Iglesia Venezolana

Card Porras en Misa Crismal: «Todo presbítero se conoce por su cercanía con el pueblo de Dios. No es un superior, ni un jefe, es un compañero de camino»

En la Catedral Metropolitana de Caracas

HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO A CARGO DEL CARDENAL ARZOBISPO DE CARACAS, BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Catedral Metropolitana de Caracas, 28 de marzo de 2024.

 

Queridos hermanos obispos, sacerdotes y fieles congregados en esta mañana de Jueves Santo en la celebración de la misa crismal en la que consagraremos los óleos sagrados, y los sacerdotes renovaremos las promesas que hicimos el día de la ordenación presbiteral. A ellos se unen todos ustedes, queridos hermanos bautizados que acompañan y caminan junto a sus pastores en la construcción del Reino de Dios. A ellos se unen todos ustedes, queridos hermanos bautizados que acompañan y caminan junto a sus pastores en la construcción del reino de Dios. Y un recuerdo cariñoso a quienes se unen a esta eucaristía a través de los medios, en particular a las personas impedidas o enfermas.

 

 

La misa crismal es una celebración única y especial. El contexto litúrgico del triduo pascual que comienza esta tarde tiene como pórtico esta eucaristía con un profundo sentido misionero, de puertas afuera, de “Iglesia en salida”, abierta a los cuatro vientos para beneficio espiritual de creyentes, neófitos, catecúmenos, y de la población en general. El que cada uno de ustedes, queridos hermanos sean párrocos o responsables de algún ministerio en particular, es claro indicio de la fuerza de la sinodalidad, que impulsa a promover el “caminar juntos”, al trabajar en equipo, a sentirnos corresponsables de ser portadores de fraternidad y espíritu misericordioso en y con la comunidad que formamos y que nos rodea, de la cual somos todos, sin excepción, pasajeros del mismo tren. No hay comunidad donde la violencia y la desesperanza se adueñan de las mentes, del corazón, de la vida de la gente. Pensemos en los muchos conflictos bélicos existentes en el mundo; o en la realidad de nuestro continente, o la que tenemos ante nuestros ojos, en nuestra querida nación, en los que la cruenta cotidianidad inhumana, la tensa inestabilidad, represión o falta de libertad política, y la denigrante exclusión social tienen su raíz en la imposición de ideologías, de concepciones erradas del poder, o de egoísmos económicos injustos e insolidarios.

 

Es en este marco donde debemos posicionarnos. Vivir el jueves santo, día del amor fraterno, en un clima de violencia y descalificación es una invitación, una exigencia espiritual y moral, a discernir, a escoger, entre vivir en una pugna estéril, la resignación a una sociedad dual, o en abrir las puertas al diálogo, siempre fatigoso, porque escuchar al otro significa “poner nuestras barbas en remojo”, o sea, confrontar los puntos de vista divergentes para encontrar un camino común. Con razón el Papa Francisco en su catequesis del miércoles santo insistió en cultivar la virtud de la paciencia. Paciencia viene de padecer, de paz, y de transitar “poco a poco”, en búsqueda del bien común.

 

Este ejercicio es clave para todos nosotros, bautizados, en el marco de nuestra realidad en esta “tierra de Gracia”. Los anhelos de cambios, del cambio a una vida más fraterna y de oportunidades para todos por igual, es deber y tarea común. Lo que tenemos por delante, ya, aquí y ahora, como prioridad personal y cívica, es, sí, un proceso constitucional de signo electoral signado de escollos, pero es más que eso: es un “tiempo oportuno”, un “Kairós” para nuestra identidad como comunidad histórica, para nuestro destino como nación; para nuestra responsabilidad como Iglesia, Pueblo de Dios que peregrina como pueblo venezolano protagonista de su presente y futuro. Participar racionalmente, como elector o candidato, ejercer el derecho a inscribirse, revisar las normas y exigir que se cumplan para que votar sea elegir libremente, son diversas facetas de una misma tarea ineludible. Porque la esperanza se implora al Señor de la Historia, pero porque se construye en libertad, no llega de repente como caída del cielo. Sin que nos dejemos llevar por la avalancha de opiniones que, a través de las redes, más que informar y analizar, confunden y exigen a cada uno aprender a leer críticamente lo que otros dicen para no andar como veletas del tumbo al tambo. Eso también es parte del ejercicio de la caridad, del entendimiento mutuo.

