Trabajos especiales

La obsesión de Carlomagno y Hitler por la lanza con la que atravesaron a Cristo en la Cruz

Según los evangelios, un centurión romano pinchó con ella el costado de Jesús para asegurarse de que había muertos

Pilar de imperios y pesar de reyes; un artefacto a caballo entre el mito y la realidad palpable. Lo que se sabe de la lanza con la que atravesaron a Cristo en la cruz viene otorgado por los textos sagrados. La primera referencia del artefacto la ofreció San Juan en su evangelio, el único escrito por un coetáneo de Jesucristo. Según el apóstol, un soldado romano atravesó el cuerpo del salvador con este arma para certificar su muerte. Y es que, al ser viernes, era necesario que los presos murieran en la cruz para evitar que agonizaran a lo largo del sábado, un día sagrado para los judíos.

«Era viernes, y al día siguiente sería la fiesta de la Pascua. Los jefes judíos no querían que en el día sábado los tres hombres siguieran colgados en las cruces, porque ése sería un sábado muy especial. Por eso le pidieron a Pilato ordenar que se les quebraran las piernas a los tres hombres. Así los harían morir más rápido y podrían quitar los cuerpos. Los soldados fueron y les quebraron las piernas a los dos que habían sido clavados junto a Jesús. Cuando llegaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto. Por eso no le quebraron las piernas. Sin embargo, uno de los soldados atravesó con una lanza el costado de Jesús, y enseguida salió sangre y agua».

Según varios evangelios como el apócrifo de Nicodemo, este curioso personaje era un centurión romano llamado Cayo Casio Longinos. Y, al parecer, sufría una ceguera parcial que casi no le permitía ver. Sin embargo, después de lancear a Jesucristo, su sangre le salpicó en los ojos… y le devolvió la vista. El militar, consciente de que aquello había sido un milagro, decidió convertirse al cristianismo y llegó a ser nombrado santo. La veracidad del testimonio depende de cada uno; lo que sí sabemos es que el nombre del personaje siempre se ha considerado una alegoría, ya que proviene del griego ‘lonjé’, y su significado no es otro que ‘lanza’. En todo caso, el episodio ya empezó a representarse en algunas biblias del siglo VI.

La lanza se convirtió a partir de entonces en un objeto místico al que se le atribuían poderes sobrenaturales. En ‘Jesucristo o la historia falsificada’, el Premio Nacional de Periodismo Jorge Blaschke sostiene que, según la leyenda, aquel que la tuviera en su poder jamás perdería una batalla. Aunque, si se deshacía de ella, caería derrotado sin dilación. «La Lanza de Longinos se convirtió en un arma que todos los conquistadores querían tener, ya que les aseguraba el triunfo. Este objeto pasó por las manos de Herodes el Grande, y más tarde la tuvo Carlomagno», añade el experto.

La lista es mucho más larga. Según afirma el historiador Jesús Hernández en ‘Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial’, «la tradición afirma que, en el año 732, el general Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers». Y parece que le fue bien. El propio Carlomagno, su nieto, combatió en un total de 47 contiendas, y no conoció nunca la derrota. Sin embargo, el historiador mantiene que «la leyenda cuenta que murió poco después de que la reliquia se le cayese accidentalmente». Lo mismo le sucedió a Federico I Barbarroja al partir hacia Jerusalén durante la Tercera Cruzada: cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía, cometió el error de dejarla caer y, poco después, se ahogó en un río.

Tres lanzas

Pero, ¿dónde está, en realidad, el arma con la que atravesaron a Cristo en la cruz? Cuesta saberlo. En la actualidad existen tres lanzas a las que se atribuye este curioso honor. La primera de ellas se veneraba en Jerusalén desde el siglo VI. Allí permaneció hasta el año 615, cuando la punta fue llevada a la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla. El sultán Bajazet se hizo con ella tras conquistar la urbe en el 1492, pero terminó por entregársela al papa Inocencio VIII a cambio de que liberara a su hermano. Esa parte de la reliquia ha permanecido en el Vaticano desde hace cinco siglos. La inferior, sin embargo, acabó en poder del monarca galo Luis IX, aunque terminó destruida durante la Revolución francesa.

La segunda supuesta lanza de Longinos estaba en Antioquía, pero fue enviada hasta Armenia tras la conquista turca. Otra más se halla todavía en el museo de Cracovia, aunque se desconoce cómo diantres llegó allí. Y la última, aquella que es considerada la verdadera, se encuentra en Austria y es utilizada desde 1273 en la ceremonia de coronación del Emperador de Occidente. Esa es la que, siempre según la tradición, había pertenecido a Carlomagno y a otros tantos líderes de su talla. Y esa es la que, a finales del siglo XVIII, envió el barón Von Hügel desde Núremberg hasta Viena para ocultarla del recién llegado Napoleón Bonaparte.

