Trabajos especiales

El misterio de la longevidad de Ramsés II: el faraón que reinó en el Antiguo Egipto hasta los 96 años

La vida media de un egipcio en su época apenas alcanzaba los 30 años y tan solo dos de las momias reales que se conservan en la actualidad superaron los 50

 

Si tuviésemos que escoger a un solo personaje que representase el poder alcanzado en el Antiguo Egipto, ese sería, sin duda, Ramsés II. Todo lo que encontramos en su biografía es grandioso. El faraón gobernó durante casi setenta años, fue el promotor de la mayor expansión territorial y cultural de Egipto, el promotor de la famosa batalla de Qadesh, un constructor sin precedentes de templos y monumentos colosales, padre de más de noventa y hijos y cientos de nietos y bisnietos…

Sin embargo, uno de los aspectos que más ha sorprendido de la vida del gran Ramsés II es su longevidad. Los investigadores calculan que murió con, aproximadamente, 93 años, en torno al 1213 a. C. Algunos historiadores aseguran que llegó a los 96. En cualquier caso, una edad inusual y extraordinaria para una época sin los avances médicos actuales. De hecho, hasta él, los faraones se consideraban parte de la divinidad, únicamente, tras su muerte, que era cuando se unían a los dioses Ra y Osiris, pero el caso del tercer soberano de la Dinastía XIX fue distinto.

A medida que fue cumpliendo años y sus descendientes fallecían, Ramsés II se convirtió en una especie de dios viviente para su pueblo, el cual contemplaba al mismo Rey generación tras generación, como si fuese inmortal. Un hito de la naturaleza muy diferente al de sus ancestros. Su abuelo, Ramsés I, gobernó únicamente entre uno y tres años, según las diferentes hipótesis. Había llegado al trono, además, por casualidad, pues era el jefe del ejército durante el reinado de Horemheb y, al morir este sin descendientes, lo nombró su sucesor.

Desde hace siglos, los más grandes historiadores, arquitectos, arqueólogos e investigadores intentan averiguar cómo se construyó la única de las siete maravillas del mundo antiguo que todavía sigue en pie.

Su hijo, Seti I, gobernó un poco más, aproximadamente quince años, muy lejos de la marca de su primogénito, Ramsés II. Este último creció, por lo tanto, sabiendo que sería el futuro faraón de Egipto y recibió una educación acorde a ello. Se le instruyó cuidadosamente en lectura, escritura, religión y, por supuesto, en todo lo relativo a la disciplina y tácticas militares, especialmente, en el manejo de los dos instrumentos de guerra más avanzados del momento: el arco y el carro.

«Jefe del ejército»

La experiencia adquirida a través de su abuelo y su padre le enseñaría, además, la importancia que para la estabilidad interna de su gobierno tenían el mantenimiento de un cuidadoso equilibrio con los miembros del clero de Amón, el cultivo de la tradición en todo su esplendor y el control de los hititas, el gran enemigo de Egipto en aquellos años. La importancia de la faceta militar en su formación como futuro gobernante está directamente relacionada con su nombramiento como «comandante en jefe del ejército» cuando se acercaba a la adolescencia. De ahí que su participación en las batallas comenzara siendo prácticamente un niño.

El joven Ramsés acompañó a su padre a la guerra por primera vez cuando tenía 15 años, en una campaña contra los libios del delta occidental. Con 20 años se embarcó por primera vez en una campaña militar en solitario, una acción destinada a sofocar una rebelión en Nubia de la que regresó victorioso. Cada paso, cada decisión que Seti I tomaba en relación a su hijo, lo hacía pensando en que acabaría sucediéndole. Lo que nunca se imaginó es que se convertiría en el faraón más importante del Imperio Nuevo, que su reinado llevaría a Egipto al máximo esplendor de su historia y que lo dirigiría más allá de los 90 años.

No hay que olvidar que la vida media de un egipcio apenas alcanzaba los 30 años. La prueba es que de las momias reales que se conservan en la actualidad, solo dos superaron los 50. Según contaba Toby Wilkinson en ‘Auge y caída del Antiguo Egipto’ (Debate, 2011), en una estela consagrada en la ciudad de Abidos, en cuarto año de su reinado, Ramsés IV daba las siguientes instrucciones a los dioses: «Dadme a mí el doble de la prolongada existencia y el gran reinado de Ramsés II, el gran dios». Pero los dioses no lo cumplieron, pues murió en el sexto año de su reinado.

Pepi II

Solo un faraón más logró alcanzar una longevidad tan extraordinaria como la de Ramsés II. Se trata de NeferkaRa Pepi («Hermoso es el Espíritu de Ra»), al que se conoce como Pepi II, muchos siglos antes que nuestro protagonista. Estuvo en el trono durante nada menos que 95 años, aproximadamente entre el 2278 y el 2184 a. C., estableciendo una marca jamás batida en la historia universal por ningún otro mandatario. Llegó al poder con sólo seis años y se mantuvo hasta su muerte, con un siglo cumplido. Fue el último rey de la Dinastía VI y su muerte puso fin al Imperio Antiguo, el de las grandes pirámides.

El historiador egipcio Manetón, del siglo III a. C., atribuye a Ramsés II un reinado de 66 años y dos meses, en lo que están de acuerdo la mayoría de egiptólogos modernos. Lo que sí parece claro es que celebró trece o catorce fiestas Heb Sed, también conocidas como las fiestas de la «renovación real», en las que se producía supuestamente la renovación de la fuerza física y la energía sobrenatural del faraón. Se trata de una cantidad sin precedentes e inigualada por cualquier otro faraón.

Ramsés II fue enterrado en la tumba KV7 del Valle de los Reyes, cerca de Tebas, pero su cuerpo fue después trasladado a un escondrijo de momias reales en el que fue descubierto en 1881. La suya se ha podido contemplar hasta fechas recientes en el Museo Egipcio de El Cairo y, a partir de 2022, en el Museo Nacional de la Civilización Egipcia. Las investigaciones sobre sus restos mortales, con las que se ha intentado averiguar las razones de su longevidad, parecen indicar que tenía genes poderosos: era muy alto para su época.

También se ha barajado la posibilidad de que en su salud general contribuyó el hecho de que su familia no era de una línea de sangre establecida y se produjeron muchos matrimonios mixtos, fortaleciendo su genética. Parece ser, eso sí, que debió de padecer algún tipo de enfermedad reumática y que presenta una gran infección en la mandíbula que pudo motivar su fallecimiento.

Cien hijos

«El extraordinariamente largo reinado de Ramsés II, sin duda, tuvo sus efectos positivos y sus efectos negativos en el gobierno de Egipto. En el lado de los pros, la determinación y el carisma del Rey le permitieron restablecer la reputación de Egipto como potencia imperial, mientras que la plétora de monumentos erigidos durante su reinado testimonia la renovada confianza y prosperidad del país. En el de los contras, la longevidad de Ramsés, combinada con su extraordinaria fecundidad [se habla de entre 48 y 50 varones y entre 40 y 53 hijas], darían lugar a importantes problemas en la sucesión real en las siguientes décadas», explica Wilkinson.

En cualquier caso, tras casi siete décadas en el trono, puede afirmarse sin miedo al error que ni antes ni después un faraón llegó a igualarle. Ya en sus primeros años de gobierno dio muestras de hasta qué punto estaba dispuesto a desarrollar una política propagandística de prestigio personal usurpando a sus verdaderos promotores monumentos ya existentes. La apropiación de estos era una práctica habitual entre los faraones, pero, una vez más, Ramsés II la practicó con una intensidad verdaderamente frenética.

Ramsés II también ordenó construir fantásticas tumbas tanto para sí mismo como para sus esposas e hijos. La devoción que sintió por la primera de sus «grandes esposas reales», Nefertari, resultó evidente con la sola contemplación de las bellísimas pinturas murales que decoran la tumba que hizo excavar para ella a doce metros bajo tierra en el Valle de las Reinas en Tebas. No cabe duda de que deseaba que su vida en el más allá fuese inmejorable. Y por lo que se refiere a la del propio faraón, ubicada en el Valle de los Reyes, responde a unas dimensiones mucho mayores de las habituales en este tipo de monumentos.

A su muerte le sucedió su hijo Merenptah, el cuarto de su segunda esposa Isis Nefert, que subió al poder con cerca de sesenta años. Ningún mandatario posterior en la historia del mundo gobernó hasta una edad tan longeva como la de Ramsés II. Tampoco hubo faraones que transformaran Egipto como él lo transformó a lo largo de siete décadas, ni ninguno logró su aura divina. En los últimos años de su reinado se había convertido en una auténtica leyenda viva. Su muerte supuso el fin de una época.-

ISRAEL VIANA/ABC

Madrid

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba