Testimonios

Dos décadas de desesperación: la pesadilla de Colón para convencer a los Reyes Católicos de su viaje

Granada conmemora estos días la firma de las Capitulaciones de Santa Fe con un festival de literario centrado en la historia

Fue historia universal de esa a la que hay que poner mayúsculas. El 17 de abril de 1492 se cerró una era bien conocida, la medieval. Y todo ello, al calor de un pacto suscrito en Granada entre los Reyes Católicos y don Cristóbal Colón. El documento en cuestión ha pasado a la historia como las Capitulaciones de Santa Fe; cinco capítulos en los que sus majestades aprobaban el viaje del marino a través del Atlántico y –entre otras tantas vicisitudes más– le otorgaban títulos sobre las tierras descubiertas. En ellos se le entregó al genovés el título de Almirante de los territorios conquistados, se le cedió un diezmo sobre los tesoros hallados… Y se terminó con su largo ‘vía crucis’ de dos décadas en busca de apoyo para iniciar su gesta.

«En Santa Fe se completó el orbe. Sobre el papel, los Reyes Católicos le dieron a Colón la potestad de emprender su gran aventura; en la práctica, iniciaron una nueva era: la moderna». José Soto Chica –doctor en historia medieval, profesor contratado doctor de la Universidad de Granada e investigador del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada– tiene claro que esta urbe fue clave en el devenir de España. Y es por ello que ha impulsado la celebración del I Festival de Literatura Histórica en la ciudad. El evento se suma además al programa con el que la región conmemora cada año la firma de las Capitulaciones y que se celebra desde 1961.

«El festival surge a raíz de una pregunta que nos hacen mucho: ¿fueron importantes las Capitulaciones? En la actualidad hay una necesidad de historia. Y es normal, porque se ha manipulado mucho a nivel histórico. La sociedad quiere saber, y nosotros vamos a responder a esa necesidad con una infinidad de ponencias, firmas de libros, visitas a lugares clave y mesas redondas», explica el experto. El evento, ese «punto de encuentro» que remarca Soto Chica, arrancó el pasado jueves con un pregón y finalizará el domingo. «Al final, la idea es que Santa Fe sea el punto de encuentro de la literatura», sostiene.

Terrible camino

Pero mucho tuvo que remar el futuro almirante para arribar a Santa Fe. Porque sí, mucho se ha hablado del viaje descubridor de Colón, pero poco del calvario que vivió para convencer a la monarquía de que su proyecto –el hallazgo de una nueva ruta hacia la India– era plausible. Sus primeros pasos, de hecho, no los dio en aquella primigenia España que combatía al musulmán, sino en Portugal. Allí, alrededor de 1470, arrancó su periplo con una serie de audiencias con el monarca luso Juan II. Y todas ellas acabaron en desastre, como el mismo navegante explicó en una carta manuscrita tiempo después: «Yo fui al rey de Portugal, que entendía en el descubrir más que otro alguno, pero en catorce años no le pude hacer entender lo que yo dije».

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Colón se marchó de Portugal escocido y vilipendiado. Para Juan II y sus acólitos de la corte, no era más que un «homen falador e glorioso»; un fanfarrón merecedor de «pouco crédito» al que había que despachar a la velocidad del rayo. Los documentos que nos han quedado de aquel episodio –una misiva que recibió pocos años después– confirman también que el navegante cargaba sobre sus espaldas con algún que otro delito perpetrado en tierras lusas; difícil saber cuál. Más allá de chismes y correveidiles, la realidad es que sentaba ya sus reales en tierras españolas en la primavera de 1485 con el objetivo de presentar el mismo proyecto a los Reyes Católicos.

El cambio de bando no pudo ser más sangrante; por entonces, y a pesar de que la Reconquista se hallaba en la cúspide de los problemas para sus majestades, el Atlántico era también un tablero de juego clave.

Pero la vieja Castilla no fue un camino de rosas; ni mucho menos. Lo primero que hizo Colón fue visitar el convento franciscano de La Rábida, en Huelva. Su elección no fue casual, pues desde aquellas tierras partían ya expediciones marítimas hacia África y algunas islas del Atlántico. Quiénes mejor para entender sus planes que esos religiosos. La casualidad quiso que en aquel lugar santo se topara con Juan Pérez, antiguo confesor de la reina, y que a este le encandilara su proyecto. A partir de ahí, la rueda de los contactos comenzó a girar. Tras mil reuniones, su nuevo amigo le redactó una carta de presentación para Hernando de Talavera, entonces uno de los confidentes más cercanos de Isabel. Y así, a golpe de favores, fue como llegó hasta la monarquía el runrún de que un tipo que se decía navegante tenía un extraño plan para atravesar el llamado mar Tenebroso.

Esta es una versión de la historia, aunque no la única. Todavía existe una discusión viva entre los expertos que defienden que su primer valedor fue Juan Pérez, y los que sostienen que fue en realidad el cosmógrafo y humanista Antonio de Marchena. Y tiene cierto sentido, ya que el segundo también conoció a Colón y se sintió atraído desde el principio por su proyecto. El que ambos personajes fueran fundidos en uno de forma errónea por los historiadores no ha ayudado a desvelar el enigma. Todo lo contrario: ha arrojado gasolina al fuego. Más allá de las teorías de unos y otros, las crónicas narran que el marino dejó a su hijo Diego con su cuñada y se marchó a Córdoba, donde se hallaban por entonces Isabel y Fernando. Allí, este perfecto desconocido quedó a expensas del Consejo Real, el organismo itinerante encargado de estudiar los asuntos de sus majestades.

Mil posibilidades

La carta de recomendación consiguió su efecto; gracias a ella, los reyes pidieron al Consejo que oyesen al marino «más particularmente y viesen la calidad del negocio y la prueba que daba». Aunque no especificaron que fuese rápido y el navegante tuvo que esperar semanas hasta que fue recibido por el organismo. Poco se sabe de este primer encuentro. Lourdes Díaz-Trechuelo, biógrafa de Colón, sostiene que el solicitante debió mostrarse parco en palabras y que no reveló los puntos más determinantes del proyecto. Quizá por ello la resolución no fue favorable. Este podría haber sido el final del camino, pero el navegante era tan tenaz como insistente y, a través de sus amigos, exigió una entrevista con Isabel y Fernando. Esta vez, la diosa Fortuna sí le sonrió y los monarcas se comprometieron a mantener una breve audiencia con él en Alcalá de Henares.

La entrevista con los Reyes Católicos fue el germen del viaje, pero no el final del camino. Entre enero de 1486 y abril de 1492, Colón se vio obligado a malvivir en tierras andaluzas. Durante meses, sus únicos ingresos fueron los escasos maravedís que le otorgaban los monarcas de cuando en cuando –entre 3.000 y 4.000 cada vez que se acordaban de él– y las monedas que ganaba con la venta de las ‘cartas de marear’ (cartas náuticas) que dibujaba y vendía en los diferentes puertos. Poco después se convirtió en comerciante de libros de estampa, todavía escasos a pesar de que la imprenta ya empezaba a expandir sus tentáculos por media España.

La clave es que jamás se quedó quieto. En cada viaje, movía cual avispero sus contactos para ganar adeptos a su causa. El ejemplo más claro fue el Duque de Medina Sidonia, don Enrique de Guzmán. Y este solo fue uno de muchos. Luego llegaron, al fin, las Capitulaciones de Granada.-

MANUEL P. VILLATORO/ABC Madrid

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