en el que Don Bosco ponía especial tesón, fueron el Padre Santiago Costamagna y el clérigo Luis Botta, que pidieron incluso acompañar a Julio Argentino Roca en la Campaña al Desierto de 1879, decididos como estaban a tomar el toro por las astas.
Una vez en territorio, con la Biblia y sus libros bajo el brazo, enfilaron derechito hacia su claro objetivo evangelizador, en busca de sus congéneres, los inmigrantes italianos, hasta quedar cara a cara con las sufridas poblaciones originarias. Ahí nomás y con lo que consiguieron, los sentaron en sus aulas y dieron comienzo a lo que se llamaría su “misión”.
La vapuleada y controvertida Argentina era el primer destino que elegían para entrar en acción fuera de Europa. Y el de 1875, el primer intento al que le siguieron diez viajes más para poblar de Salesianos el Nuevo Mundo.
Apenas trece años más tarde, ya había 150 hijos de Don Bosco y 50 hijas de Maria Auxiliadora en América del Sur (Argentina, Uruguay, Brasil, Chile y Ecuador).
Y como esas cosas bien hechas pensadas para que duren extensamente, 149 años más tarde, la postal misionera de los Salesianos sorprende por su vastedad. Y por otras razones, como la humildad primoridal. ¿Un ejemplo? En su profusa agenda de efemérides y santorales, cada 10 de enero siguen recordando el día del colectivero.
En el siglo XXI, la densa red misionera se compone de un historial de 11 santos, 82 beatos, 13 venerables y 12 siervos de Dios que emergieron de 130 países por donde sembrar obra. En Argentina, existen hoy más de un centenar de instituciones educativas en 22 provincias.
Salesianos en Italia
Todo comenzó con Giovanni Melchiorre Bosco, un leonino que había nacido entre los campesinos de Cerdeña, el 16 de agosto de 1815, y que murió en 1888, ocho años más tarde de haber fundado la Congregación que lleva su nombre, en español, San Juan Bosco.
Italia por lo tanto fue el primer país que recibió la caricia de la caridad salesiana. Y los primeros, los jóvenes sin techo de Turín. Don Bosco les dio una casa, un patio para encontrase con amigos, una escuela para prepararse para la vida y una parroquia para conocer a Jesús.
En Argentina, ese legado arrancó de forma similar, hace un siglo y medio y también entre los sin tierra y los más desvalidos. Tiempos de épicas y llantos sin consuelo, con tensiones entre fuerzas dispares en un campo de batalla sórdido en el que los misioneros dejaron oír su voz contra el atropello del Estado nacional, la discriminación a los pobres, el salvajismo y la violencia sin freno, el hambre, la militarización de la sociedad y el plan de exterminio a los aborígenes.
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A pesar del primer acercamiento, no sólo el poder político sino también la curia eclesiástica hizo difícil e incluso se opuso a la expansión de los Salesianos en la Patagonia.
Por eso, Don Bosco comprendió que debía seguir adelante con sus intentos pero exclusivamente en Roma, conversando con el círculo del Papa León XIII quien, finalmente en 1883 aprobó la creación de un Vicariato Apostólico en la Patagonia Septentrional. Así, los Salesianos tuvieron vía libre para continuar con su trabajo misionero en Argentina, plataforma de lanzamiento americana.
La gesta de los Salesianos incluye cientos de miles de anónimos para quienes construyeron escuelas primarias y secundarias, formaron con artes y oficios, les transmitieron conocimientos rurales, científicos y culturales.
Entre todos, varios nombres de argentinos ilustres descollaron por su propio peso, de Arturo Illia a Carlos Gardel; de los beatos Ceferino Namuncurá y Laura Vicuña, hasta el santo Artémides Zatti, quienes merecen –cada uno-, un capítulo aprte.
Incluso el mismísimo Papa Francisco, a quien todos tienen certeramente por jesuita, también registra suficiente sangre salesiana irrigando sus venas.
La huella salesiana del Papa Francisco
Sí, el nombre de Jorge Bergoglio está indisolublemente ligado a los jesuitas, pero su vida familiar y el primer amor a Jesús tiene cuna salesiana.
Fue precisamente un cura de la Congregación de San Juan Bosco, Enrique Pozzoli, quien bautizó al Papa argentino el 25 de diciembre de 1936 en la Basílica María Auxiliadora y San Carlos de Buenos Aires.
En esa misma iglesia salesiana, Pozzoli había presentado a dos fieles de su comunidad, María Regina Sívori y Mario José Bergoglio.
El contador piamontés que en Argentina era empleado del ferrocarril, se puso de novio con la hija de otro compadre y el mismo “Celestino”, el padre Pozzoli, los casaría tiempo después, delante de la imagen de María Auxiliadora, la misma que fue testigo de la bendición bautismal del bebé Jorge, el primogénito de la familia Bergoglio, que había nacido en Flores el 17 de diciembre de 1936 y luego tendría 4 hermanos más.
Desde que se puso al frente de los católicos del mundo y reside en Roma, muchas de las noticias del Papa argentino nos llegan a través de L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano que desde 1937 realizan los Salesianos de una comunidad vecina al Estado eclesial.
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Una vez, desde Córdoba, Bergoglio le escribió dos cartas al sacerdote salesiano Cayetano Bruno, para contribuir con sus propios recuerdos a su investigación sobre la historia de la congregación en Argentina. En una de ellas, publicada precisamente en la edición de L’Osservatore Romano del 23 y 24 de diciembre de 2013, así recordaba el Sumo Pontífice los años en que sus caminos se cruzaron:
“No es raro que hable con cariño de los Salesianos, pues mi familia se alimentó espiritualmente de los Salesianos de San Carlos. De chico aprendí a ir a la procesión de María Auxiliadora, y también a la de San Antonio de la Calle México. Cuando estaba en casa de mi abuela iba al Oratorio de San Francisco de Sales.”
Con todo, su experiencia personal más potente junto a los Salesianos data de 1949, cuando Bergoglio cursó sexto grado como alumno pupilo en el Colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía.
“(…) La vida de Colegio era un ‘todo’ –continúa el texto emotivo de Bergoglio. “Uno se sumergía en una trama de vida, preparada como para que no hubiera tiempo ocioso. El día pasaba como una flecha sin que uno tuviera tiempo a aburrirse.
“(…) El estudio, los valores sociales de convivencia, las referencias sociales a los más necesitados (recuerdo haber aprendido allí a privarme de cosas para darlas a gente más pobre que yo), el deporte, la competencia, la piedad… todo era real, y todo formaba hábitos que, en su conjunto, plasmaban un modo de ser cultural. Se vivía en este mundo pero abierto a la trascendencia del otro mundo.
“A mí me resultó muy fácil, luego de la secundaria, hacer la ‘transferencia’ (en sentido psicopedagógico) a otras realidades. Y esto simplemente porque las realidades vividas en el Colegio las había vivido bien: sin distorsiones, con realismo, con sentido de responsabilidad y horizonte de trascendencia. Esta cultura católica es –a mi juicio– lo mejor que he recibido en Ramos Mejía”.
Así son las vueltas de la vida. Y a poco de cumplirse los 150 años de la presencia de los Salesianos en el país, historias como estas vuelven a iluminar con su luz.-
Imagen referencial: Agencia Afp