Testimonios

Padre Escolástico Duque: Homenaje de la Academia de Mérida.

Merecido lo tiene quien de alguna manera impulsó la modernización de la atención de los enfermos en Mérida y la región Andina

No se conformó con predicar el evangelio por las ciudades, pueblos y caseríos más recónditos de la geografía andina, construyó templos, escuelas, carreteras, puentes, acueductos e instituciones de salud.

Atendió a la feligresía con devoción sin olvidar que no sólo tienen un estómago para comer sino un cerebro para pensar y un corazón para sentir.

Con botas de siete leguas devoró caminos inhóspitos para aliviar al enfermo carente de salud. En su incesante caminar dejó una estela luminosa por doquier.
Un equilibrio armónico entre su deber espiritual y la obra social lo convirtió en una misión que cumplió a cabalidad en el tránsito vital.

Su temperamento inquieto y su carácter exigente le permitió que al proponerse una obra, la impulsaba y la concluía para beneficio de las colectividades.

Dotado de un olfato especial para detectar las necesidades, las plasmó en realidad promoviendo la participación colectiva, tanto de los feligreses como del común.

Diligenció en los altos niveles gubernamentales recursos para las obras, sin olvidar que la participación ciudadana constituía la esencia para garantizar perpetuidad en ella.

Solicitaba el apoyo de los sectores públicos y privados, pero en mas de una ocasión, aportó de su propio peculio para iniciar los proyectos. Esa generosidad hasta el sacrificio fue un sello perenne de su vida.

Acudió al lecho de enfermo para el consuelo, para llevar aliento y esperanza cuando estos flaqueaban. Persistente hasta el triunfo, nunca desvaneció ante las dificultades y tropiezos.

El primero en llegar cuando la disentería de Rubio. Su presencia personal en la construcción del camino de Monte Carmelo a Escuque, tomando en sus manos pico y pala, como ejemplo a seguir, como motivación del campesino y del labriego.

Su acción ejemplarizante lo llevó a impulsar la carretera de la Grita a la Fría, donde contrajo una delicada enfermedad. Promovió la construcción del camino vecindal de Escuque a Mendoza. Contribuyó en la construcción de la iglesia parroquial de Monte Carmelo. Reparó las iglesias de Jají y La Azulita. La casa parroquial de Rubio. Trazados de vías hacia la Delicias. Aportó recursos para sostener el Colegio de Varones Santo Tomas de Aquino. Gestionó la presencia de las Hermanas Bethlemitas para el colegio La Inmaculada Concepción y aportó recursos para la adquisición del terreno del Colegio de Varones María Inmaculada.

En Valera, reparó el templo y promovió la presencia de los padres Salesianos para el Colegio. La construcción del Puente de San Francisco se logró con el aporte personal del padre Escolástico Duque de la cantidad de 40 mil bolívares.

Pero cuál era la realidad sanitaria del país

Por aquellos años 30s, se comenzó a aplicar las vitaminas. La disentería se trataba con emetina y yatrén. La fiebre tifoidea con balneoterapia y desinfectantes intestinales. El paludismo con quinina. Las infecciones bacterianas con la vacuna de Delbet -caldo stock mixto de vacuna del profesor Pierre Delbet. La blenorragia con lavados de permanganato de potasio. La diabetes Mellitus con inyecciones subcutáneas de insulina que ya había sido aislada experimentalmente. La sífilis con neosalvarsán. La neumonía con pociones de alcohol y tónicos cardiopulmonares, que era una medicina líquida que se daba a beber.

Luego años más tarde apareció la penicilina, la sulfa apareció unas décadas antes. Los antibióticos tardaron unos años más. Igual los estrógenos, tranquilizantes y antihistamínicos. La vacuna contra la fiebre amarilla y el insecticida DDT que eliminó la malaria. Se comenzó a dominar la tuberculosis.

Con este panorama nacional y mundial, la inversión en salud se hizo imprescindible.

La llegada del padre Escolástico Duque a Mérida fue providencial.

