Mientras hay esperanza, hay vida
Buena parte de la desesperación que nubla el razonamiento de nuestros compatriotas proviene de la confusa identificación de esperanza con ilusión
Bernardo Moncada Cárdenas:
«… “Mientras haya vida, hay esperanza”, dice un dicho popular; y es verdad también lo contrario: mientras hay esperanza, hay vida». (Papa Francisco, 31/05/2017)
«La esperanza cristiana es tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea». (Papa Francisco, 01/02/2017)
En esta columna me toca insistir en un tema atrayente y que uno quisiera difundir a toda Venezuela, como un virus pandémico y benigno.
Buena parte de la desesperación que nubla el razonamiento de nuestros compatriotas proviene de la confusa identificación de esperanza con ilusión. Esperar no es codiciar, pretender poseer el futuro, ni imponer al porvenir nuestras visiones y caprichos. Nuestras visiones serán esperanzas si -y solamente si- se apoyan en la realidad tal cual es.
Esperanza es esperar de acuerdo a lo que está en nuestras manos. Tal como las estrategias de un ajedrecista tienen sentido a partir de la situación presente del tablero, para cualquiera de nosotros, dirigente o “ciudadano de a pie”, es inútil plantearnos algo con la ilusión de cambiar estrictamente según nuestro modelo. Esa es la actitud de muchos ante el presente, una actitud que nos paraliza.
La ilusión, por su parte, suena muy bonito, pero proviene del latín illusio («burla») o («engaño»), a su vez del latín illudere, y este del latín ludere, («jugar»). La ilusión juega con nuestras expectativas y sentimientos.
La Iglesia llama a esperanza, siempre ligándola con la fe, otra palabra malentendida. La fe no es creer o esperar lo imposible, sino confiar en que lo aparentemente improbable sucede y ya ha ocurrido. “Fe” es confianza, reconocimiento de que la realidad excede nuestro cálculo y que en la historia hemos visto moverse una fuerza que podemos llamar, entre muchos nombres, “Libertad”. La fe no es ciega, toma en cuenta la historia, en la cual se han superado hechos y condiciones extremadamente arduos. La fe cristiana no existiría sin la Resurrección que prevaleció sobre la muerte.
En esta libertad confiada, la fe, se basan las expectativas realistas que nos movilizan, la esperanza Ella nos libera de nuestros temores y obsesiones. No se trata de “salir de nuestra zona de confort”, como ahora se dice, sino hacer del mundo, por medio de la fe, una infinita zona de confort donde avanzamos.
Si vivimos así la esperanza, el fruto es el total cambio de nuestra actitud, del renacimiento de la conciencia personal. Podemos ser David frente a Goliat.
Así nos motiva la esperanza, con arrojo, en base a la realidad; algo que falta en muchos de nosotros, envenenados por un difundido pesimismo o por prédicas ilusorias de optimismos irreales.
Venezuela no tiene por qué ser el Titanic, Venezuela puede ser el mar donde naufraga el Titanic. En nosotros está nadar en la realidad o aferrarnos al trasatlántico, ilusamente pensado como insumergible, que se hunde. mientras hay esperanza, hay vida.-