Obsesión de Hitler

Según narra Hernández en su libro, Adolf Hitler dio con la cuarta lanza por casualidad en 1912, cuando no era más que un pintor fracasado que intentaba malvender sus acuarelas por los cafés de Viena. Un día, este joven de tan sólo 23 años no tuvo más remedio que entrar en el conocido museo del Palacio Hofburg para refugiarse de una fuerte tormenta, y allí halló el tesoro. «Deambulando por las salas, centró su atención en un objeto singular; sobre un manto de terciopelo rojo se le ofrecía la visión de una reliquia cristiana de gran poder místico perteneciente al tesoro imperial de los Habsburgo: la lanza de Longinos».

«Se trataba de una punta de hierro de poco más de cincuenta centímetros de largo. La hoja estaba partida y presentaba una reparación con un alambre de plata. En el centro podía apreciarse la cabeza de un clavo y una banda de oro con la inscripción ‘Lancea et Clavus Dominus’ (la lanza y el clavo del Señor). En su base se observaban unas pequeñas cruces de bronce», explica el periodista. Hitler quedó fascinado por el objeto y se obsesionó con su historia, la cual investigó junto a su entonces gran amigo Walter Johannes Stein.

Según explicó Stein en los años posteriores, Hitler le desveló sus obsesiones y él no pudo más que quedarse asombrado con la enorme ambición del joven Adolf. «Estaba convencido de que tenía un alto designio que cumplir. La posesión de la lanza sagrada podía ser el instrumento necesario para hacerlo realidad. El experto en ocultismo no tomó demasiado en serio a aquel artista fracasado, pero años más tarde aquellos delirios de grandeza se harían tristemente realidad», expresa el experto.

Robada dos veces

Casi tres décadas después, en 1938, Hitler ya se había convertido en el líder del nazismo y de toda Alemania. Sin embargo, y a medida que su poder iba en aumento, sentía una necesidad cada vez mayor de poseer la lanza. La opción le cayó encima durante el ‘Anschluss‘, la conquista de Austria. «En la tarde del 14 de marzo de 1938, Hitler entraba acompañado del jefe de las SS, Heinrich Himmler, con quien compartía, aunque en menor medida, el interés por el ocultismo, en el Palacio Hofburg», destaca Hernández.

El deseo del líder nazi estaba a punto de hacerse realidad. «El ‘Führer’ se dirigió a la sala en donde se custodiaba la deseada lanza. Himmler salió de la sala, dejando a solas a Hitler con la mítica reliquia. Allí permaneció más de una hora, ensimismado en sus pensamientos delirantes, alimentados por la visión de la Lanza que ya estaba en su poder. Su sueño megalomaníaco se había cumplido», apunta Hernández.

Hitler se propuso llevarse la lanza del museo sin que pareciera un robo a Viena. Y, para conseguirlo, tuvo una idea curiosa: la confiscó como respuesta a una petición oficial realizada en Berlín por el burgomaestre de Núremberg, Willy Liebel. En parte tenía sentido, ya que había salido de allí menos de dos siglos antes.

Tras conseguir su objetivo, ahora los nazis debían proteger la lanza hasta que llegara a Alemania junto a las 31 piezas del tesoro austríaco que habían robado. Tardaron nada menos que cinco meses en organizar el viaje. «Se requirió el empleo de un tren blindado, especialmente preparado para el traslado del valioso tesoro y que contaba incluso con aire acondicionado. El 29 de agosto el producto del saqueo nazi salió de la estación Oeste de Viena en el más absoluto secreto. Fue transportado hasta Núremberg en el tren especial, siendo escoltado en todo momento por tropas de las SS», señala Hernández.

El gran número de molestias que se tomó Hitler deja claro el aprecio que le tenía a esta reliquia y el temor que le suscitaba que pudiera ser robada. «Al día siguiente las joyas quedarían depositadas en la iglesia de Santa Catalina. Allí las recibió con todos los honores el burgomaestre. Más tarde se construirían diez vitrinas especiales para exponer al público las joyas, incluyendo la lanza», destaca el periodista. En todo caso, la alegría no le duró demasiado. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos se hicieron con esta reliquia. Según algunos expertos, poco antes de que Hitler se suicidara en el búnker de la Cancillería… Vaya usted a saber.-

Manuel P. Villatoro

MANUEL P. VILLATORO/ABC

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