Mérida, la ciudad que lo ordenó sacerdote de las manos impolutas del Excelentísimo Monseñor Acacio Chacón Guerra años antes, a esta misma ciudad le prodigó la monumental obra del Hospital Los Andes. Obra para aquellos años de estrecheces y limitaciones, considerada magnánima en su construcción y proyección. Hospital templo para la salud y curación de heridas intratables en tiempos pretéritos. Además escuela para centenas de estudiantes de Medicina, Bioanálisis, Odontología y Farmacia que acudieron a sus aulas y salas de hospitalización en el aprendizaje de la Clínica Médica y la Clínica Quirúrgica, Obstetricia y Pediatría.

Del antiguo Hospital Los Andes nacieron tres instituciones que después gozaron de sede propia, la Maternidad Mérida, el Sanatorio Antituberculoso y el Hospitalito de Niños.

El edificio se construyó con la férrea voluntad y perseverancia del reverendo sacerdote Escolástico Duque, que logró conjugar esfuerzos y voluntades de amplios y extensos sectores de la colectividad merideña. Para el mes de febrero de 1930 el padre Duque fue trasladado de Valera a Mérida. Y qué oportuna fecha la presencia del eminente sacerdote, pues días antes el estudiante de la Escuela de Derecho Br. Rubén Corredor en el diario El Vigilante, lanzó la noticia de la alta mortalidad infantil y propuso que en lugar de un Jardín de Infancia se pensara en la construcción de un Hospital. El vetusto asilo de San Juan de Dios era insuficiente para la apremiante demanda de un centro hospitalario.

La idea la asimiló el padre Duque, que ya ejercía la dirección del Diario El Vigilante. Se apasionó con la propuesta, la estudió y elaboró en un proyecto para hacerlo viable. El proyecto se le propone al presbítero Camargo que difunde profusamente la idea.

La constitución de la Junta Preparatoria de Caridad es el siguiente paso, convocándose a la primera reunión el 22 de febrero de 1930. Se nombra la Junta Pro Hospital que quedó constituida por el padre Escolástico Duque que la presidió, los doctores Servio Tulio Rojas y Víctor Zambrano Roa, los señores Rubén Corredor, Humberto Ruiz Fonseca, Abdón Vivas, Carlos E. Dávila Briceño, Alfonso Parra Febres y R.A. Rondón Márquez.

Al concluir la reunión, el padre Duque exclamó «Señores, ha llegado la hora de resolver el grave problema sobre la construcción de un nuevo Hospital. Empero para la trascendental obra, se le niega la palabra a los cobardes. De ningún cobarde la historia cuenta algo digno. Se le niega la palabra a los sinvergüenzas. Ahí está la puerta, pues de tales gentes jamás se ha dicho algo glorioso. Se niega la palabra a los malparidos, nunca jamás se narró de tal progenie acción alguna grande. Que levanten la mano los hombres que tengan pelos en el pecho, suyas son las empresas importantes. Y si Mérida se niega a cooperar en la construcción del nuevo Hospital, por la sangre de mi padre que llevo en mis venas y por la leche que me alimentó mi madre, yo levantaré el nuevo edificio».

La decisión resuelta del padre Duque al afirmar en los términos anteriores, saldó de dudas a quienes aún creían imposible el nuevo Hospital. El padre Duque había demostrado en pueblos y aldeas que sus decisiones eran irrenunciables.

La Junta Canónigo que había proyectado un Pabellón para niños enfermos los aportó para el nuevo Hospital, 6.464 Bolívares y un solar que se subastó mas tarde por diez mil bolívares. El Consejo Municipal del Distrito Libertador, presidido por Carlos E. Dávila Briceño donó otro solar.

El 4 de julio de 1930, primer centenario del asesinato del Mariscal Antonio José de Sucre, el Abel de Amérida en palabras del Libertador Simón Bolívar, se colocó la primera piedra del futuro instituto hospitalario. En el acto llevaron la palabra el padre y Miguel Febres Cordero. El mismo mes de junio, el General Gómez envía 100 mil bolívares como aporte del gobierno nacional. El gobierno regional 10 mil bolívares. Gabriel Parra Febres desde París envía 1.200.

En Caracas se constituye una Junta Filiar constituida por los diputados Roberto Picón Lares, Eduardo Febres Cordero, José Nucete Sardi y Caracciolo Parra Pérez.

