Hundida bajo tierra en el fondo del mar: cinco siglos tras la pista de la nao con la que Colón descubrió América
En 1991 se produjo uno de los anuncios más esperados de la historia de la arqueología, a la que le siguieron otros muchos proyectos cerca del lugar donde la Santa María naufragó en 1492
La nao Santa María con la que Cristóbal Colón descubrió América es noticia cada cierto tiempo. Hace tan solo un mes, el ‘Faro de Vigo’ recordaba una de las imágenes más características del Corpus Pontevedrés: una reproducción de la famosa carabela en miniatura que se incorporó a la procesión en 1949 y que ha desfilado durante más de medio siglo por la ciudad gallega. Se trata de un exvoto que se conserva en el Museo de Pontevedra. Sin embargo, los investigadores aseguran ahora que la maqueta no representa a la citada embarcación, sino a la Marigalante o María Galante, como prueban los nuevos estudios de la Asociación Colón Galego realizados para una publicación naval.
Una confusión que, posiblemente, sea difícil de resolver porque, todavía hoy, miles de arqueólogos e investigadores se preguntan dónde se encuentra la Santa María y por qué no ha podido ser encontrada. A lo largo de los siglos XX y XXI, han sido varios los proyectos que han intentado localizar y rescatar los restos de la que podríamos considerar la embarcación más importante de la historia de la humanidad.
Según la única copia que ha sobrevivido hasta hoy del diario de navegación del primer viaje de Colón, escrita por fray Bartolomé de las Casas, el 25 de diciembre del año 1492, la nao encalló a las 12 de la noche en unos arrecifes de coral de la costa norte de Haití. Los tablones del fondo del casco se rompieron y la nave se hundió para siempre.
En el momento del accidente, la guardia estaba bajo el mando de Juan de la Cosa y el timón de la nao en manos de un grumete inexperto. El diario lo describe así: «Quiso Nuestro Señor que a las doce horas, como habían visto al almirante irse a reposar y veían que era calma muerta, todos se acostaron a dormir y el timón se quedó en manos de aquel muchacho. [Entonces] las aguas que corrían llevaron a la nao sobre uno de aquellos bancos. El mozo, que sintió el timón y oyó el ruido de la mar, dio voces. El almirante salió y fue tan presto que ninguno había sentido todavía que estuviesen encallados […] Cuando vio que las aguas menguaban y estaba ya el navío de través, no viendo otro remedio, mandó cortar el mástil y alijar de la nao todo cuanto se pudiera para ver si podían sacarla».
El rescate
La tripulación de la Santa María tuvo que ser rescatada con la ayuda de otra de las carabelas, La Niña, mientras los indígenas de la zona llevaron a tierra toda la carga y la aseguraron en una serie de chozas y en un fuerte de madera que Colón mandó construir con los pocos restos que consiguieron salvar de la nao. Lo bautizó como la Villa de la Navidad, mientras que el barco quedó olvidado para siempre entre otros pecios mucho menos importantes del pasado.
Durante cinco siglos no se supo nada de él. Tanto en la revista ‘Blanco y Negro’ como el diario ABC, fundados respectivamente en 1891 y 1903, encontramos multitud de reportajes sobre cómo fue el accidente y, más concretamente, sobre las numerosas réplicas que se han hecho. ‘La Santa María, reconstruida históricamente’, decía un titular de 1928. En el mismo reportaje se hablaba también de otra reproducción de 1892 con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América. En 1963, la poetisa colombiana Amira de la Rosa escribía en ABC: «De las tres carabelas, la Santa María fue la escogida, la mártir. Fue la que no volvió, la que encalló en manos del grumete inexperto, la que se quedó en las Indias, en la piedra inicial del Nuevo Mundo, canonizada en el fuerte de Navidad».
Todo eran referencias lejanas en el tiempo hasta que, el 18 de septiembre de 1991, este periódico realizaba el anuncio más esperado: ‘Una expedición española buscará los restos de la Santa María en Haití’. La noticia decía: «Ambicionada desde siempre por arqueólogos y aventureros de todo el mundo, casi inmersa en la nebulosa de lo imposible como si nunca hubiera existido, la nao que capitaneó Colón está a punto de convertirse de nuevo en realidad, adquiriendo para siempre el peso que la Historia le arrebató en la fatídica noche del día de Navidad de 1492. Un equipo de la División de Arqueología Naval de la Sociedad Estatal Quinto Centenario, departamento que encabeza el capitán de fragata Enrique Lechuga, tiene previsto comenzar el próximo mes de noviembre los trabajos de localización y posible excavación de los restos de la nave al norte de la isla de Haití».
Otros proyectos
Cinco meses antes ya habíamos informado de otro proyecto en la costa norte de Jamaica liderado por el profesor James Parrent, del Instituto de Arqueología Naval de la Universidad de Texas, que aseguraba haber localizado otros dos de los navíos del cuarto viaje de Colón: La Capitana y la Santiago de Palos, «los dos últimos buques que tuvo bajo su mando el almirante de la Mar Océano». Sin embargo, de lo que se hablaba ahora era de encontrar la Santa María en un ambicioso proyecto, considerado por su responsable como «la investigación de mayor solvencia científica de cuantas se han realizado nunca, para hallar el paradero de la nave que cambió el rumbo de la Historia».
