Lecturas recomendadas

Piedad sin piedad

Podemos ser combativos, no pugnaces

Bernardo Moncada Cárdenas:
Ha comenzado esta nueva Semana Santa en Venezuela; multitudes marchan con palmas que imploran bendiciones, siguen la cruz doliente en los Vía Crucis, manos anónimas llevan sus orquídeas al Nazareno para luego compartir su sufrimiento a lo largo de las calles, pasos piadosos visitan monumentos al Santísimo en siete templos, escuchan a los sacerdotes comentar las Siete Palabras y esperan conmemorar la Resurrección después de siete días de piedad y emociones compartidas.
Lejos están los tiempos de matronas emperifolladas de morado, arrogantemente distanciadas de la plebe dentro de las iglesias. En las muchedumbres que hoy comparten las manifestaciones hilvanando los días santos, el jean y las suelas de goma, la franela, la gorra, y el bronceado, expresan la participación igualitaria en una devoción que nos une, por encima de artificiosos distingos. Nadie pregunta por bandos o ideologías, algo mayor acomuna a los fieles.
Pero basta asomarse al que alguna vez fue Tuiter, ahora enigmáticamente rebautizado “X”, para caer en una pertinaz ciénaga de rencores, intrigas, infundios hechos “tendencia”, intransigencias, prepotencias, pugnacidades e injurias. 250 millones de usuarios activos diarios, quienes invierten un promedio de 30 minutos al día en la red social, son continuamente empapados en este conflicto global e infructuoso que describimos.
Entrando en las redes informativas, poca mención hallamos de aquella participación igualitaria en una devoción que une, por encima de los artificiosos distingos. La división y el conflicto persisten ¿Será que sufrimos una espantosa metamorfosis al dispersarnos tras la Eucaristía o la procesión? ¿Será que los días de la Semana Santa no son suficiente motivación para una tregua?
En un artículo sobre la llamada Tregua de Navidad, que se produjo espontáneamente en 1914, Primera Guerra Mundial, recreando la fraternidad humana entre los ejércitos combatientes, leemos; «Nadie quería seguir con la guerra» …. Pero los superiores sí, y amenazaron con castigar a quien desobedeciese. Con el año nuevo ambos bandos «reanudaron su actividad», dice el historiador. Pero en sus cartas y diarios los soldados reflejaron el grato recuerdo de la tregua: «Qué maravilloso –escribió un combatiente alemán–, y qué extraño al mismo tiempo» (National Geographic, 21.12.2023).
«La cruz de Jesús nunca está sola; a su lado hay otras cruces. Las más grandes son las de la guerra. Siria, los refugiados de Lesbos, los refugiados del Líbano, Libia». Esto nos recordaba Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, en un programa especial del Viernes Santo titulado «Viaje en la Iglesia de Francisco » Y es cierto, Jesús no prometió acabar con las iniquidades que se repiten en la historia de la humanidad: está sufriendo con las víctimas, a quienes llena de consuelo y esperanza.
Sin embargo, ello no quiere decir que, quienes lo seguimos, o decimos seguirlo, nos neguemos a ofrecer a nuestros respectivos países, a esta Venezuela política fragmentada en trocitos, un espacio de tregua, al menos en la Semana Santa, donde la paz de Cristo permita hallar caminos hacia una nueva etapa de nuestra historia, buena para el futuro de todos. Si lo hicieron ejércitos en una de las más feroces contiendas conocidas, por qué no hacerlo nosotros, aunque mantengamos nuestros diferentes ideales.
Podemos ser combativos, no pugnaces. La pugnacidad es un estado de belicosidad, de ánimo exacerbado, que hace enfrentarnos a opuestos y cercanos por “quítame estas pajas”, el estado de ánimo que frecuentemente agita inútilmente las redes y el seno de los grupos políticos. La combatividad es la disposición a luchar, a afanarse, por conseguir nuestras metas, luchadores, emprendedores, siempre serenamente hacia adelante.
«No todo está perdido, los males que existen en la sociedad los hemos hecho los hombres y tenemos que ser quienes, con coraje, creatividad y respeto, busquemos soluciones mancomunadas para ver a nuestros niños crecer, a los jóvenes tener el deseo de permanecer en esta tierra y, como adultos, dar lo mejor de sí». (Cardenal Baltazar Porras, 24/07/2018).-

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