Cardenal Baltazar Porras ofició Misa Crismal en Catedral de Caracas

 

Hoy, además, la celebración de la misa crismal es una exigencia particular al presbiterio de cada diócesis, incluida la nuestra, claro está. ¿Qué se le pide a cada presbítero como guía y acompañante de su comunidad? Primero, cercanía con Dios. Cultivar la oración y una espiritualidad seria y serena exige constancia, paciencia y entrenamiento. Los fieles, mejor, cualquier persona que nos ve, tiene el derecho de percibirnos como lo que debemos ser, hombres de Dios, de fe, creyentes en el Padre de la vida, de la misericordia, de la justicia y del amor, no apegados a tantas cosas superfluas que no son el equipaje de quien dice ser enviado de Dios y de la Iglesia para servir, no para servirse, del prójimo.

 

En segundo lugar, la cercanía del presbiterio con el obispo, y de éste con su clero, es una exigencia de la eclesialidad, de la vinculación sacramental, como portadores de un ministerio que solo tiene sentido en el relacionamiento eclesial fraterno. Es decir, como miembros del pueblo de Dios, como bautizados, no somos una cometa aislada del universo que da sentido a nuestra vocación. La comunión, el intercambio permanente en el caminar juntos, teniendo al otro como primer destinatario para que podamos ser como el buen samaritano, pendiente del que está al borde del camino, sin que haya otra urgencia que nos excuse para dejarlo de lado.

Pero este relacionamiento con el obispo lleva a una tercera exigencia. El sacerdote, todo presbítero, es miembro de un presbiterio, de una iglesia local, en la que el compartir no puede ser solo el de empleado de una empresa. Vivir y ejercer la comunión pide “estar”, “mirar a los ojos”, leer en los rostros, tocar, relacionarse personalmente. Aquí no caben los amores digitales o a distancia. La fraternidad se cultiva o no existe.

 

En cuarto lugar, todo presbítero se conoce por su cercanía con el pueblo de Dios. No es un superior, ni un jefe, es un compañero de camino que tiene la tarea de animar, y dejarse animar y completar por quienes comparten la misma fe. Más aún, no es solo un trabajo ad intra, hay que “estar en salida”, en búsqueda de la oveja perdida o extraviada, o en aquellos que aparecen como contrarios a lo nuestro. La diversidad y la apertura de miras es lo que más enriquece y nos convierte en discípulos que siempre tenemos que aprender de los demás. Un gran pensador cristiano del siglo pasado escribió: “Para ser uno mismo, dialogar con los otros; para dialogar con los otros, ser uno mismo”. Solo dando, entregándonos, es cuando recibimos y nos enriquecemos más. El ministerio sacerdotal tiene razón de ser en el servicio, en la apuesta de que el “centro” de valor, no somos nosotros, sino la “periferia”, humana, los más pobres o excluidos.

 

Al término: la cercanía de todo presbítero se cultiva y aumenta desde la devoción mariana, tan desarrollada en nuestro medio por el cristiano de a pie. María, desde la encarnación hasta la Asunción es el mejor testigo de la alegría y la esperanza, cultivada en la ternura, la paciencia, el sacrificio, en el éxodo y en la vida oculta de cada día. En palabras del Papa Francisco: “Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive” (Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones que este año lleva por título “Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz”).

Homilía en la Misa Crismal del Jueves Santo a cargo del Cardenal Arzobispo  de Caracas, Baltazar Enrique Porras Cardozo - Comunicación Continua

Una última reflexión, no por ello menos importante, consagrar los óleos tiene el sentido sanador, del vigor que dan los aceites al cuerpo humano. Así nos lo recuerda la tradición judeo-cristiana desde los inicios. Se ungía para ejercer un ministerio, un servicio a los demás. En estos momentos me atrevo a sugerir que los óleos santos deben ser, por supuesto, para los sacramentos para los cuales fueron instituidos por la Iglesia. Pero valdría la pena, que sean también un sacramental que pueda ser conferido o llevado por los ministros diáconos o laicos de nuestras comunidades. ¡Cuántos enfermos, personas solitarias a quienes una visita y una oración con una pequeña unción les hará sentir la dulzura de la cercanía y la amistad de la fe!. También para los niños o adolescentes que se preparan para los sacramentos de iniciación, el óleo de los catecúmenos puede ser un sacramental en el camino de preparación para la vida de fe. Que la creatividad  pastoral nos abra a nuevas maneras de acercarnos los unos a los otros.

 

La misa crismal nos invita a que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Pidamos la gracia de la compunción que no es fruto de nuestro esfuerzo sino del impulso del Espíritu Santo como nos dijo hoy el Papa en la homilía de la misa crismal en Roma. Que nos acompañe la mirada tierna y cálida de nuestra Madre María Santísima. Vivamos con este espíritu la bendición y consagración de los óleos sagrados. Que así sea.-

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