Dirigido por María Luisa Cazorla, el plan estaba basado en un estudio histórico sobre la escasa información aportada por el desaparecido diario de navegación, en las transcripciones de Fray Bartolomé de las Casas y del hijo del almirante, Fernando Colón, y en un análisis geológico de la línea de costa haitiana. Ambos ejes de investigación facilitaron información inédita sobre el lugar y las circunstancias de la varada del famoso navío. «Nuestra investigación es una extraña mezcla de los más refinados procedimientos de la estadística matemática y del cálculo de probabilidades con verdades de Perogrullo», afirmó la directora del proyecto, que situaba el paradero de la nao en un lugar de tierra firme de la Bahía de Cabo Haitiano, sepultada bajo toneladas de sedimentación de origen fluvial, a una profundidad de no más de nueve metros.
El equipo no parecía sentir la presión de los fracasos de anteriores búsquedas, como la de Sammuel Elliot Morison en 1938, considerada hasta ese momento la de mayor credibilidad científica tras estudiar la navegación de las tres naves del primer viaje. El nuevo proyecto, financiado por el Gobierno de Felipe González en las vísperas del quinto centenario del descubrimiento, tuvo que ser abandonado por cuestiones políticas y de seguridad. Justo cuando iban a comenzar los trabajos de prospección y excavación del lugar elegido, el general Raoul Cedrás levantó al Ejército haitiano y derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide. El equipo de investigadores españoles tuvo que salir de la isla apresuradamente.
El cazatesoros Barry Clifford
Su trabajo, no obstante, siguió siendo el más completo de los que se habían realizado. Mucho más creíble que el supuesto hallazgo pregonado ese año por el investigador estadounidense Barry Clifford, con su pasado como cazatesoros y patrocinado por History Channel, que fue desechado por la Unesco al considerar que no era, efectivamente, la nao capitana de Colón. En 2014, sin embargo, se intentó retomar el proyecto de Cazorla sobre la Santa María, quien aseguraba a ABC ese año que ya no estaba en el mar, sino debajo de 6 o 7 metros de tierra en una zona de unos 300 metros que tienen perfectamente delimitada.
«Los restos, si existen, porque hablamos de un clima tropical y una zona de gran actividad biológica y geomórfica, están ahí, junto a un arrecife que el aluvión del Gran Rivière du Nord ha colmatado. Lo que haya, está donde yo digo, eso no hay duda, porque hemos hecho una reconstrucción absoluta de las últimas 24 horas de la Santa María […]. Que el accidente se produjera en ese momento fue muy mala suerte. Era el instante máximo de la máxima marea del año, por eso no pudo salir cuando estaba varada. Se dio cuenta y levantó a todo el mundo, pero el agua había bajado diez centímetros, que en ese momento suponían la vida», explicaba 23 años después.
En octubre de 2014, ABC informaba de que el equipo de científicos españoles de 1991 se encontraba en disposición de terminar con el misterio si el Gobierno de Mariano Rajoy daba luz verde a una iniciativa de cooperación a la que Haití ya había dado su beneplácito. Cazorla y Lechuga reactivaron el proyecto gracias a la AECI y al embajador español en Puerto Príncipe, Manuel Hernández Ruigómez, pero tampoco salió adelante.
Restos bajo el agua
Los buenos propósitos no fueron suficientes, a pesar de que parecía estar al alcance de la mano. Según afirmó en Puerto Príncipe la directora de la búsqueda, aún quedaban algunos restos bajo la arena. Creía que a los marineros no les había podido dar tiempo a tirar las «velas de repuesto, piezas de lona, motones, pastecas y garabatos de hierro, algún barril con brea y los hierros del calafate, hachas de maniobra, mandarrias y mazos, barras de hierro para el cabestrante, faroles de aceite, algún barrilete de cera, bujías, trozos de cuero para reparaciones, las botijas del agua potable y, sobre todo, el fogón, inútil en tierra». Y añadió: «Seguro que se desmontó todo lo metálico, clavazón, refuerzos y abrazaderas, porque no había hierro en la isla, así como las grandes piezas de madera que se pudieran desmontar, pero la quilla, muchas maderas y las piedras de lastre tienen que estar en el arrecife».
Lo hallarían fiándose del relato escrito por Moureau de Saint Mery en 1781, quien aseguró que había aparecido enterrada un ancla en la zona, a 1.800 metros de la costa. A partir de ahí se podría averiguar la distancia a la que estaba el barco (un tiro de lombarda, entre 400 y 800 metros). Alfonso Maldonado, ingeniero de minas y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, iba a estudiar la evolución de la playa y la línea costera, someter el terreno a una tomografía eléctrica de alta resolución en modo 2D y sondear un polígono de unos 400 metros de lado. Pero ahí sigue la Santa María, bajo un aluvión de siglos.-
Imagen referencial: La Santa María, junto a las otras dos carabelas de Colón, según el cuadro de Guillermo González Aledo