Lecturas recomendadas

A propósito del IV Domingo de Pascua: ser capaces de implicarnos en el ejercicio del bien

Evangelio Juan 10, 11-18

P. Alberto Retes Pías, desde Cuba:
En tiempos de Jesús, era frecuente que los propietarios de las ovejas y cabras recurrieran a un
asalariado para que cuidara los rebaños de todos. Con este asalariado se firmaba un contrato que lo obligaba
a defender el rebaño si este era atacado por un lobo, por dos perros o por un animal pequeño, sin embargo, se le autorizaba a huir frente a un león, un leopardo, un oso o un ladrón. El contrato no estipulaba que el asalariado debía arriesgar su vida por las ovejas y, de hecho, éste no establecía una relación afectiva con el
rebaño. Le interesaba el salario, resolver su vida. Las ovejas eran sólo un medio de subsistencia.
El Evangelio del buen pastor nos presenta a Jesús como aquel que sí se implica afectivamente con sus ovejas, al punto de dar la vida por ellas, pero es a la vez el modelo de lo que se nos pide como discípulos
suyos: ser capaces de implicarnos en el ejercicio del bien.
Implicarse con el bien significa permitir que el otro forme parte de nuestra historia, es enfocar la vida asumiendo que la finalidad de todo lo que hacemos es generar el bien, un bien que nos incluya, por supuesto,
pero que no se quede sólo en nosotros. Implicarse con el bien es hacer participar al otro de todo lo que viene
a nosotros como don: bienes materiales, conocimiento, tiempo, afecto…
El primer reto es, por tanto, aprender a ver al otro como destinatario de todo el bien que podemos hacer. El segundo reto es crecer en esa actitud. Dice el libro del profeta Samuel que el rey David, cuando
habla de su condición de pastor, dice: “Si viene un león o un oso y se lleva una oveja del rebaño, salgo tras él, lo apaleo y se la quito de la boca”.
Y es que nos podría pasar como el asalariado, y convertir a los demás en un medio: un medio para resolver nuestros problemas, un medio para salir de apuros, un medio para desahogar nuestras frustraciones.
O podríamos ir aprendiendo a ofrecernos de tal modo que llegue a ser intolerable abandonar al otro “en las fauces del león”.
Y subrayo la expresión “que llegue a ser”, porque implicarse en el ejercicio del bien es un proceso, el proceso de ir poco a poco dando más espacio en nuestra vida a la situación del que tengo delante, comenzando por la familia, que es el sitio donde empieza el mundo, el sitio donde más necesito estar disponible y hacer el bien.
Muchas veces, ante una necesidad, uno no se pregunta, en realidad: “¿Quién puede ayudarme?”, sino: “¿Quién me ama lo suficiente para decirme que sí?” Qué bueno sería que nuestra capacidad para implicarnos en el bien del otro crezca de tal modo que cada vez más personas sientan que estamos aquí para ellos, que los amamos lo suficiente para decirles que sí o que, al menos, estamos tan comprometidos con
hacer el bien, que haremos todo lo posible porque su mano tendida encuentre en nosotros un sí.-

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba