El Triduo Pascual realiza litúrgicamente el «Memorial» de la Pascua de Jesús
Nelson Martínez Rust:
Existe en la liturgia de la celebración del “Triduo Pascual” una expresión que es necesario, no solo conocer, sino comprender en profundidad, si se quiere participar de manera eficaz en dicha celebración anual como lo exige el tiempo litúrgico, con toda razón, en el cual vivimos y viviremos posteriormente a dicha celebración. La palabra es “memorial” o “anamnesis”, palabras ambas equivalentes. La última proveniente del griego que podemos considerar no solo equivalente sino muy bien adaptada en cuanto que muestra la profundidad del acontecimiento celebrativo para nuestra catequesis.
Hoy en día, entre los estudiosos, se está totalmente de acuerdo en buscar el significado real de la palabra en el marco del Antiguo Testamento; así podremos comprender mejor el mandato de Cristo relatado en el Evangelio: “…haced esto en recuerdo mío” (Lc 22,19). Por lo tanto, el punto de partida será el Antiguo Testamento. Sin embargo, debemos tener también presente que en el Nuevo Testamento el término griego “anamnesis” o “memorial” es utilizado exclusivamente en los contextos litúrgicos (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25; Heb 10,3 y otros).
Ahora bien, el término utilizado en el Antiguo Testamento hace referencia a un acontecimiento, representación o reactualización del pasado. En resumidas cuentas, referencia a un hecho acaecido que no permanece simplemente al pasado, en el simple recuerdo, sino que se hace eficazmente presente en el “hoy” de la historia (Ex 12,14; 13,3.8). Esta “memoria” de Dios no es un simple “acordarse de algo”, sino más bien es, y es necesario entenderlo así, un comportamiento, una actitud de Dios que compromete irreversiblemente al mismo Dios a intervenir nuevamente en la realidad histórica del presente transformándola y que, por lo tanto, mediante este “acordarse de Dios”, Dios pasa a la “actividad” transformando toda la realidad del presente.
Pero, no todo está dicho. Esta presencia activa de Dios, expresa también la obligación que tiene el pueblo de Israel, el israelita, de dedicarse “a hacer memoria”. De esta manera la institución cultual – la liturgia veterotestamentaria – querida por Dios, que para el israelita es un “memorial”, en el recuerdo de los hombres – de todo el pueblo – se convierte en una reactualización de la acción salvífica histórica realizada antaño por Dios – liberación del país de Egipto – y que pone a disposición de los hombres de hoy la salvación siempre que celebran el “memorial” de aquella acción salvífica. Cada celebración pascual, no solo recordaba – conmemoraba – la salida de Egipto sino también que realizaba, para el pueblo celebrante, con toda razón, la salida de Egipto: cada generación litúrgicamente salía de Egipto mediante la celebración de la Pascua. Por consiguiente, el pueblo debía celebrar y representar con trazos muy fuertes este memorial – la Pascua – la salida de Egipto. El Antiguo Testamento está ricamente jalonado con celebraciones de “memoriales”. Ejemplo de ello son los salmos: Dios se acuerda, es decir, actúa de tal modo que, en virtud de su fuerza creadora, tal “memorial” alcanza la eficacia necesaria de otros tiempos. Si, por el contrario, es el hombre el que se acuerda, este puede tener plena confianza de que se realizará la salvación, porque al hacerse el “memorial”, se abre a la actualidad la salvación alcanzada y traída por Dios. La acción de Dios que se fundamenta en la confianza y en la fe de Israel, se hace sentir de manera mucho más vigorosa en el recuerdo actualizador realizado mediante el culto. El memorial del pueblo de Israel se concentraba de manera mucho más intensa en la fiesta de “los Tabernáculos” (Lev 23,33ss), en la fiesta de “los Purim” (Est 9,28) y sobre todo en la fiesta de “la Pascua” (Ex 12,1-28). Solo de esta manera se explica que en el judaísmo la Pascua no fue solo una celebración conmemorativa que evocaba el pasado, sino que ha podido incluso convertirse en un signo indicador del futuro y garante de la salvación final. Por lo tanto, la liturgia pascual veterotestamentaria encierra en sí, a la manera de signo y de “memorial” el pasado, el presente y el futuro salvífico, mientras que año tras año obra de nuevo, se actualiza y se hace fecunda la salvación pascual. La Pascua judía no es solo una representación subjetiva sino una representación objetiva de la actuación de Dios a la cual el hombre debe responder.
En cuanto al Nuevo Testamento, el mandato de Jesús de “…haced esto en memoria mía” (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25) puede y debe ser interpretado en el sentido pleno del término “anamnesis” del Antiguo Testamento que ya hemos indicado, mucho más si se tienen presentes los versículos 25 y 26 del texto de 1 Corintios: “…cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en “memoria” mía. Pues cada vez que comáis este pan y bebáis de este cáliz, “anuncias” la muerte del Señor, hasta que venga…” El Evangelio de Lucas profundiza un poco más en el valor de estas palabras y enseña que la consumación del cordero pascual veterotestamentario queda abolida y en su lugar se configura una nueva acción, la de la Pascua de Jesucristo, verdadero cordero pascual de la Nueva Alianza (Lc 16,18 y 19-20). En un contexto paulino la Pascua de Cristo adquiere un carácter de mandato-memorial: “Haced esto en memoria mía”, es decir una acción ya conocida – la muerte y resurrección de Cristo – será plasmada y reexaminada litúrgicamente cada período de tiempo para convertirse en un “memorial” del Señor, muerto y resucitado y presente en la comunidad de creyentes y en cada celebración.
Por consiguiente, la palabra “memorial” es un concepto que expresa de modo excelente la doctrina de toda la tradición eclesiástica sobre el sacrificio de la Eucaristía en su relación con el sacrificio de la Cruz. Nuestro culto – celebración – es el “memorial” del Señor hecho mediante palabras y la acción sacramental – liturgia -. Esto es la Eucaristía: ella es “memorial” de la muerte y resurrección del Señor. El bautizado pasa a ser parte de ese “memorial” por medio del sacramento, y al realizarlo en su vida, llega a ser santo.
Nuestra pastoral debe tener en cuenta dos dimensiones: a.- La dimensión teológica: lo que hemos señalado anteriormente y b.- La realidad de nuestro pueblo. No debe continuarse haciendo las cosas por pura “tradición” o “costumbre”, tampoco un cambio brusco es lo más conveniente. Corresponde al pastor de almas educar, y entrever el momento y la oportunidad para los respectivos cambios.-
Valencia. Marzo 3; 2024