El alemán Adolfo Dube se encargó del inicio de la construcción. Siendo reemplazado por el español Eustoquio Abad un año mas tarde. La Junta de Damas aportó 1.674 Bs., recaudados en los bailes carnavalescos y los estudiantes de medicina 315 Bs recolectados en intercambio deportivo de beisbol. El Club Libertador dona 700 Bs de un match de billar.

A finales de año de 1931 los recursos están agotados. El padre Duque en un gesto que lo ennoblece ofrendó en memoria de sus padres y sus maestros, el producto de la venta de su propia casa, 34 mil Bs.

De nuevo a los dos años, las arcas para la construcción del Hospital se habían agotado. La Junta Pro Construcción decide solicitar el apoyo del Comandante del Ejército, que responde de nuevo el General Gómez aportando la cantidad de 21 mil Bs. El producto de la renta del chimó también se donó al Hospital. Monseñor Quintero Parra aporta 83 Bs. José Cárdenas Briceño donó 30 camas equivalente a 1800 Bs. El General López Contreras honró una deuda de 66 mil Bs. Monseñor Chacón Guerra se encarga de la dotación de la capilla y la Universidad de Los Andes aporta útiles y enseres.

El gobernador del Estado Mérida anuncia públicamente que la inauguración del Hospital está programada para el 19 de diciembre de 1935. La fecha fue suspendida por el fallecimiento del general Gómez dos días previos. El 3 de febrero de 1936 se da formal inauguración del Hospital Los Andes.

La dirección del Hospital recayó en la misma Junta Pro-Hospital. La sección médica la asumió los doctores Heriberto Romero, Antonio Parra León, Antonio José Uzcátegui, Francisco y Ricardo Fonseca, Carlos Salas, Eloy Dávila Celis y María Dolores Quintero. A los anteriores se agregaron más tarde, Rubén Corredor, Humberto Ruiz Fonseca, Tulio Chiossone, Florencio Ramírez, José Domingo Paoli, Mario Valeri, Antonio Picón Gabaldón, Avelino Briceño Paredes y Diego Arria.

El doctor José Humberto Ocaríz, fundador de los estudios de gastroenterología en Mérida y el occidente del país, nuestro profesor de Patología Digestiva del pensa de estudio de la carrera, en el discurso con motivo de las bodas de plata del Hospital Los Andes -1961- expresó «que al padre Duque se le reprochaba la violencia de su carácter y lo amargo y áspero de su personalidad, pero podía conceptuarse que si la forma no era protocolaria, los resultados hubiesen sido otros». El padre Duque nunca solicitó para si mismo, siempre pensó en el beneficio de la colectividad. Similitud encontraríamos años más tarde en el eminentísimo doctor profesor Antonio José Uzcátegui Burguera, creador de la Maternidad Mérida y de la Escuela de Ciencias Forestales de la ULA, la primera en la América Latina.

Al concluir el Hospital Los Andes, ya en pleno funcionamiento, el padre Duque es designado párroco de la Iglesia Matriz de Ejido. Aquí construye la Iglesia a un costo de 165 mil bolívares. Funda las Escuelas de Las Mesitas, San Onofre, Escuque, La Calera, Manzano Alto, Páramo de Los Conejos, San Isidro, Los Guáimaros y Pozo Hondo. Trazó el camino hacia los Pueblos del Sur de Mérida. Con el apoyo del merideño nacido en Zea, Alberto Adriani, inicia la siembra de truchas en los ríos fríos del páramo merideño. Allí está la obra del presbítero, rompiendo esquemas estereotipados en una acción realmente revolucionaria.

Cuando el presidente López Contreras visitó a Mérida, el primer presidente en ejercicio en visitarla, el padre Duque lo esperó en la calle para ofrecerle una copa no de la clásica champaña sino de agua, la que consumía la población. La picardía del común después susurró que el presidente había regresado a la capital con indigestión.

Como si la obra de Escolástico Duque no era ya grande en realizaciones y beneficios, incursionó en la conservación y fomento de los recursos renovables.

La labor educativa y formativa que ejerció en el púlpito y en el confesionario constituyó una manera de orientar al común por el camino del evangelio y del civismo. A los feligreses que han pecado en la observancia de los mandamientos divinos y a los que han talado árboles y desforestado inmisericordemente bosques, les impone tantos Padres Nuestros y Aves María como faltas cometidas.

En las aldeas y municipios más recónditos no debería faltar la clase de agricultura dentro del programa escolar. La enseñanza agronómica.

Cuando ejerció la capellanía del ejército de la región, promueve la vida espiritual y cívica de la tropa. La dotación de calzado y vestimenta apropiada para el soldado, además de la construcción de cuarteles modernos para las poblaciones de la Grita y Tovar.

Además de escritor, ejerció el periodismo. Ejerció funciones directivas en los diarios La Hidalgía de La Azulita, Guardián Solitario de Rubio, La Reconstrucción de Ejido y el Vigilante de Mérida. Siendo director del diario El Vigilante, denunció la grave epidemia de Fiebre Tifoidea que azotaba la ciudad y la necesidad de la construcción de la red de tuberías de aguas servidas.

A solicitud del episcopado merideño la jerarquía eclesiástica lo designó Prelado Doméstico de su Santidad con derecho de uso del traje morado que nunca usó pues siempre le acompañó la sotana negra.

El presbítero Escolástico Duque, que nació el año de 1882 en Pregonero, Estado Táchira, cerró sus ojos el 23 de julio de 1947. Vivió su ciclo vital en las montañas andinas, salvo corto viaje a Europa. Hizo suyo -no quiero ser como el ave que vuela donde quiere, sino como el árbol que muere donde nace-.

Expresiones de condolencia inundaron la prensa local y regional resaltando la inmensa obra del P. Duque. Organismos oficiales y privados, Centros Sociales, el Hospital Los Andes que había construido, tal vez su obra magnánima, la Escuela de Medicina, organizaciones religiosas y personalidades del mundo universitario, hospitalario y municipal. El pueblo merideño se hizo presente cuando los restos, cumpliendo su voluntad, se trasladaron a la Grita.

Testimonio de esa labor quedó plasmada en todas las comunidades que les sirvió en su andar evangélico.

El año de 1961, el doctor José Humberto Ocaríz en palabras memorables que se registraron para la memoria de estas comunidades, propuso que el ya proyectado en planos Hospital Universitario de Los Andes, tuviese como epónimo Padre Duque. Qué mejor momento para rescatar y plasmar aquella propuesta del maestro Ocaríz. Más que merecida está designar a nuestro ya cincuentenario centro hospitalario como Hospital Universitario de Los Andes Padre Escolástico Duque.

Merecido lo tiene quien de alguna manera impulsó la modernización de la atención de los enfermos en Mérida y la región Andina. Pues el Hospital Los Andes fue primero más de una década que los hospitales del Táchira, Trujillo y estados de Pie de Monte Barinas, Apure y Sur del Lago.

Al llegar ya entrado en pleno siglo XXI, bordeando la mitad de su segunda tercera década, Venezuela reclama para sus habitantes, los máximos principios doctrinarios de una seguridad social bien concebida en beneficio de la gran colectividad, sin discriminación alguna, con miras a la felicidad y el sosiego colectivo. El ser humano debe luchar perseverantemente en alcanzar postulados que se traduzcan en beneficio directo de la población como un todo.

Es imperativo que la salud física, espiritual y emocional descanse en el desarrollo y progreso de la población. Y el estado moderno está en la obligación impostergable de atenderla en todas direcciones. El sistema único de salud, vieja añoranza de los médicos clínicos y sanitaristas de la década de los 50s, 60s y 70s, es un proyecto que no ha perdido vigencia. Su factibilidad, ante el recurrente fracaso de la atención médica del venezolano, deberá ser objeto de nuevos estudios y propuestas. La seguridad social, como único camino para garantizar la atención plena de la población a todos los grupos etarios, también deberá ser objeto de seria y responsable revisión.

El médico

Hace tres días, el 10 de marzo se celebró el día del médico, día del natalicio del padre de la Medicina en Venezuela, doctor José María Vargas, que junto con los doctores Luis Razzeti y José Gregorio Hernández, representan, el máximo valor de la medicina nacional de todos los tiempos.

El vasto campo de la Ciencia Médica, después de una buena formación clínica, inclina al profesional hacia una especialidad, completa en todas sus estructuras, que abre caminos en el amplio panorama del ejercicio de la medicina.

La rutina del estudio y la planificación organizada del trabajo constituyen las claves del éxito de la profesión médica. Estos dos aspectos, incorporados a la docencia hospitalaria y al ejercicio médico, garantizan, junto con una estructura hospitalaria moderna y suficientemente dotada, un ambiente propicio para la buena atención del paciente hospitalizado y ambulatorio.

La quiebra de los valores humanos en todos los estratos sociales ha resquebrajado la ética y el comportamiento del hombre y la mujer frente a la sociedad. Se mira más al tener que el ser. El ser humano debe volver a sus esencias. Que de alguna manera denotan el perfil con que hemos nacido, sin llenarse de cosmetería ni maquillaje que desdibujan la propia identidad. Con el filósofo Kant podemos afirmas -Tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre-.

Muchos de nosotros hemos tenido, en alguna medida, una formación autodidacta. Esto que parecería un defecto en la formación, nos ha permitido luces para sortear escollos y tropiezos. Caminante no hay camino, el camino se hace al andar.
Nuestra mayor preocupación como profesores es enseñar al estudiante a pensar. A estudiar los medios que le permitan aprender. Aprender para dotarse de suficiente preparación en una sociedad de tanta competición como la actual. Aprender sin h y aprehender con h, como el mono agarra su alimento que nutre su salud.

No queremos que de las universidades egresen médicos como máquinas que estereotipan sus productos, queremos formar hombres que sean médicos. En los largos años como profesor de la Cátedra de Cardiología Clínica y el Instituto de Investigaciones Cardiovasculares del Hospital Universitario de Los Andes-Universidad de Los Andes, les he trasmitido a mis alumnos que el país necesita ciudadanos probos, hombres y mujeres con principios, pues teniéndolos tendremos buenos médicos. Ese es el mejor crisol que purificará las preseas que nuestros médicos posean para que sus quilates sean virtuosos de los nuevos y futuros dirigentes.

Pero como colofón, volvamos a nuestro virtuoso P. Duque. Ya expresamos la propuesta, pendiente, de otorgarle el epónimo del Padre Duque al principal centro hospitalario de la Región, el Hospital Universitario de Los Andes. Un busto de cobre del P. Duque reposó durante muchos años en el despacho de la dirección del Hospital Universitario de Los Andes. Muchos de los directores ignoraron la trascendencia del personaje. Me atrevo a afirmar que el P. Duque es totalmente desconocido por las generaciones actuales, tanto de médicos como del común. Ignorar el papel que jugó en la construcción además del Hospital Los Andes, en decenas de obras en beneficios de muchas comunidades del occidente del país, es ignorar la historia de la patria chica.

El P. Duque conjugó armónicamente la misión evangelizadora con la labor social. Constructor de templos, evangelista de convicción, fundador de hospitales y establecimientos de salud, polémico director del Diario El Vigilante, alivió el dolor en multitud de ocasiones, consoló siempre. Su mano generosa la tendió al desposeído y al hambriento. Se despojó de sus bienes de fortuna para la construcción de hospitales
Nombrado Canónigo Magistral de la Catedral de Mérida, renunció a los días para continuar su peregrinaje por los caminos de las montañas andinas. Como orador de púlpito, pronunció la oración fúnebre en las exequias de Monseñor Antonio Ramón Silva en 1927, primer arzobispo de Mérida.

Su último proyecto inconcluso fue la construcción de una casa hogar para los sacerdotes pobres y ancianos, pues como él mismo expresó «a la sombra de las grandes barbas de los reverendos padres, reciban los últimos consuelos de nuestra religión los allí recluidos».

Honor al P. Duque. El legado de su inmensa y extensa obra sirva de ejemplo para la construcción de un mundo mejor. Que nos comprometa a contribuir y aportar un granito de arena para que el país encuentre rumbos y senderos que lo rescaten del extravió de los tiempos vividos.

Gracias a ustedes distinguida audiencia por vuestra benevolencia de escuchar estas palabras que expresé con toda la fuerza de mi corazón en homenaje al P. Duque.-

Carlos Guillermo Cárdenas D.
Mérida, 13 marzo de 2024

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